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El alcance de las revueltas de Londres

Los violentos disturbios de Londres, que ya se han extendido a otras cuatro ciudades importantes británicas, son los más graves sufridos por aquel país desde 1985. Al ritmo actual, dentro de poco no tendrán precedentes conocidos. Abundantes saqueos, edificios incendiados, la policia rebasada teniendo que pedir miles de refuerzos a otras poblaciones, la Ministra del Interior interrumpe sus vacaciones, el Primer Ministro hace lo propio al día siguiente y, algo bastante insólito, el Parlamento va a ser convocado en sesión extraordinaria.

La explosiva situation británica hace titulares en todo el mundo, pocas cosas hay tan televisivas como un inmueble o varios vehículos en llamas, la suspensión de un partido de fútbol internacional entre Inglaterra y Holanda multiplica el impacto mediático de los acontecimientos y ya hay interrogantes sobre la capacidad de Londres para celebrar los Juegos Olímpicos del 2012 que se deben inaugurar en la ciudad dentro de escasamente un año.

Originados por la muerte a manos aparentemente policiales de un ciudadano del barrio de Tottenham, ¿ se trataba de un pacífico habitante o de un gangster peligroso?, en una redada que las fuerzas del orden realizaban a petición de la comunidad negra de la zona, los disturbios han degenerado de forma incontrolada. Los habitantes de los barrios en cuestión señalan que parte de la reacción violenta proviene de la irritación y el malestar existentes entre la población modesta ante los recientes recortes sociales pero que nada justifica el comportamiento de los revoltosos, las quemas, el pillaje de tiendas, la actuación coordinada, el lanzar a un policía ante las ruedas de un coche para intentar atropellarlo etc…A diferencia de lo ocurrido en 1985 parece igualmente ridículo tachar a la policía de racista.

El gobierno de Cameron, que probablemente habrá aún de aplicar recortes sociales, tiene como, como los de otros países occidentales, una papeleta poco envidiable. El estado de bienestar de que disfrutamos hasta ahora empieza a ser difícilmente sostenible. La reducción del gasto en determinados temas sociales provoca un lógico descontento palpable. Esto lleva a manifestaciones en principio bien intencionadas pero que son rapidamente aprovechadas por extremistas políticos o sociales que, aprovechándose de la permisividad, la lentitud o el desconcierto de las autoridades, se lanzan con entusiasmo a la realización de actos no permitidos, a veces vandálicos, que acaban irritando a su vez a una parte importante de la población.

Este ambiente, esta alteración del orden de una democracia, genera lamentablemente un caldo de cultivo en el que florecen los locos como el fanático noruego de hace días y, sobre todo, acaba haciendo que la población en general sea más propensa a la adopción de medidas más radicales por parte de las fuerzas del orden y, esto es más serio, a que crezcan los que cuestionan el funcionamiento del sistema democrático.

 

 

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