Cuando la música se pare, ellos seguirán bailando. Les dijeron que debían hacerlo hasta que la muerte los separe, pero nadie les aclaró qué era la muerte. La muerte no son tres semanas sin palabras. Eso es, se me ocurre, un barbecho bloguero. Las líneas con su abono, pero sin mi estiércol para sembrar después el párrafo. El post por labrar mientras Pablo removía en espera con su azada, sin texto ni excusas. Yo descubría entretanto que donde hubo soledad, también escampa. Anoche confesaba que, en realidad, no me termino de encontrar en el formato. Uno de los tres jueves —19 y 26 de junio y 3 de julio— dejé que el tiempo se escurriera sin salir al campo. Como si quisiera purgar —con hierbas o alguna infusión— mi estilo. A cambio, he mirado como pocas esta imagen. El anillo del anular. El abanico. El reloj de los días de guardar que el resto de la vida se guarda —ahora sí— en el joyero de las herencias. Él ha envejecido con pelazo. Suena la trompeta y D183 cierra la ventana salmantina que abrió.