¿Quién me iba a decir a mí que en el siglo XXI en lugar de vivir en un mundo de bienestar y paz, asistimos al corte de las libertades quitándonos el rostro? Si, se que ha sido por razones sanitarias. Pero…¿quién ha sido el culpable de tanta irresponsabilidad? Tenemos a políticos que han cerrado los oídos durante años ante la cantidad de informes científicos que advertían de la llegada de una pandemia sino se hacían las cosas bien, si no se protegía y reforzara la sanidad, sino se realizara inspecciones sanitarias en los alimentos que tomamos, sino dejáramos de exterminar a los animales salvajes con un frecuente y abusivo tráfico de especies, sino conserváramos los ecosistemas de la Tierra.
La política mundial debe de cambiar hacia un sistema más abierto y comprometido, más justo y totalmente separado del sistema judicial y de las multinacionales. Aunque el virus es la causa de los confinamientos y muertes que están ocurriendo en el mundo, los políticos son los responsables del bienestar de los ciudadanos y no pueden echar balones fuera achacando que el virus ha venido caído del cielo y nos ha cogido a todos desprevenidos. Mentira. Ya se sabía que algo parecido tenía que ocurrir y los responsables de los países metieron su cabeza en el agujero de la ignorancia…¡espero que no me toque estando yo en el poder!
Ahora nos han quitado el rostro, los abrazos, los besos, la humanidad y nuestros sentimientos. Cuando vas por la calle sin mascarilla pero guardando la distancia de seguridad que por ley está establecido, observas en los ojos de las personas un odio indescriptible. El miedo que nos han inculcado, hace que dejemos de ser personas para convertirnos en robots que deambulan por las calles intentando huir los unos de los otros.
Siento una profunda tristeza al ver como en mi propio país que tanto se las da de “progre” con un Ministerio de Igualdad, existan colas enormes de personas que buscan la caridad de una comida porque están en el paro y no pueden pagar sus recibos ni comprar comida. Temporeros que llegan a nuestros campos y viven hacinados en casas o en la misma calle durmiendo en cartones para recoger la cosecha que después comemos en nuestras mesas. Políticos sin escrúpulos que no son capaces de habilitar lugares para que puedan vivir dignamente. Emprendedores autónomos que tenían su negocio y han tenido que cerrar ante un “estado de alarma” que podría haberse evitado si se hubieran hecho las cosas bien y una crisis económica que se avecina y que causará graves daños a los de siempre.
Cuando voy por la calle, ya no me fijo en las personas que se cruzan. No las reconozco. Van con la cara tapada y se separan de ti como si tuvieras la peste. Cuando entramos en los establecimientos, nos ponemos el bozal como verdaderos cuatreros del oeste preparados para asaltar una diligencia.
Que conste por si alguien puede pensar lo contrario, que no estoy en contra de la prevención ni del uso de las mascarillas si son necesarias. Solo expongo que todo lo que estamos viviendo se podría haber evitado si tuviéramos a nivel mundial, una clase política y responsable. Pero no es así. Y ahora nos vemos sometidos a borrar nuestra cara, nuestro yo, a ser interrogantes caminando por las sendas de la ciudad marcada por el miedo.
Pero a pesar de todo ello, a pesar de que Naciones Unidas está advirtiendo que debemos entrar la naturaleza en nuestras vidas, que tenemos que respetar la biodiversidad de nuestro planeta….todo continúa igual. Los políticos atacándose los unos a los otros. El Congreso que más bien parece una guardería donde las rabietas y los insultos son frecuentes, en lugar de poner soluciones efectivas, se siguen llevando sus sueldos exagerados, abultados en comisiones y en complementos para gastos de transporte que no utilizan. Privilegios de siempre que ya algunos en el poder han olvidado sus promesas cuando estaban en la rebelión social del 15M.
¿Es este el bozal de la nueva normalidad que nos quieren implantar?
Prefiero ponerme la careta del inconformismo, de la indignación más absoluta. No podemos permitir que los políticos y las gestiones que se han realizado en las residencias de ancianos y en las Comunidades así como en el propio gobierno, salgan de rositas sin ninguna dimisión, sin ser acusados en las sedes judiciales, sin responsabilidades políticas. Lavándose las manos como Poncio Pilato y tapándose la cara de sus vergüenzas si es que la tienen.
Allí quedan en sus tumbas sin recibir el adiós miles de personas en el más profundo silencio. Autónomos que han cerrado y sus vidas son ahora un infierno. Trabajos perdidos donde sus voces y sus lágrimas desgarran la España de siempre. Inmigrantes que recogen el fruto de los campos olvidados entre cartones y miseria consentida. Caras de nadie en una sociedad de miedo. Políticos arrogantes que siguen saliendo en los medios como salvadores ficticios. Lágrimas que caen en un mundo que no tiene solución alguna y que tarde o temprano solo seremos cenizas de una civilización que quiso ser y no fue, no porque no pudo, sino porqué la arrogancia ahogó la verdad y la razón.
¿Qué vendrá después?