La breve muestra de Fabian Freese en la Lazy Susan Gallery, un pequeño espacio en el Lower East Side dirigido por una alianza de cuatro comisarios de arte, ha sido una exposición verdaderamente excepcional. Freese, que es alemán y vive y trabaja en Wuppertal, terminó su formación artística en Essen, en 2011. Esta ha sido su primera exposición individual en la ciudad de Nueva York. En estos momentos le va extraordinariamente bien: hay cinco galerías en todo el mundo dedicadas a su obra. Últimamente ha quedado bastante claro que el idioma del arte contemporáneo se está internacionalizando; no hay un arte específicamente alemán, francés o italiano, a la manera en que lo hubo en épocas anteriores, durante los siglos XIX y XX. La exposición de Freese demuestra su internacionalismo: su muestra de pequeños cuadros, espectacularmente limpios y bien estructurados, tienen vida propia sin hacer especial referencia a su Alemania natal. Las obras llevan el concepto de representación a un reconocimiento ulterior de cómo a las ciudades, por ejemplo, se les pueden superponer rayas verticales de colores para intentar distanciar, e incluso enajenar –tal vez la mejor palabra para definir este efecto de Freese sea el verbo alemán entfremden– al espectador de su experiencia de la vida urbana.
Ahora, la mayoría que vive en las ciudades reconoce tácitamente el necesario distanciamiento emocional para mantener la claridad en un entorno que sufre constantes cambios y presiones económicas. Los espacios para exposiciones de arte en Nueva York se han vuelto tan caros que se prefieren las iniciativas de carácter cooperativo o los traslados a otros barrios a los que es relativamente difícil acceder, como el Lower East Side. De hecho, algunos grandes espacios de Chelsea han abierto galerías satélites en el Lower East Side; podría darse perfectamente el caso de que se conviertan en los espacios insignia de las galerías, antes comprometidas con Chelsea. La mezcla que hace Freese de la representación urbana, en forma de fotografías, y los efectos abstractos documentan este creciente distanciamiento entre el mercado y el mundo del arte. Sus excepcionales monocromos, acompañado de fotos modificadas, exhiben una conciencia de que el arte contemporáneo puede volver a plantear enfoques artísticos que existieron hace una generación o más. Ciertamente, la variedad de la práctica de Freese, incluidos los cuadros minimalistas, sugiere algo más que irreverencia, ya que se enfrenta al convencional público modernista de Nueva York, que fue testigo del (breve) establecimiento de la abstracción monocromática hace aproximadamente cuarenta años. Pero el contraste entre lo viejo y lo nuevo no tiene tanta importancia como la apertura de Freese a los materiales, las imaginerías y las interpretaciones. Es un talentoso artista dedicado a un amplio espectro de la expresión, centrándose en las imaginerías extraídas de la vida urbana.
La exposición, comisionada por Jill Connor, directora de la revista On-Verge, fue un brillante contrapunto a la frecuente laxitud de la nueva obra estadounidense. Tal vez resulte demasiado limpia y afilada para los neoyorquinos educados en la retórica informal del expresionismo abstracto, pero para mí, la estética de Freese guarda relación con las primeras exploraciones del movimiento Bauhaus y su sentido del orden: el artista suele decantarse por componer trazados afilados de edificios y patrones abstractos, que a menudo se imponen sobre la imagen. En Desfile 01: Disneylandia, Orlando (2015), vemos un desfile en Disneylandia, densamente cubierto de cuadrados y triángulos rojos y un cuadrado verde en el medio. Freese toma la animada escena de una multitud festiva y casi la enjaula dentro de un estricto patrón geométrico. Es una imagen de euforia y contención, de figuración y no objetividad. Aquí, Freese propone su concepto de diseño dual, basado en la realidad externa y la abstracción. El sistema de cuadrados y rectángulos nos distancia del juego aparentemente inocente de los participantes en el desfile y los transeúntes. Esto nos hace tomar conciencia de la artificialidad del desfile que está teniendo lugar en el paraíso estéril de Disneylandia; es el equivalente visual de un personaje de Brecht que se gira para hablar directamente al público a fin de romper la pared de la incredulidad.
Pero Freese va aún más lejos en su distanciamiento de lo real con los cuadros más o menos monocromáticos. En la obra realizada con pintura en spray sobre lienzo Verde sobre azul oscuro desvanecido y rosa (2015), presenta un tratamiento del color rosa que se fusiona a la derecha con un azul oscuro que se va volviendo gradualmente más oscuro, derivando en una fina línea de color verde en el extremo derecho. Esta obra es sobre todo una versión pura del color, con un efecto minimalista. Como imagen, no podría estar más alejada de la pieza sobre Disneylandia, ya que su referencia no es contemporánea sino histórica, remontándose a una época –sobre todo la década de 1960 y la inmediatamente anterior– en que la pintura se admiraba como un fin en sí misma. Podría parecer difícil justificar la motivación de un cuadro así: ¿por qué querría Freese saltar al pasado, cuando su sensibilidad es claramente nueva? Tal vez es el lapso, temporal y estilístico, a lo que se quiere referir. En cualquier caso, la abstracción es una bella pintura, que demuestra que no importa cuáles sean las intenciones del artista, sino que es el producto final lo que nos convence de su valor. Las creaciones de Freese transmiten este concepto con gran acierto.
Jonathan Goodman es poeta y crítico de arte. Ha escrito artículos sobre el mundo del arte para publicaciones como Art in America, Sculpture y Art Asia Pacific entre otras. Enseña crítica del arte en el Pratt Institute de Nueva York. En FronteraD ha publicado, entre otros, Jackson Pollock: una crítica de su éxito, Bill Pangburn: grabador en Nueva York, Sook Jin Jo: acercándonos al misterio de las cosas y Huang Rui: pintar con palabras. Eco y distancia del arte convencional chino.
Traducción: Verónica Puertollano