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Mientras tantoEl baúl del editor

El baúl del editor

De libros raros, perdidos y olvidados   el blog de Carlos G. Santa Cecilia

 

Cuenta en sus memorias Tom Maschler (Trama, 2009) –uno de los mejores y más influyentes editores de la segunda mitad del siglo XX– que comenzó su trabajo en la editorial Jonathan Cape poco después de que Ernest Hemingway se pegara un tiro. Mary, la viuda del escritor, a la que había conocido en la sede de la editorial en Londres, le invitó poco después a que la visitara en el rancho de Ketchum, Idaho. Fue a buscarle al aeropuerto en un destartalado Cadillac verde descapotable y le condujo por un paisaje de película del Oeste hasta una casa de madera rodeada de frondosos bosques en la que aún resonaba el disparo del rifle de Hemingway.

 

Mary había solicitado sus servicios para recomponer y terminar el libro en el que Papá estaba trabajando. Abrieron un baúl, atestado de recortes de prensa y hojas manuscritas sueltas, y no encontraron el menor indicio de la forma que hubiera querido dar el autor a todo aquel enredijo. Durante los seis días que permaneció allí fue leyendo y colocando por orden cronológico el material que le pareció más significativo, con ayuda de la viuda, que se trasegaba una botella de whisky al día. Había varias versiones de un mismo acontecimiento y muchas referencias a los autores que había conocido: Ford Madox Fox, James Joyce, Scott Fitgerald… Una mañana Maschler leyó una frase de Hemingway en la que afirmaba que, en aquella época, “París era una fiesta”.

 

“Es probable que mi familiaridad con el libro me dé una visión sesgada, pero lo considero una pequeña obra maestra”, afirma Maschler, al que por una vez se le escapa la vanagloria. La edición es un oficio –que yo he adoptado en mi tercera reencarnación– en el que conviene que no se deslicen estas consideraciones –ni siquiera mentales–, que a nada conducen, porque tu misión es que brillen el autor y la obra. Corregir una imprecisión, apuntar un adjetivo y tachar mucho de lo que sobra, algo que en los periódicos se hace con normas y el libro de estilo a la vista, pero que en los libros es fruto de la experiencia y de la intuición. Se trata de conseguir la obra que te gustaría leer, que por supuesto no es tuya.

 

Acabo de terminar la edición de La verdad sobre el caso Segarra, de Joaquín Campos, un relato apasionante y apasionado que se sumerge en el terrible asesinato de un brillante consultor español, David Bernat. Su cadáver fue descuartizado y uno de los trozos emergió, en una bolsa de basura, del río Chao Phraya a su paso por Bangkok. Su dinero, un millón de dólares, fue interceptado en las cuentas bancarias de otro español, Artur Segarra, que huyó a Camboya al saberse perseguido, atravesando una zona minada de la época de los Jemeres Rojos. Campos le entrevistó antes de su deportación a Tailandia y su exclusiva, que en España publicó El Mundo, fue noticia el pasado mes de febrero en medio mundo.

 

Unos meses antes, Segarra había visitado el restaurante que regenta Campos en Phnom Penh, Quitapenas, buscando un plan de fuga. Tenía antecedentes, por robos y estafas en España, de donde había huido también en el último momento, antes de que se cursara la orden de busca y captura. Desde que pisó el país por primera vez en 2008, había entrado en Tailanda más de doscientas veces. Prófugo de la justicia española, tenía que salir y volver a entrar cada tres meses, con visado turístico, y su drama consistía en que no cabían más sellos en las hojas de su pasaporte. Campos entrevista a decenas de testigos, amigos de la depravada noche de Bangkok, exnovias, prostitutas; presta declaración ante la policía, critica a los diplomáticos españoles, recibe presiones y amenazas… Nos conduce en definitiva por un mundo extremo de expatriados, desheredados y delincuentes que se unen en lo más profundo de la noche a sus compatriotas españoles como náufragos a la deriva buscando una amistad que en este caso resultó fatídica.

 

¿Cómo editar un reportaje de investigación que no es un reportaje de investigación según las normas establecidas, sino un relato escrito con las vísceras? ¿Cabe acotar el relato con comprobaciones y prescindir del furor narrativo del autor? Si hablamos del nuevo periodismo, tan recurrente entre los periodistas desde hace tanto tiempo, habría que concluir que hoy es el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación y libros como este. Es lo que debe rebuscar el editor en el baúl (disculpen la vanagloria).

 

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