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El ayer y el hoy de Las Hurdes

El ayer           

 

Durante mucho tiempo, mentar Las Hurdes era trasladarse a la macabra suposición de una desagradable realidad en la que se ubicaba una hirsuta leyenda. Pensando primera y erróneamente en un híspido paisaje, después, ante la hermosa vista uno comprueba con sorpresa que esos territorios lastrados por la crónica más negra son muy hermosos y amplios parajes donde sobra agua y falta tierra para cultivar, y donde el hombre nunca debería haberse establecido.

 

Ya en 1633, el salmantino Alonso Sánchez, en su libro De rebus Hispaniae, cuenta que en 1600 una pareja de amantes, huyendo de la cólera del duque de Alba, se refugian en Las Hurdes (relato que inspiró, pocos años más tarde, la comedia de Lope de Vega Las Batuecas del Duque de Alba) y escribe, al hilo de la confesión de los fugitivos, que sobre ese quebrado suelo habitaban “humanos, completamente desnudos, que se nutrían de castañas y bellotas”. En la propagación de este suceso, como señala Leandro de la Vega, “nacen Las Hurdes al verdadero conocimiento público”.

 

La condesa de Genlis, en su libro Les Battuecas (Las Batuecas asumieron la denominación de Las Hurdes durante mucho tiempo), fantasea describiendo una región en la que se “encuentra un gran número de cabañas hechas de follaje y un pueblo manso y tímido que habla un lenguaje desconocido y cuyo aspecto inspira mucho más temor que curiosidad. Visten ligeramente de pieles blancas; las jóvenes van coronadas de flores y los muchachos de hojas verdes; las madres jóvenes llevan en sus cabellos guirnaldas de espiga de cebada, símbolo de una dichosa fecundidad”.

 

En un extremo antagónico a estas declaraciones, que subyugaron a George Sand, la aciaga leyenda ha propagado que los hurdanos provenían de los godos, o de la población morisca o los judíos huidos o, para colmo, que hablaban en una extraña jerga. Incluso se les tachaba de “cruzados de lobo”, de “fieros brujos” o “auténticos demonios”. Hubo que aguardar a finales del siglo XIX y, sobre todo, al primer cuarto del siglo XX para clarificar esos equívocos y situar a Las Hurdes verdaderamente en la Historia. Fueron franceses los pioneros en denunciar la deficiente situación de la comarca y el mísero estado de sus habitantes. El doctor Bide, después de viajar a la zona, redacta un crudo informe para la el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, achacando al despotismo de La Alberca la injusta explotación de la zona y responsabilizando a esa fronteriza villa salmantina la propagación de la oscura leyenda: “Tan estúpidas patrañas han ido tomando cuerpo y, al prevalecer, han sido causa del olvido y abandono en que se ha dejado a aquellas comarcas hasta nuestros tiempos”.

 

Desde 1909 Maurice Legendre, que fue director de la Casa de Velázquez, autor de una historia de España y un ensayo sobre El Greco, visitaba el terreno publicando más tarde, en 1927, un libro de recuerdos, fidedigno inventario de la situación de Las Hurdes: Las Jurdes: étude de géographie humaine (en 2006 la Editora Regional de Extremadura publicó la versión en español). Esta obra de Legendre, además de altamente descriptiva, devino largo tiempo el más serio estudio antropológico sobre estos enigmáticos lugares. En su preciso texto, Legendre cae en la justa cuenta que hemos proclamado al principio: “Los muchos países de parecida topografía que existen, en el resto del mundo, son inhabitables y están deshabitados: carecen de geografía humana. Las Jurdes, no menos inhabitables, están sin embargo habitadas”. En esos bellos e ingratos parajes Legendre pudo ver “seres humanos de aspecto aterrador: niños raquíticos que intentaban escapar a la vista de un extraño, hombres cuyas mejillas, hundidas y ennegrecidas por la barba descuidada, llevaban las huellas del paludismo”.

