Anoche frente a la televisión seguíamos con mi padre las especulaciones de los supuestos especialistas en aeronavegación que intentan alguna conjetura más o menos respetable frente a la desaparición del avión malayo del cual no hay rastro (quizá unas piezas, nadie está seguro, en el océano índico). Las hipótesis patinaban peligrosamente hacia el terreno sobrenatural, las conspiraciones, el disparate racionalizado que cuando se iba un poco de madre, un periodista se encargaba de encauzar. Pero lo cierto es que si el aparato o los restos del aparato finalmente aparecieran, se sumaría otro problema. ¿Cuál sería la razón para hacer desaparecer a semejante nave, si es que es eso lo que sucedió, o cómo puede ser, si fue un accidente, que la máquina no haya dejado rastros y no aparezca?
Lo mejor eran los comentarios del público: desde el desplazamiento del triángulo de las Bermudas hasta el atentado, el autosecuestro y el rapto alienígena, pasaron algunas variantes más paranoicas y otras más optimistas (no se conoce todavía la opinión de Francisco). El asunto es extraño.
¿Por qué no pensarlo desde la publicidad? Usted quiere pasar unos días lejos de su familia, sus obligaciones, sus problemas, en compañía, bueno, vaya a saber, pero la compañía encargada de despistar satélites y desarmar aparatos de alta gama a alta velocidad, sí puede asegurarle un par de semanas de anonimato en alguna playa perdida, un buen hotel, con suerte, un affaire pasajero pero agradable y armar luego una monumental excusa que con el tiempo se transforme en la clave de esta nueva variante turística.
Así que antes de pensar en la nueva guerra de los mundos, puede pensarse en que un grupete ocioso está tomando unos daikiris fuera del alcance del Big Brother –que forma parte del negocio– y que en pocos días más volverán a sus tareas y obligaciones más relajados y contando lo que quieran contar, porque ¿quién querrá saber el nombre de ese juerguista, de esa señorita, ese señorito, ese terrorista ganado por la molicie o las mismas azafatas?
Conjeturo que nadie.