IBM, La película más pequeña del mundo. Parece que ahora se puede tener al alcance de cualquier ordenador una visión a escala de lo que, aunque forma parte de todo el mundo que conocemos, resulta que es infinitamente lejano a nuestra sensibilidad: los átomos.
Una vez este gran microscopio que ha dado posibilidad a la película ha sido capaz de expandir 100 veces el movimiento de los átomos, ya puede volver el ser humano a acostumbrarse a los cotos cerrados de algo lo suficientemente concreto como para almacenarse en el armario de la imaginación y producir una descarga en su razonamiento: bueno, ya hay una pregunta más que podemos contestar con relativa seguridad. Sedante para la visión y el oído, incluso se puede estimular el tacto con la fantasía simplemente al acceder al vídeo. El gusto ya no pero, ¿quién se acuerda del gusto?
El problema interesante se cierne ahora a lo que viene después de la descarga. El vídeo y la imagen se convierten en utensilios, pero ¿cómo se comprende la nueva situación? Se puede acceder ahora al mundo infinitamente pequeño, mover, ordenar, crear a partir de él. Se banaliza además esto de forma casi inmediata al pasar del resultado del esfuerzo de un microscopio gigantesco que tiene que trabajar en absoluto aislamiento al enlace de una web que puede copiarse una y otra vez.
La historia (los términos históricos de ocurrido) es la siguiente: Se le ordena al microscopio que los átomos se muevan, se graba, con lo cual movimientos por si solos anodinos pasan a ser primero un acontecimiento y luego un objeto, el objeto se multiplica para reproducirlo en los medios de comunicación, se difunde y se copia y se vuelve a copiar hasta que las copias son ya difíciles de controlar por una mano dirigente. ¿Se puede decir que entonces esto sigue siendo un objeto? Sí y no.
La difusión en el ambiente digital significa en primer lugar que se crea un objeto en materia de código web, un objeto literario por así decirlo, una sucesión de términos que significan algo determinado en un lenguaje, pero por otro lado esa conversión en un objeto digital no termina tampoco de tener un sentido unitario, pues enlaza a una y otra cosa, a cosas que ese objeto necesita también para completar su significado: por analogía es comparable al movimiento forzado de los átomos, la unidad que se ve en las dos cosas es simplemente una construcción irreal de una entidad que no lo es si no es en la medida que sirve como objeto de comprensión del ser humano.
En la última fase de este suceso, el cambio anodino que ha sido evento y que ha sido objeto vuelve a ser evento y, si todo sigue evolucionando, vuelve a ser otra vez mero cambio anodino, también en el entendimiento del hombre, sin que esto signifique que no pueda volver este proceso a empezar otra vez.
El objeto digital se convierte en un evento porque la copia y reproducción del mismo toma formas diferentes aunándose todas en su significado, que es un acontecimiento.
El evento pasa a ser en el entendimiento humano simple cambio de cosas porque el evento como tal incluye una descripción de lo que ha sido el principio del proceso. Es decir, cada uno entiende que es un contacto humano con lo inerte, con lo inerte que se le escapa de la vida cotidiana, aquí se produce entonces la descarga, la emoción: de lo incomprensible se ha creado belleza, se ha creado una película.
Entonces el proceso sigue continuando, sobre la misma cosa, de forma que parece infinita.
Se ha hecho de nuevo un objeto: la historia que se cuenta. Luego, esa historia se hará evento al hablar de ella y el evento mero cambio al volver a pensar de lo que ha sido hecho, en cómo ha sido generado. Luego toda la literatura que se ha creado al respecto volverá a hacer de aquello un objeto.
El funcionamiento de la forma de conocer del ser humano, el mar, la música, los átomos, nunca permanente pero nunca del todo incomprensible, nunca accesible del todo, nunca del todo extraño. El extranjero de Camus era en realidad cada cosa del universo, traspasaba la imaginación de la sociedad para aburrirse de ella una vez que la comprendía mucho y para envolver esa imaginación y hacerla parte de la neutralidad de las cosas mientras esa imaginación se sigue desarrollando y cobrándose vidas y creando sucesos. La emoción, la fuerza, la alegría estaba en comprender el mecanismo.
Una y otra vez volver al miedo y la esperanza, aquello de lo que Spinoza se ocupó tanto de advertir de su peligro. Después de eso siempre una y otra vez volver a la adecuación, al respeto, a la felicidad. Las dos partes no pueden existir la una sin la otra. Los midiclorianos de Star Wars eran la presencia de la fuerza en todo lo existente. Los jedis intentaban formar parte de ella al convivir en una armonía en la que se aprende a estar buscando constantemente. Ese buscar se convierte en un jedi en la forma de vida que puede adoptar una criatura que le permite proteger a todos los demás seres. En la medida que la filosofía que aparece en cada persona gira en este círculo que tiende a la infinitud, y en todos hay un poco de esa medida, el ser y el estar aparece tan turbulento e interesante como lleno de felicidad y protección.
El niño del vídeo con su átomo aparece como un paso a esa convivencia que a la vez de saciar curiosidad permite acercarse a reflexionar sobre la relación del ser humano con las cosas, consigo mismo y con la imagen del mundo que tiene para sí.
Así se puede ver como el final del vídeo era el mejor de los posibles: Piensa, que los átomos te acompañen.