 

Otros literatos curiosos han descargado tinta de sus plumas para escribir sobre Las Hurdes. Citemos a dos de ellos; ambos hacen hincapié en el problema del hambre, causante del nutrido acerico de restantes males que han acechado siempre, hasta un momento dado, a los necesitados pobladores de los accidentados rincones hurdanos. En el tríptico poético La Jurdana, de José María Gabriel y Galán, saltan poderosamente a la vista los desgarradores versos que abren el segundo poema: “¡Pobre niño! ¡Pobre niño! / Tú no ríes, tú no juegas, tú no hablas, / porque nunca tu hociquillo codicioso / nutridora leche mama / de la teta flaca y fría, / álveo enjuto de la fuente ya agotada”. En la segunda parte del poema ‘Dos paisajes’, Gabriel y Galán sueña unas Hurdes idílicas y escribe versos enfrentados a la implacable realidad: “Y unas madres con leche en sus pechos, / y luz en la mente, / y en las caras morenas, dulzuras / y risas alegres, // amansaban el pan de los suyos, / rezaban, bullían, / gobernaban la casa cantando, / ¡cantando la vida!”. Otro de sus poemas, ‘A Su Majestad el Rey’, conformando la trilogía destinada a cantar la miseria de Las Hurdes, fue recitado por el propio poeta ante el monarca con motivo de la visita de Alfonso XIII a Salamanca en 1904. Una de sus estrofas expresa: “Señor: En tierras hermanas / de estas tierras castellanas / no viven vida de humanos / nuestros míseros hermanos / de las montañas jurdanas”.

 

Miguel de Unamuno, que ya había hablado de Las Hurdes en Andanzas y visiones españolas, vuelve a hacerlo en su artículo ‘Sobre eso de Las Hurdes’, publicado en El Liberal el 22 de junio de 1922, donde cuenta que después de darse un baño en las tan transparentes aguas del río Malvellido (“entre peñascos –lo que allí falta es tierra–”), al pie de la alquería de Fragosa, “nos rodearon los misérrimos fragosanos al husmo de las escurrajadas de nuestra merienda”.

 

Porque lo cierto es que la híspida tierra hurdana, incomparable en su belleza, estaba incomunicada y sus pobladores no tenían apenas qué echarse a la boca: unas cuantas castañas, alguna patata, raros y escasos frutos del tiempo… De la cabra bebían su leche pero no comían su carne; únicamente si tenía la desgracia, o la suerte, de despeñarse. Sólo el vino aportaba calorías, diciéndose que se consumía diariamente a razón de más de tres litros por cabeza Y el progreso brillaba por su ausencia, viviendo la gente en reducidos cubículos junto a los animales; de grutas o pocilgas los designaba Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico, Estadístico e Histórico de España, publicado en 1847. Por supuesto que se desconocían la luz eléctrica y el teléfono. Los carros no podían circular, existiendo no más que angostas trochas. Sólo los “panaderos”, mendigos que salían de la comarca, podían abastecer a sus habitantes de unos cuantos mendrugos, sin paliar una acusada desnutrición. Existía un recurso engañoso, a la vez favorecedor y perjudicial, el de los pilus (pilos, niños expósitos), por el cual las familias hurdanas recibían ingresos, de dos o tres pesetas diarias, al recibir de las inclusas de Salamanca, Cáceres o Plasencia, niños para criar. Por un lado, los infantes hurdanos corrían el riesgo de hallarse descuidados de una madre que amamantaba preferiblemente al expósito que le proporcionaba renta; pero, por otro, se mejoraba la raza, exhausta de reproducirse frecuentemente por consanguinidad.

 

1922 fue un año decisivo en lo que se ha llamado la redención de Las Hurdes. El conde de Romilla, diputado monárquico por el distrito de Hervás, clamó contra el abandono, motivando que Vicente de Piniés, ministro de la Gobernación, encargase a una comisión médica, en la que figuraba Gregorio Marañón, un informe sobre lo que ocurría. Se viajó a Las Hurdes en el mes de abril y a la vuelta Marañón, tajante, dictaminó que “el problema de Las Hurdes es puramente sanitario. La alimentación, increíblemente insignificante en cantidad y calidad, es, se comprende que con el paludismo, aunque de una manera menos aguda que el hambre, la causa primordial de la degeneración de los hurdanos”. De forma que el hambre, de modo terminante para el doctor Marañón, que redactó un jugoso cuaderno de campo y escribió varios artículos en la prensa del momento, era la causa principal del bocio, del paludismo, del raquitismo, del cretinismo que padecían los pobladores de Las Hurdes; esto último debido además a las intensas relaciones consanguíneas, como acabamos de anotar, e incluso incestuosas. Acuciado por el problema, poco después Alfonso XIII visitó la comarca, recorriéndola, como no podía ser de otra manera, a caballo. Esta noticia es de sobra muy conocida y abundantemente glosada. Se creó un Real Patronato y se fueron aplicando soluciones, como la repoblación forestal, apertura de consultorios, escuelas, hospitales, carreteras… En los primeros años del franquismo se incrementaron las ayudas, y el dictador volvió a viajar a Las Hurdes, como su antecesor monárquico, en 1945.

