By the Iowa sea (Scribner, 2013), de Joe Blair es un libro de memorias de un autor atípico, o acaso, de alguna manera, típicamente norteamericano: el fontanero que es, a su vez, escritor freelance (y no al revés). El escritor que viene de la clase obrera, vaya. Hecho a la poesía a través de los gozos del trabajo manual, del contacto con la naturaleza salvaje. Fungido por una idea cultural de la libertad (en el caso que nos ocupa: a través de la ficción cinematográfica de Easy Rider).
Blair se halla en medio de la crisis de la mediana edad, con un matrimonio que se tambalea y cuatro hijos (uno de ellos con autismo). Sus sueños de juventud se han quedado a un lado y las rutinas de su vida le tienen atrapado en una existencia sin pasión, sin entusiasmo, sin alegrías.
El punto de partida de la narración son las inundaciones que se produjeron en Iowa en 2008. Un asunto terrible. Mucha gente sufrió la violación de sus viviendas por parte de la naturaleza, que las destruyó. Una tragedia, pero que, sin embargo, a Blair le sirve como estímulo, al modo sutil de la paradoja, ya que suceden extraños movimientos naturales enderredor suyo, terribles, que él se fuerza a interpretar –por contigüidad- en tanto que –potenciales- señales de un próximo advenimiento; esto es, símbolos de cambio aplicables a su propia vida.
Y que, sí, terminan siendo ciertos, solo que de una manera quizá (im)premeditada.
Durante su juventud, al principio de su noviazgo y en los primeros tiempos de su matrimonio, Blair y su mujer viajaban por los Estados Unidos con una motocicleta, en total libertad: hoy aquí y mañana allá. Viviendo la aventura de la vida, hasta que se les terminase el dinero.
Y es algo que Blair echa de menos, quizá no tanto la propia experiencia del viaje en pareja en motocicleta como la emoción asociada al hecho mismo de vivir la vida en completa libertad, sin ataduras. Y, así, no hace más que fantasear con un cambio de vida, con un deambular errático –a la aventura- ahora ya en familia. Con dejar el trabajo, emprender un nuevo rumbo. Pero eso a su mujer le parecen sandeces, locuras de juventud, hechos pasados –consumidos y superados-. Tienen cuatro hijos, una hipoteca. Trabajos. No way.
Blair, sin embargo, no ceja en su empeño y, como forma de tratar de hacer resurgir la emoción en su vida, se fija en el espectro sentimental. Se afianza en su mente la idea de que para revitalizar el amor quebrado éste debe expandirse.
Así, una noche le propone a un amigo suyo que se lo haga con su mujer en el asiento de atrás mientras él conduce. Un fracaso. Más tarde comienza una relación adúltera con una escritora. Lo mismo. Un fiasco.
Entretanto, ambos se dan libertad para hacer lo que quieran con sus respectivas vidas sentimentales.
Blair trata de retomar el affair con la escritora. Pero la cosa no prospera.
Así que le propone a su mujer que lo intenten de nuevo.
Y se dan un respiro: un viaje a Nueva York. Y hay una escena de sexo en un callejón, con la mujer de Blair que lleva adentro un tampón y no se dan ni cuenta. Fumaron antes marihuana.
Se reconcilian. Ambos se dan cuenta de que se aman.
Ella reconoce que se ha equivocado, que no ha sabido ver las necesidades de la pareja. Le dice: Joe, tienes razón. Y, al final, la familia marcha toda junta hacia a la aventura. Rejuvenecido no solo el amor sino la pasión, la confianza, el proyecto conjunto.
By the Iowa sea es el libro de Joe, sí, las memorias de Joe; en tanto que su punto de vista es el que domina la historia. Sin embargo, es tan poderosa la firmeza de su mujer, el compromiso con la familia, el amor inquebrantable –y por sobre todas las cosas- hacia los hijos y el padre que el verdadero punto moral de la historia es ella. Y, de hecho, es lo que permite la continuidad de todo; es ella quien, en fin de cuentas, lo sostiene todo.
Blair aprende gracias a su mujer que el amor no es cuestión de longitudes, sino de intensidades. Ahora bien, para que una intensidad sea administrable necesita de una vía de escape por la que se salga el aire enclaustrado, enrarecido. Así, la intensidad debe estar no a la intemperie, pero sí ser capaz de cabalgar libre.
En otras palabras: el amor entre dos seres que se aprecian debe reconocer sus propias individualidades y anexionarlas al territorio común, no permitiendo la belicosa confrontación, sino que ha de aprender de sus divergencias.
Hay dos tipos de personas: los cobardes, los que huyen ante la mínima amenaza, los que son incapaces de aceptar un compromiso serio y los otros, los valientes, los que lidian cabalmente con la incertidumbre. By the Iowa sea nos enseña que en la vida hay que ser valiente y que hay que apostar por el amor, por revivirlo, por cuidarlo, por hacer de él morada y lema.
Porque sin amor, ay, la vida no vale un pimiento.