Farinata degli Uberti, caudillo de los gibelinos florentinos en la batalla de Montaperti (4 de septiembre de 1260), era tan rubio que sus cabellos parecían estar cubiertos de blanquísima harina, de ahí le venía su sobrenombre. Al recibir respuesta de Dante acerca de su familia, un “¿tú de quién eres?” en toda regla, su comentario es como el acero:
“Fueron terribles enemigos míos,
de mi familia y mi partido, y tanto
que por dos veces los mande al exilio”
(Inferno X, 46-48)
Dante no se achanta y le espeta:
“Si fueron expulsados
dos veces, las dos veces regresaron,
un arte que los tuyos no aprendieron”
(Inferno X, 49-51)
Cuando a resultas de la conversación que tuvieron acerca del derrotero de los seres queridos de Farinata, que naturalmente no puede conocer al estar en el Infierno, el caudillo florentino decide asestar una estocada a su paisano Dante:
“Si ellos no aprendieron este arte,
me duele mucho más que este tormento.
Mas antes de que el rostro de la luna
brille cincuenta veces, tú sabrás
lo arduo que es el arte del retorno”.
(Inferno X, 77-81)
El lance de esgrima infernal continúa con las consecuencias que acarreó a Florencia la derrota en la batalla de Montaperti, la que tiñó de rojo las aguas del río Arbia y dio con los huesos de ocho mil florentinos en las mazmorras sienesas, pero me quiero centrar en la densidad del verso “lo arduo que es el arte del retorno”. El nostos, o retorno, es el gran tema de la literatura mediterránea desde los poemas homéricos. El dolor de los exiliados, a quienes el sol del exilio nunca calienta los huesos, es duro como la muerte y frío como el hielo. Perseverar en el exilio es un aprendizaje constante de la pérdida, pues el arte del retorno es el aprendizaje del no-retorno, la pérdida por antonomasia. Elizabeth Bishop lo condensó en unos versos perfectos:
El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, las horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
(…) Desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas (…)
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Puedo dar fe, como cualquier persona adulta, de la pérdida y de la dificultad del retorno. Aprendí de sobra el arduo arte del retorno, pues he tardado más de diecinueve años (diecinueve) en volver a la Toscana. Si vuelven a pasar otros diecinueve años sin regresar a estas tierras, tendré en ese momento setenta años y podré dar cumplida cuenta de lo arduo que es el arte del retorno. Volver, como Gil de Biedma, pasados los años, hacia la felicidad, para verse y recordar que uno también ha cambiado. No sé a qué divinidad debería invocar para que no pasen otros veinte años antes de regresar a la Toscana.