 

En 1932, el realizador cinematográfico, y destacado miembro de la Generación del 27, Luis Buñuel quiso plantear la denuncia de la precaria situación filmando in situ su documental Las Hurdes, tierra sin pan. Se basó en los escritos de Legendre. Alojado el equipo en el convento de San José del Monte de Las Batuecas, camino de La Alberca, las localidades elegidas para el rodaje fueron las alquerías de Martilandrán y Aceitunilla, ambas situadas en Las Hurdes altas, muchísimo más desgraciadas que las bajas. (Leandro de la Vega anota que “Las Hurdes bajas son realmente pueblos y tierras perfectamente entroncados en el resto de Extremadura, mientras que las altas, las que fueron de la Alberca, acusan ese abandono y retraso en exceso pronunciado”).

 

Durante el mes y medio que duró el rodaje, y desde aquel convento, que tenía la ventaja de tener teléfono que les comunicaba con el mundo exterior, la camarilla de Buñuel se levantaba a las cuatro de la madrugada para llegar a esas alquerías hacia el mediodía. Trabajaban hasta las tres de la tarde, emprendiendo entonces el regreso. En el convento hacían la única comida del día. A este respecto Buñuel declara: “Los primeros días intentábamos tomar el lunch en el lugar donde trabajábamos pero todo el mundo salía a vernos comer. Nos miraban ávidamente y los niños se lanzaban a recoger las peladuras de salamis o trozos de pan que nosotros despreciábamos. Por esta razón decidimos no volver a comer durante el trabajo”.

 

La República, tan politizada, que siempre se había desinteresado por el territorio, prohibió el filme. En primer término se censuró la secuencia inaugural de la fiesta de los maridos en el Día del Trago en la Alberca, mostrando las rudas imágenes de los gallos decapitados. En cuanto a las críticas por su falta de objetividad, claro que Buñuel exageró algunas escenas, mas con el fin de surrealizar su película: muerte de un burro por abejas, a plena luz del día, al caer las colmenas que transportaba, cuando en verdad la miel de Las Hurdes se exportaba de noche; filmación del despeñamiento de una cabra, pagada por Buñuel, no accidentalmente, sino impactada por el revólver de cineasta, escena que la cinta graciosamente exhibe con el humillo del disparo; “pero no podíamos repetir la escena porque los hurdanos nos hubieran agredido indignados”, aclara el genial aragonés. Fuera de trucos cinematográficos (el maestro era el compañero Rafael Sánchez Ventura, el niño muerto sólo estaba dormido…), los cretinos que saca Buñuel en su obra (crudas estampas muy goyescas, solanescas) eran reales habitantes de Las Hurdes.

 

Cuando, a pesar de la prohibición, la película se pasa, en sesión privada, en un cine de la Gran Vía, a instancias de Buñuel asiste Marañón, quien dolido le replica al cineasta: “Ha ido usted a La Alberca y todo lo que se le ocurre hacer es recoger una fiesta horrible y cruel en la que arrancan cabezas a gallos vivos. La Alberca tiene los bailes más hermosos del mundo y sus charros se visten con trajes magníficos del siglo XVII. Y le advierto una cosa, Buñuel: en Las Hurdes yo he visto pasar carros ubérrimos cargados de trigo”. A lo que Buñuel contesta: “¿En Las Hurdes carros cargados de trigo? Pero si he estado en diecisiete alquerías donde ni siquiera se conoce el pan. Habla usted como un miembro del gabinete Lerroux. Adiós”. Posteriormente, estas discrepancias manifestadas por el célebre médico las comentaba así Buñuel con Max Aub: “En cuanto a que filmé lo peor, era verdad. Si no, ¿a qué iba?”.

 

 

El hoy

 

Hoy la normalización de Las Hurdes es total y no existe nada de aquellas antiguas lacras. Buen asfalto en cómodas carreteras adaptadas adecuadamente al terreno. Hay bares, tiendas, buenos restaurantes y hoteles. Cobertura para el teléfono móvil y correctos servicios (sanitarios, de educación, de abastecimiento) para el censado y para el forastero. Eso sí, sólo se atisba la nefasta secuela del pasado observando a ciertos supervivientes que superan los ochenta años: muy baja estatura, piernas arqueadas, cuello afectado por las terribles enfermedades de otrora.

