Pasado mañana toda la Guinea se verá obligada a celebrar el día 12 de octubre, fecha en que todos los blablablás convergerán en la exaltación de la gesta que les permitió infligir un severo golpe al colonialismo y recobrar país, tierra, vida propios. Pero jamás reconocerán, durante los millonarios fastos en los que tirarán la casa por la ventana, que no todo es verdad, pues no solo no infligieron derrota alguna a nadie, sino que esto que hoy se llama eufemísticamente República de Guinea Ecuatorial se formó con gentes variopintas, metidas un poco con calzador, gente que se pretende que tengan un buen avenir solamente por haber tenido el mismo patrón que les introdujo en las historias de la cruz o las de un pescador judío que escribía cartas a los corintios, por ejemplo.
Pero por más que escribamos denuestos, Guinea Ecuatorial existe y muchos hablarán de ella el día 12 de octubre de 2018. Por esto también lo hacemos, para no ser menos, no siendo más, sin embargo, haciéndolo. ¿Qué es Guinea? Ya no podemos perder más tiempo, hemos de ir al grano. Una piedra verde rodeada por los soldados de Obiang. El mismo Obiang está, o suele estar, cuando no está escondido en otro sitio, en La Colina, contando los dineros que va sacando de las arcas del país. Ni él ni nadie de su familia pueden hacer nada con este dinero, porque no saben. Y porque no es su dinero. Afuera, en extramuros, estamos todos, unos en Gabón, otros en España y algunos en West Point, buscando forma de meter a sus hijos en academias militares mientras postean sus condenas a la familia Obiang por llevarlos, siendo militares, al exilio.
¿El futuro de Guinea después del deceso de Obiang Nguema Mbasogo, del deceso de su mujer y el posible exilio dorado de tres de sus hijos más conocidos? Bueno, jugando a ser optimista con el recuento de estos decesos sucesivos, tenemos que aterrizar diciendo que no hay esperanzas, a juzgar por el escrutinio de la contemporaneidad. Y es que quitadas las caretas, lo que antes de llamó Madre Patria ya se adelantó, a través de cargos oficiales, dando por hecho que el establecimiento de los vínculos con lo que se conoció como provincias ultramarinas se hará bajo el impregnado de la corrupción y la ausencia de sentimientos humanitarios o de solvencia ética. Ya dijo José Bono, impar ejemplo de esta idea, que ya no éramos niños, que debíamos, debían, ir a lo que iban que ni siquiera en la Madre Patria había lo que se deseaba en Guinea. ¿Y los testigos, los Plácido Micó, los Severo Moto, y los que reclaman la centralidad de la lucha contra los desmanes cometidos allá y acullá? Todos ellos, con sus siglas bajo el brazo, alcanzando la veintena, afectados desigualmente del sentir religioso de otros tiempos, se han olvidado de que cualquier lucha justa se justificaría mejor si no se destierra de sus interiores el rearme moral que lo haría imprescindible. Son incluso no sólo devotos en su sentido santísimo de la palabra, sino también de las ideas de unidad, de la indivisibilidad de la patria que el cerril imperio cuya divisa terminaba en Libre impuso a base de látigos, coscorrones e insultos varios. Que nos salve Dios, pero son más papistas que el Papa, y saben que más de una sangre guineana ha sido derramada por no saber asumir estas gloriosas ideas de unidad.
Pero abrazados al pensar de los nuevos amos, estos testigos se abonaron al practicismo exigido por la supervivencia y cerraron los ojos cuando sus compadres bebían un Moet Chandon por sus beneficios en negocios de cualquier tipo con Obiang. Incluso hay un antiguo socialista, o que parecía que lo debía ser, que se ha puesto varias veces las camisas estampadas con la cara del general-presidente vitalicio Obiang Nguema Mbasogo. Esto es la puesta en práctica de la vanagloria de la maldad, lo que antes, cuando se leía a los clásicos, se llamaba cinismo. Visto todo lo dicho, ¿podemos concluir que hay alguna esperanza? No, rotundamente no. Debemos concluir que nuestra causa se sumará a la noria giratoria de la historia y que se salve quien pueda. No obstante este desenlace derrotista, hemos de decir que la misma historia suele compensar a los que se desmarcan del camino común y buscan sendas alternativas. Y estas, en nuestro caso de nuestro sentir por la Guinea que celebra sus 50 años, es precisamente el rearme moral que antes habíamos mencionado. Este rearme es la única manera de luchar en que las derrotas permiten recomponerse con los supervivientes. Lo demás es simple oportunismo de canallas.
Barcelona, 3 de octubre de 2018