El beso de Ancelotti a Isco le lleva a uno a la fotografía de Doisneau en su expresión esencial, sin su añadido cursi de postal, pues es también una esperanza de la posguerra. No hay París que valga sino la banda romántica del Bernabéu donde el sábado se dieron homenajes tan emotivos como los de las retiradas gloriosas. El malagueño fue el Amor corriendo sin cesar con la verticalidad de Michael Johnson y las piernas torcidas de Raúl. Ese cuello de Isco, donde también puso sus labios Hierro, está hecho a base de correr kilómetros con el cuerpo hacia atrás, por lo que, de hacerse habitual la intensidad, habría que ir pensando en sacarle al campo con un Hans (Head And Neck Support), como el de los pilotos de Formula Uno, para que pueda soportar las fuerzas G.
Tras el olvido de Iniesta (a Mathieu se le deja en su mundo, que no es este), la posterior escapada del de Benalmádena parecía que iba a terminar con su protagonista por los aires como esos coches de velocidad que llevan una hélice en la parte trasera. Menos mal que soltó el balón a tiempo. Viéndole acabar los partidos sin resuello, cualquiera diría que está pasando por el entrenamiento de la Teniente O’ Neil, el castigo y la violencia y hasta la humillación de la guerra. Pero todo se olvida si al volver al barracón el sargento no le insulta a uno sino que le abraza e incluso le besa.
Habrá quien piense que Isco debería jugar en veinte metros cuadrados siempre mirando hacia delante para condensar su talento (como Messi, cuya foto actual sería ‘Muerte de un miliciano’, de Capa, y a quien han convertido en un protagonista de ‘Hermano Mayor’), pero en el Madrid de hoy se piensa que hay que explosionarlo haciéndole recorrer mundo. Cómo para haber dejado oxidarse un defensor descomunal con patas como de Agüero y pies con ventosa.
En este Madrid todos son defensores. Hasta Benzema, a quien la mili se la dio Mourinho para acabar el francés floreciendo con veintiséis años y un apodo taurino: “El Pasmo de Lyon”, pues sus tardes se cuentan por estreno de quites y lágrimas de emoción. A James, ese talento infantil y precioso, también se le ha puesto a picar piedra y responde triturándola como Joe Dalton en un arrebato histérico pensando en Lucky Luke, sin dejar de poner balones medidos a los que sólo les falta un toque.
James trepana escuadras y da pases definitivos, casi goles, con un virtuosismo original, casi selvático pues este chico tiene algo de Mowgli o de Orzowei. Un indomable Will Hunting que furtivamente va resolviendo lejanos problemas matemáticos por los pasillos del MIT. En este punto de asombro, Cristiano es ya casi un personaje secundario y superior que juega desde un pedestal que pule cada día con el afán de Miguel Ángel esculpiendo su David.
La figura es la del rostro en tensión, las aletas de la nariz abiertas, la mirada de concentración. A veces hasta se adivina un contrapposto en el movimiento, balanceándose a un lado y a otro, suspendido en el aire o mostrando una generosidad sorprendente y genial de poderoso artista maduro. Cristiano no es de carne y hueso sino de mármol de Carrara, y tiene por detrás una elegancia bárbara guardándole la retaguardia en medio de tanto clasicismo: Kroos que mueve las fichas no con los pies sino a manotazos militares y, sin embargo, sutiles y geométricos porque es un bárbaro moderno, un prototipo infalible de la RDA con quien en Madrid ya están trabajando a destajo los escribientes.
Se le ve a Toni mover las manos como a Tom Cruise en ‘Minority Report’ ordenando las imágenes de los crímenes que no se van a cometer. Toni Kroos es de la unidad de Precrimen y lo sabe todo antes de que suceda. Fue él quién con un gesto magnánimo elevó desde el centro del campo a Casillas (el portero se miraba después por debajo de la camiseta como examinando qué extraña fuerza le había hecho volar) en el tiro de Mathieu.
Busquets esto no puede comprenderlo, igual que tantas otras cosas, como si estuviera jugando al fútbol contra hologramas. Modric hacía zigzag entre sus piernas, cada vez más rápido, mientras él daba tarascadas al aire como el malo de ‘Ghost’ intentaba pegar a Sam, que recuerda a Marcelo cuando, en ocasiones, es capaz de mover objetos igual que a sí mismo. De pronto aparece delante de un contrario y desaparece para reaparecer por detrás mientras el público y los rivales se hacen cruces ante lo sobrenatural.
Luis Enrique salió del Bernabéu tan asustado que en su análisis del partido ante la prensa sólo parecía hablar de psicofonías, como Piqué, balbuceante y trastornado igual que tras una dura experiencia, o como Xavi, a quien ya podría conocérsele como a aquel extraño personaje del cazafantasmas Tristan Braker por achacar todas sus derrotas a sucesos paranormales.
El de Tarrasa da la impresión de estar despertando a un mundo que no comprende, como si nadie le hubiera hablado nunca de los ciclos, de la vida misma. Xavi parece Temple Drake, la niña ingenua de Faulkner adentrándose en ‘Santuario’ para no volver, mientras observa a su espalda un tiempo que se le escapa y que en realidad nunca vivió. El tiempo donde la contra y el toque se unen y él se siente desfallecer, aturdido, viendo horrorizado correr a Isco lejos de su hábitat natural como si fuera un hereje o el mismísimo Bale, quien el sábado no pudo estar y pareció que sus compañeros quisieran celebrarle en su ausencia, por amor, como si todos pudieran fundirse en uno, jugar a semejanza de cualquiera y dejar en la memoria una bella fotografía.
Publicado en ‘El Minuto 7’.