 

Desde Plasencia, entrar en la comarca de las Hurdes lleva una hora. A medida que el trazado se curva, cruzamos generosos caudales de agua. Si proyectamos un gozoso fin de semana en esta peculiar mancomunidad, recomendable es ir primero, en el atardecer, a contemplar el Meandro del Melero, en el límite oriental de la comarca, formado por el río Alagón. En las proximidades de Riomalo de Abajo se puede apreciar espléndidamente desde el mirador de La Antigua, accediendo a una suprema vista natural, muy espectacular. Muy cerca, en la alquería de Las Mestas, nos acogerá la sin par hospedería Hurdes Reales, perteneciente a la Junta de Extremadura, un “cuartel general” magníficamente situado, con excelentes vistas, impecable decoración, confortables habitaciones, buen precio y una atractiva oferta gastronómica.

 

El sábado, por soberbias alturas, las más espectaculares de la región, contemplando extensísimas y atrayentes faldas verdes muy abismales, saldremos en dirección a Ladrillar, nos detendremos en el reducto semi-abandonado de Riomalo de Arriba para poder comprobar cómo fueron, de barro y pizarra, las genuinas casas hurdanas. Divisando rumorosos panoramas, hallaremos en nuestro paso las pintorescas alquerías (pedanías dependientes de los seis municipios de las Hurdes: Ladrillar, Casares de las Hurdes, Nuñomoral, Caminomorisco, Pinofranqueado y Casar de Palomero, este último de incorporación reciente al territorio), esos solares “buñuelescos” y “unamunianos”: La Aceitunilla, Fragosa, Martilandrán… En Casares de las Hurdes haremos un provechoso alto en uno de sus adecentados bares y veremos cómo el campanario de la iglesia está curiosamente separado del templo. Nos acercaremos al Chorro de la Meancera, junto a la alquería El Gasco, para ver una altiva caída de agua. De allí nos desviaremos a las Hurdes bajas para comer en Pinofranqueado, preferiblemente en el restaurante El Puente, a orillas del idílico río Los Ángeles, terminando la jornada en el bellísimo remanso que produce la Cascada de los Ángeles, cabe Ovejuela, por senda bien señalizada. El domingo por la mañana dejaremos la hospedería, tras el buen y copioso desayuno, dirigiéndonos a La Alberca, apurando Las Hurdes en el hondo paisaje que sirve el paso por Las Batuecas, camino ya de Salamanca.

 

 

 

 

Amador Palacios (Albacete, 1954) es poeta, ensayista y traductor. Como traductor ha puesto en español la poesía de Cesário Verde, Camilo Pesanha, Lêdo Ivo y Vinicius de Moraes, entre otros poetas portugueses y brasileños. Estudioso del movimiento vanguardista el Postismo, es biógrafo de Ángel Crespo y Gabino-Alejandro Carriedo. En la actualidad ultima una biografía del poeta Dionisio Cañas. Crítico y columnista del suplemento ‘Artes & Letras’ del diario ABC en su edición castellano-manchega. En FronteraD ha publicado Si fuésemos centaurosSobre ateísmo, sobre religiosidad, sobre Cristo y Autobiografía apócrifa de Gabino-Alejandro Carriedo. Dentro de la poesía comprometida.

 

 

 

 

Orientación bibliográfica

 

 

Buñuel, Luis. Las Hurdes, tierra sin pan (película). YouTube. URL: https://www.youtube.com/watch?v=DKA5dyBKzoo

 

Gabriel y Galán, José María. Poesías Completas (2 tomos). Madrid, Afrodisio Aguado, 1946.

 

Gibson, Ian. Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal. 1900-1938. Barcelona, Punto de Lectura, 2015.

 

Legendre, Maurice. Las Hurdes. Estudio de geografía humana. Traducción de Enrique Barcia Mendo. Badajoz, Editora Regional de Extremadura, 2006.

 

Unamuno, Miguel de. Andanzas y visiones españolas. Edición de José Luis Herrera. Barcelona, Círculo de Lectores, 1988.

 

Vega, Leandro de la. Las Hurdes, leyenda y verdad. Madrid, Ediciones del Servicio Informativo Español, 1964.

 

VV. AA. Viaje a Las Hurdes. El manuscrito inédito de Gregorio marañón y las fotografías de la visita de Alfonso XIII. Madrid, El País-Aguilar-Fundación Gregorio Marañón, 1993.

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