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Mientras tantoEl amor de mi vida

El amor de mi vida


 

 

Le acaricia el pelo encrespado y ella, con la cabeza apoyada en una almohada de esas de avión, sonríe, con la mirada lejana y la boca ligeramente torcida. Le han cubierto la almohada con un fular de flores para que le de “un poco de vida”. Él  nos dice que ya puede mover las piernas. Un poco, matiza. Y le pide a ella que nos lo demuestre.

 

Mueve los pies imperceptiblemente en esa silla de ruedas metálica, de hospital. Pero él sonríe de nuevo, orgulloso de su novia, que tiene 87 años.

 

¿Y tú estás bien? –le pregunto a él.

Yo sí. Me olvido de las cosas, pero estoy bien. Ahora soy yo el cuidador, ¿sabes? Tengo que estar atento.

 

La mira a ella, dormida ahora. La cabeza. El pelo enmarañado y blanco sobre ese fular de flores absurdo.

 

Tiene 89 años. El próximo mes cumplirá los 90. Había pensado hacer una fiesta, pero si ella no está, no la hará. Qué sentido tiene.

 

La mira. No deja de mirarla y la mece en la silla de ruedas. Aunque casi no puede moverla porque pesa. Pesa. Casi tanto como los 89 años que lleva a sus espaldas.

 

Cuando abre los ojos de nuevo, se apresura en ponerle colonia Nenuco. Le hemos traído un bote.

 

Está dormida pero yo sé que nos escucha. A veces me corrige cuando hablo.

 

Y yo no sé si es así. Pero quién soy yo para decirle que su chica –porque el la llama así igual ya no nos escucha.

 

Ella habla en un tono inaudible. No entendemos lo que dice. Sin embargo, luego lo repite y la comprendemos: quiere que le cambiemos la almohada de lado. Mira a su chico y no sé muy bien qué se esconde en esa mirada.

 

¡Nineta meva! exclama él.

 

Que quiere decir muñequita mía en catalán. Y ella sonríe de nuevo, con esa mueca extraña. A él le brillan los ojos.

 

Cuando salgo al pasillo del hospital. Blanco. Aséptico. Terriblemente ajeno, como todos los hospitales, pienso en lo que acabo de ver dentro de esa habitación. Pienso en el amor al final de la vida. Se nos llena la boca cuando hablamos del “amor de nuestra vida” –a mí a la primera. Normalmente el amor de nuestra vida siempre es el que no está. El chico que conocimos pero –oh, tragedia- no pudo ser. La historia de amor imposible que casi nos cuesta la salud. Esa chica que nos prometía el oro y el moro y nunca dejó a su pareja. El hombre que nos cruzamos en un aeropuerto. Todos esos son, a partir de la segunda copa, en una conversación de bar, el amor de nuestra vida. Nos encanta decir todo tipo de estupideces. Solo que ahí, en ese hospital deprimente, mientras observaba a un hombre que casi no se sostenía en pie meciendo a su chica en una lamentable silla de ruedas, pensé que el amor de nuestras vidas era ese: el que nos llevaba de la mano cuando se apagaban las luces. Cuando empezaba a bajarse el telón.

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