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El amor y los hijos

 

1.

 

Le dice: ¿tú tienes hijos? Responde que no.

Y piensa que ya pues no tiene mucho que hablar con ese hombre que se sienta a su lado en la cena, de barba rala, desafortunadamente neófito en asuntos parentales. Alto; la ropa algo arrugada por el cansancio del día.

En todo idéntico a un padre, pero sin serlo. Esto es, que no guarda en sí un secreto sino una sombra. Un cierto afecto al descuido que le hace parecer indómito, pero falaz, piensa.

El hombre le dice que le queda un largo trayecto de vuelta a casa. Casi dos horas, matiza. Y que por eso marcha pronto.

La paradoja es que, en casa, nadie la espera.

Mientras se despiden [es la madrugada de un día entre semana] él piensa en la crueldad de una casa silenciosa y en ese vacío próspero en la memoria que deja una rutina monógama.

 

2.

 

Se sorprende al verla desnuda en su cama. Sucede algunos días después. Y maticemos: lo que más le sorprende es el lado de la cama que ocupa, el que queda justo al lado de la mesilla, el lado del que siempre está pronto a irse. Y no le sorprende tanto este hecho, sino su reverso. Porque es él mismo quien queda del lado de la pared. Más seguro y conforme; tal vez.

Más seguro y conforme, se repite, y reverberan las palabras en su glotis mientras ve, de reojo, menos espiando que con curiosidad, cómo ella se viste, con una cierta calma.

Y piensa en que -ella- le hace pensar en Emily Dickinson.

Pero sus braguitas confunden. Le confunden.

[Admira su lánguida delgadez y la precisión con la que esa tela breve se ajusta a su cuerpo]

Así que no está seguro de nada.

Sí de que es un día laborable, de eso está casi seguro (aunque es difícil decirlo; últimamente todos los días son -para él- laborables). Seguro también está de que debe apurar el café, darse una ducha; marchar al trabajo.

Aunque, se dice, medita: la más trabajosa actividad es la del pensamiento, la reflexión, la planificación y el diseño de cada uno de los proyectos que conforman cada uno de los tramos de cada día, ese vestido del existir con el cual nos guarecemos a la intemperie.

 

3.

 

Van juntos solos en el taxi.

Una otra noche después.

A veces se producen estos milagros, se dice.

Porque hace apenas unas horas que se han conocido; fortuitamente, casi.

Sonríe, mientras ve cómo ella comprueba el iphone. Se gira, hacia él, con un cierto atropellado nerviosismo. Antes la vio más calmada, le estuvo contando de su vida, con interés y denuedo. Mientras bebían cerveza y champagne.

Hablaron de promoción, de dinero, de las artes. Nada demasiado comprometedor, particularmente íntimo.

Ahora hace una mueca. Mi exmarido, dice.

Me ha llamado. Es raro que me llame. Solemos hablar apenas por wasap. Cosas de nuestros hijos. Ya son mayores. Adolescentes.

Pero no parece excesivamente preocupada.

Ni hace esfuerzo, intento o muestra interés por devolverle la llamada, por averiguar qué es lo que sucede, si es que algo realmente está sucediendo. Más bien su afán solo por contarle, porque él sepa: sobre su exmarido, sus hijos. Le quiero, dice, pero como alguien de tu familia. Es solo eso. Son muchos años. Como a una tía abuela o algo así, dice él. Y ella ladea el cabello, que relampaguea en la noche barcelonesa del Paseo de Gracia.

Como anticipando lo que dirá su boca: es una persona a la que vas a estar unida durante toda la vida. Mejor llevarse bien. Afirma.

Y él piensa que sí, que quizá sea esa la razón por la que los padres y madres corren sin sombra por la vida, pues porque un prístino anclaje les une a alguien más -a otra realidad ajena pero igual-; y así no son ya opacidad y enigma de un árbol desguarnecido sino solaz, asilo y manta de otras sombras pequeñas, pequeñitas o sombras por venir.

Piensa también en su hija, quien se acaba de ir hace unas pocas horas con su madre.

Hoy él tiene trabajo. O mañana. Quizá ayer también.

Últimamente mi vida se parece a una fiesta interminable, piensa, se dice, medita, con regocijo -justo un momento antes de sacar la tarjeta para pagar el taxi.

[Él ahora aun no lo sabe, pero tiene también varias llamadas perdidas de la madre de su hija, algunos wasaps, en el teléfono; reclamos que, empero, bajo ningún concepto necesitan ser corroborados con urgencia ahora mismo]

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