En la ultra-contemporaneidad que vivimos, la lógica bipolar tiende a reinar de nuevo. Así parecen indicarlo las reacciones al caso WikiLeaks.
Cincuenta años atrás y bajo la segunda post-guerra, se impuso una bipolaridad entre la esfera occidental (que encabezaba EEUU) y el comunismo soviético y sus satélites.
Ahora, y bajo el boom noticioso desatado por las filtraciones de WikiLeaks, gran parte de las reacciones y los análisis se han reducido al debate del héroe o el villano que representaría Julian Assange, el gran orquestador de la operación de divulgar cables diplomáticos del gobierno estadounidense a partir de periódicos como NYT, o El País.
Hay ya una guerra en el ciberespacio -término que sirvió para que el escritor William Gibson planteara su narrativa entre lo real y lo virtual décadas atrás- desatada entre quienes combaten a Julian Assange y quienes lo defienden. Entre los primeros suelen estar los representantes y defensores de la verdad oficial; en el otro bando se acomodan quienes toman un punto de vista libertario.
Mientras tanto se multiplican las preguntas acerca de la procedencia de los cables, si se trata de filtraciones o de robo informático, por ejemplo, u ambas cosas (la detención del cabo Bradley Manning así lo señala). Las declaraciones de la secretaria de Estado Hillary Clinton al respecto han dado lugar a mayores dudas acerca de la seguridad de los sistemas informáticos de EEUU. Entre los defensores de la verdad oficial abundan quienes desestiman la publicación de aquellos cables diplomáticos debido a sus escasas revelaciones, a su materia consabida, o a su carencia de valor ya que se trata –dicen- de registros “extraídos de su contexto”.
Semejante actitud tiene que ver con el deseo de novedad por encima de todo (en una dinámica de avidez incesante), o bien, con el hecho de favorecer la propaganda certificable en lugar de la información, pues se acostumbra a privilegiar la “fuente” en lugar del propio valor informativo. Entre los paladines de la versión oficial ningún testimonio, documento ni dato resultan válidos a menos de que lleven un sello ministerial y sean autorizado legalmente. Nada sería otro tipo de información. Hubo ya el caso irrisorio de un periodista mexicano que despreció aquellos cables diplomáticos entregados por WikiLeaks porque carecen de rango “técnico” o “científico” (sic). Lo único fuera de sospecha es lo que decida la autoridad.
La polarización en el proceso comunicativo, que implica o debe implicar la información en sí y la capacidad de formar al público o audiencia con la oferta de los complementos necesarios (antecedentes, contexto, análisis, prospecciones, etcétera), lleva a muchos a reducir sus perspectivas a lo más instantáneo (efecto típico de la ultra-contemporaneidad, complemento de la avidez ante lo novedoso).
Al presentar su novela El cementerio de Praga en Madrid días atrás, Umberto Eco se congratuló del éxito del poder ciudadano que encarnaría Julian Assange y las posibilidades liberadoras de Internet. El problema es que el creador de Wikileaks ya está bajo el acoso de la justicia occidental, lo que habla de la dificultad de evadir la creciente vigilancia sobre el espacio trans-mediático que los gobiernos han impuesto cada vez más.
Al contrario del triunfalismo fundador de Internet en la década anterior, su alcance “democrático” se muestra acotado tanto como lucen difíciles sus alcances liberadores al crecer la exactitud de los controles y refinarse las normatividades de por medio.
Está visto que en el espacio trans-mediático, al igual que en el mediático, las informaciones tienen una vigencia limitada que redunda el refrán periodístico de que no hay noticia que dure más de una semana en un primer plano. Sobre todo cuando, como con las revelaciones recientes de WikiLeaks, las sociedades carecen de enlaces eficaces con la esfera política para instrumentar un uso consecuente y fructífero de la información. Lo noticioso se convierte en golosina que se consume al instante. O entra en la lógica bipolar de la política mediática: ¿está usted a favor, o está en contra? Con lo que desaparecen el resto de las consideraciones, las preguntas, los matices, los contrastes.
Lo trans-mediático ha potenciado un sistema comunicativo de índole alterna que determina lo mediático (prensa, radio, televisoras, editoriales, foros, academia). Un agente invasivo en lo previsto. Las consecuencias pueden ser tan vastas o tan inocuas como lo permita la respuesta colectiva.
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