No es fácil ser poeta, encontrar la palabra justa, que todo encaje y tenga sentido. Bukowski reflexiona sobre un mundo que le es ajeno, escribe en un piso mugriento, de paredes sucias, como sucia es su vida y el destello que se adivina en sus ojos. No desea otra cosa que ver publicados sus poemas: el sueño de cualquiera que escribe, sin conseguirlo. Reconoce que no hay fracaso cuando las palabras tropiezan consigo mismo precipitándose al abismo, lo que no sabe es que es en ese abismo y en la bebida, donde sus historias resucitan cada noche.
El mundo, el verdadero mundo, ese en el que despertamos cada día, puede que no exista, pero existe en sus poemas, en sus borracheras, en el silencio, en su manera de decir lo que hay que decir. Todo lo que ha escrito la humanidad, puede condensarse en un segundo cósmico, en una sola línea. ¿Cuánto tiempo puede uno resistir ese desmoronamiento sin volverse loco? El amor es un perro del infierno; la escritura por desgracia, otro.
Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.
(…)
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Foto: Bukowski