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El bricolaje creativo como estética de la resistencia. Antón Patiño y el eclipse de lo real

La lúcida afirmación de Antón Patiño de que “cada generación está fundada en un universo simbólico de risas compartidas” podría complementarse, tras leer su libro Todas las pantallas encendidas. Hay un vínculo generacional gracias a la “zona bibliográfica” en la que se mueve: el diagnóstico de Walter Benjamin sobre la percepción distraída en el arte sometido a reproducción técnica. La nueva modulación de la tecnofilia mcluhiana que lleva al hallazgo condensado de que “el miedo es el mensaje”. La certeza de que estamos en un momento de crisis de la mirada y de parloteo, en términos deleuzianos, que impide que se escuche algo con sentido. Una descripción de nuestra “vida dañada” en un tono heredero de la crítica cultural de Adorno. La colonización del mundo de la vida, trazada por Habermas. El final definitivo de “la época de la imagen del mundo” en una destrucción de la metafísica (ese momento hiper-nihilista que consumaron Heidegger y, con una escritura obsesiva, Derrida) o la crítica que Debord planteó a la sociedad del espectáculo hace cincuenta años.

 

Patiño considera que el arte es uno de los sismógrafos más reveladores de los cambios sociales y de los nuevos paradigmas. Estamos en una encrucijada política, social y cultural, confrontados con síntomas mórbidos (cuando lo antiguo ya no tiene validez y lo nuevo, algo que apuntó Gramsci, no termina de consolidarse). Somos, sin ningún género de dudas, espectadores cautivos, sometidos (voluntariamente) al arresto domiciliario, fantaseando un nomadismo mediático que no es, a la postre, otra cosa que sedentarismo conectivo. Sobre-vivimos en un presente continuo, hechizados por una visualidad hegemónica que produce ceguera: “Eficaz panóptico expandido convertido en espectáculo de su propia autoalienación, que construye un gigantesco cráter en la trama de lo real, un amplio espacio de penumbra. Una inmensa región de sombra. Auténtica zona cero, un paradójico ámbito ciego. El eclipse de lo real, cuando el mundo es suplantado por la hiperrealidad de una ficción espectacular a través de la industrialización de la percepción y la aceleración del tiempo”.

 

La consideración principal de este libro que intenta dar cuenta del mundo-zapping es que “vivimos en un mundo acelerado, zarandeados entre el kitsch y el shock”. Patiño describe un nirvana tecnológico cuando las pantallas nos afectan incluso aunque no estén conectadas a nada, reducidas a textura de nieve y ruido parasitario. Las sociedades de control completa la expansión de la lógica de los no-lugares: nuestro horizonte es el de un absoluto desierto emocional. La indagación de Jonathan Crary sobre el capitalismo al asalto del sueño, desplegada en su libro 24/7 (editorial Ariel, Barcelona, 2015) se combina, en estas densas páginas, con la recuperación lo “siniestro” freudiano que nos permite advertir que estamos atrapados en una familiaridad-abyecta. El tsunami de las redes contemporáneas arrastra todo tipo de trivialidades: “La fobia de lo repetitivo –apunta Regis Debray– y el miedo de aburrir terminan por provocar aburrimiento y reiteración. La oleada de actualidad, ese “mar siempre renovado” en el que cada ola se deshace en otra que en el fondo es la misma, recuerda una nauseabunda eternidad. […] Liberarse de la fascinación del presente para recuperar el orden de las causas y el sentido del presente para recuperar el orden de las causas y el sentido probable es ante todo liberarse de la fascinación de las imágenes transmitidas a la velocidad de la luz”.

 

Frente a la narcolepsia colectiva contemporánea y la inercia de los acontecimientos, la derrama lo banal en todas direcciones, Antón Patiño tiene el coraje de formular lo que hace falta, sintetizado como una resistencia poética y artística que active el resorte de la duración frente a la creciente disipación y propicie un reencantamiento del mundo. La defensa de una creatividad insurgente y vital implica superar la deriva superficial de la “mirada distraída”, tratando de escapar de los rituales carentes de intensidad de la McGlobalización pretendidamente cultural. “Respuesta de la insurgencia de un bricolaje creativo –apunta Patiño con su prosa sincopada–, una amalgama popular heterogénea que despliega un imaginario de resistencia. Que postula una creativa guerrilla multicolor contra los mecanismos de dominación. Que invoca la política vitalista de la libertad. Una artesanía de la supervivencia”. Necesitamos, en plena epidemia de la tontería, cuando la estética se hace a golpe de like y la política a ritmo de tweet, un poco de silencio, activando el nihilismo en un retorno, virtualmente “revolucionario”, a la melancolía. La resistencia creativa exige algo tan paradójicamente difícil y, al mismo tiempo, manifiestamente sencillo, como jugar de nuevo, con la seriedad de un niño y, a la manera nietzscheana, con una intensa conciencia trágica.

