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El bien perdido

Debe de ser Madrid, sí, este dibujo de calles y de cielo; uno no sabe por dónde van los peatones.

 

Atrás queda la borrasca de las Navidades, que se ha llevado, con la lluvia, las luces de la ciudad y el remolino de cava y de regalos.

 

En la calle Alcalá, acera izquierda, viniendo de Sol, me detiene una mujer pelirroja, que camina ayudándose de un par de muletas. 

 

«¿Podría indicarme», pregunta, «dónde hay por aquí una tienda de motos?».

 

No lo sé, la verdad, le digo.

 

Ella insiste, señalándome con una de las muletas: «Es que me tiene que comprar usted un casco. He perdido un cerebro muy importante».

 

Entiendo el drama, me despido. «Feliz 2010», intento murmurar o sólo pienso, mientras la veo alejarse hacia la puerta de Alcalá y cojeando, como intentando regresar hacia un año ya desaparecido. 

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