Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoEl Bombón de Murcia

El Bombón de Murcia

El dueño pálido de la tabaquería   el blog de Ernesto Pérez Zúñiga

 

La encuentro en una calle estrecha que desemboca cerca de la Puerta del Sol, una calle repleta de bares y de personas encargadas de cazar clientes. Ofrecen pequeñas tarjetas brillantes, folletos multicolores que contienen el sueño de la ebriedad y la saciedad: licores, trozos de carne sazonados, hongos a la plancha, cerveza doble a mitad de precio, crustáceos cocidos, la piel del cerdo frita en tiras. Los turistas y los ciudadanos recorren la calle como si no fueran miembros de una misma especie, en la ficción de ser ajenos los unos a los otros, convencidos de que el mutuo e irónico desprecio no está relacionado con un instinto territorial.

 

A diferencia del resto de los cazadores –que no me tocan-, ella me detiene agarrándome suavemente del brazo. Ha realizado un movimiento tímido, lisonjero, sensual con la misma mano con la que ahora se toca el pelo, rizado y quemado varias veces en la habitación donde vive. Los ojos se mueven oscuros y nerviosos dentro de la piel muy blanca. Intentan acompañar brillando la bonita sonrisa de sus labios pintados. Me invita a entrar en uno de los bares. Enumera la lista de viandas, el humo, la intimidad donde un hombre puede charlar con una chica como ella. Niego con la cabeza, sonrío, me despido sin moverme y atrapado por el péndulo vivo de sus ojos. «Me llaman el Bombón de Murcia», termina diciendo para que pregunte por ella la próxima vez. Es entonces cuando vuelvo a caminar y cuando la noche perfila los escaparates iluminados de los bares.

 

Me la encuentro otra vez a las diez de la mañana en un paso de peatones, esperando a que el semáforo luzca verde. Es el Bombón de Murcia, no hay duda. Sus ojos se mueven a una gran velocidad nerviosa observando los coches que pasan. No me reconoce, desde luego, entre tantos rostros que ha tenido delante del suyo, escépticos, impacientes, halagados. Su pie derecho, con tacones de plástico, avanza y retrocede sobre la acera, con un ritmo similar al de sus globos oculares. Tiene prisa. De pronto los coches se ausentan, aunque el semáforo sigue en rojo para los peatones. A pesar de ello, cruzamos. Sólo ella se queda atrás; adelantando y escondiendo, una y otra vez, su débil zapato de tacón. 

Más del autor

-publicidad-spot_img