 

El arte es el lugar, como apuntó Deleuze, donde la imagen puede convertirse en acontecimiento. Tenemos, según Patiño, que atravesar el laberinto del presente, esa red intrincada de pulsiones, un rizoma sin principio ni fin, aberrante o heterotópico como las cárceles piranesianas, un verdadero mapa de la incertidumbre. En este libro vuelve a constatar, como ya hiciera en Caosmos, que ya no heredamos, más que una imagen del mundo, una continua disgregación: “Herederos de los cristales rotos (los restos astillados en pedazos) del proyecto moderno, definidos por una condición fragmentaria (de la que emerge una sensibilidad descentrada y radicalmente inestable). La cartografía convulsa de un tiempo de aceleración histórica”. Frente al cloroformo mediático y la letanía audiovisual, Patiño indica que todavía es posible experimentar el placer de descubrir, sentir y escuchar. 

 

Según Patiño, existen propuestas de interés, “pero es necesario hacer el esfuerzo de buscarlas, no suelen estar en primera línea de la oferta (donde predomina en general la trivialidad)”. En Todas las pantallas encendidas va dejando caer algunas referencias fundamentales de artistas que pugnan por recuperar lo que llama el “sentimiento originario” como hiciera José Ángel Valente. Entre los creaciones que nombra, en una acelerada constelación de afinidades, están las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, los aforismos de Karl Krauss, los versos luminosos de Carlos Oroza, Andrés Sánchez Robayna o las palabras “exactas” de Juan Ramón Jiménez. No faltan alusiones a artistas plásticos como Mario Merz, Richard Long, Donald Judd, Jorge Oteiza o los arquitectos Álvaro Siza, de Manuel Gallego, de César Portela. Algunos lugares, a los que califica de “universales”, son también convocados para exorcizar la “desforestación emocional del mundo”: El Valle del Sar en Rosalía de Castro, la baija de Lisboa de Pessoa, la Habana de Lezama Lima, el Giverny de Monet, el mont Sainte-Victoire de Cézanne, el Midi de Van Gogh, el Toledo del Greco, el Dublín de Joyce, Targu Jiu de Brancusi, el Chillida-Leku o El peine de los vientos.

 

Aunque oscilamos, como repite una y otra vez en este texto, entre el kitsch (una pantanosa “promesa de felicidad” que se agota al instante) y el shock (administrado como si fuera “el tratamiento Ludovico” de La naranja mecánica), podemos todavía desplegar lo que califica como un activismo situacionista, cumpliendo la paradoja de ser modernos y, al mismo tiempo, regresar a las fuentes. En buena medida, la misma prosa ensayística de Patiño es un ejemplo de bricolaje vitalista incluso cuando da cuenta de una época desquiciada. Esa singular “pirotecnia discursiva” de este pintor que es un lector voraz y un escritor apasionado sacrifica la subordinación argumental en beneficio del destello de las pequeñas cosas de la vida. Patiño cita, casi de forma conclusiva, a Blanchot que consideraba lo cotidiano como algo que no se deja aprehender: “Se escapa, pertenece a la insignificancia, y lo insignificante carece de verdad, de realidad, de secreto, pero es también el lugar de toda significación posible. Lo cotidiano se escapa. En esto es en lo que es extraño, lo familiar que se descubre (pero ya se disipa) bajo las especies de lo sorprendente. Es lo desapercibido, en el sentido en que la mirada siempre lo ha sobrepasado y tampoco puede introducirlo en un conjunto. […] encerrado en una visión panorámica; puesto que, por otro rasgo distinto, lo cotidiano es lo que no vemos nunca por primera vez, sino que sólo podemos volver a verlo, habiéndolo visto ya siempre merced de una ilusión que es precisamente constitutiva de lo cotidiano”. Hace mucho tiempo que todo lo sólido terminó disuelto en el aire y, cuando estamos sometidos al control del Big Brother, necesitamos producir emblemas poéticos para nombrar el mundo. Patiño advierte que es preferible “avanzar a tientas como un sonámbulo que la gélida certidumbre del estereotipo incesante” y termina compartiendo la respuesta de Vicenzo Consolo de cómo hacer frente al poder: “resistir, resistir, resistir”.

 

 

 

 

 

Antón Patiño: Todas las pantallas encendidas. Hacia una resistencia creativa de la mirada. Fórcola

 

 

 

 

Fernando Castro Florez (Plasencia, 1964) es profesor titular de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Comisión Asesora del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Comisario de exposiciones y crítico de arte, ha escrito crítica de arte y de libros en El País, Diario 16, El Mundo, El Independiente, El Sol y, desde hace más de diez años, en ABC Cultural. Escribe regularmente en las revistas Descubrir el Arte, Capital Arte y Revista de Occidente. Ha comisariado exposiciones de artistas como Andy Warhol, Francis Bacon, Julian Opie, David Nash, Imi Knoebel, Nacho Criado, Antón Lamazares, Fernando Sinaga o Bernardí Roig. Ha sido comisario de la Bienal de Cuenca (Ecuador), la Bienal de Curitiba (Brasil), la Trienal de Chile o el Pabellón de Chile en la Bienal de Venecia. Ha escrito monografías sobre Pablo Picasso, Joan Miró o Concha Jerez. Entre sus libros destacan: Elogio de la pereza. Notas para una estética del cansancio, El texto íntimo. Kafka, Rilke o Pessoa, Contra el bienalismo, Mierda y catástrofe. Síntomas del arte contemporáneo, En el instante del peligro o Estética a golpe de like.

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