La poesía es la Hégira del espíritu, a partir de ella se fechan sus efemérides, antes de ella todo esperaba. La poesía es el reinado.
Silenciosamente, en algún momento de 2009, mientras la artrosis carcomía las articulaciones de Europa, algunos las llaman fronteras, más al sur nació el africano mil millones. África es el continente con mayor crecimiento demográfico. Esto causa alarma entre los democráticos y blanquísimos talibanes raciales: se anuncian negros tsunamis humanos que corromperán nuestra identidad. Semejante manera de pensar proviene de unos países que se han pasado el último medio milenio cambiando la identidad de otras culturas por las buenas o por las peores. Hoy, catorce de cada cien personas viven en África y el porcentaje aumentará en las próximas décadas. Habrá a quien le parezca mucho: en realidad en 1600 los africanos suponían el 17% de la población mundial. Sin embargo tres siglos después, en 1900, ya sólo eran el 7%. Lo que sucedió entre medias es bien sabido: el tráfico de esclavos.
Fue la mayor migración involuntaria de la historia. En trescientos años entre doce y veinte millones de hombres, mujeres y niños fueron arrancados de África y obligados a cruzar el Atlántico; el veinte por ciento murió por el camino. En 1781, el capitán de un navío esclavista inglés (los ingleses llevaron tantos africanos a América como todas las demás potencias coloniales juntas), que había zarpado de África Occidental hacia Jamaica, al ver que el agua potable escaseaba decidió arrojar por la borda a 132 esclavos para poder reclamar el valor de sus seguros, algo que no podía hacer si morían de ‘muerte natural’. La compañía aseguradora llevó el caso a los tribunales donde perdió: el juez dijo que de acuerdo con la ley matar esclavos no se diferenciaba en nada de matar caballos. Conocer la historia no tiene por qué hacernos sentir culpables pero sí debe impedir que seamos hipócritas.
A los esclavos se les encadenaba en hileras y eran encerrados en la bodega de los barcos. Pasaban meses hacinados, sin aire, a menudo se les tendía pies junto a cabeza para que cupieran. Según un testigo, ‘tenían tanto espacio como un hombre en su ataúd’. El poeta chileno Pablo Neruda escribió hace medio siglo este poema:
EL BARCO
Pero si ya pagamos nuestros pasajes en este mundo
¿por qué, por qué no nos dejan sentarnos y comer?
Queremos mirar las nubes,
queremos tomar el sol y oler la sal,
francamente no se trata de molestar a nadie,
es tan sencillo, somos pasajeros.
Todos vamos pasando y el tiempo con nosotros:
pasa el mar, se despide la rosa,
pasa la tierra por la sombra y por la luz,
y ustedes y nosotros pasamos, pasajeros.
¿Entonces, qué les pasa?
¿Por qué andan tan furiosos?
¿A quién andan buscando con revólver?
Nosotros no sabíamos
que todo lo tenían ocupado,
las copas, los asientos,
las camas, los espejos,
el mar, el vino, el cielo.
Ahora resulta
que no tenemos mesa.
No puede ser, pensamos.
No pueden convencernos.
Estaba oscuro cuando llegamos al barco.
Estábamos desnudos.
Todos llegábamos del mismo sitio.
Todos veníamos de mujer y hombre.
Todos tuvimos hambre y pronto dientes.
A todos nos crecieron las manos y los ojos
para trabajar y desear lo que existe.
Y ahora nos salen con que no podemos,
que no hay sitio en el barco,
no quieren saludarnos,
no quieren jugar con nosotros.
¿Por qué tantas ventajas para ustedes?
¿Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?
Aquí no están contentos,
así no andan las cosas.
No me gusta en el viaje
hallar, en los rincones, la tristeza,
los ojos sin amor o la boca con hambre.
No hay ropa para este creciente otoño
y menos, menos, menos para el próximo invierno.
Y sin zapatos ¿cómo vamos a dar la vuelta
al mundo, a tanta piedra en los caminos?
Sin mesa ¿dónde vamos a comer,
dónde nos sentaremos si no tenemos silla?
Si es una broma triste, decídanse señores,
a terminarla pronto,
a hablar en serio ahora.
Después el mar es duro.
Y llueve sangre.
Para leer a algunos poetas hay que abrir los párpados como Núñez de Balboa. Mi ambición en la vida es convertirme en una nota a pie de página de un verso de Pablo Neruda, un verso perteneciente al Soneto LXXX de su libro Cien Sonetos de Amor. Así empieza el segundo cuarteto: ‘Para todos los hombres pido pan y reinado’. Para todos los hombres pido pan y reinado. No concibo más noble modo de uncir los días de la existencia que este alejandrino.