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El buen tamaño

Los rastreadores guardaban las ovejas mientras los ingenieros releían los treinta tomos y los cantos de labor ensordecían el piar de las aves. Los rastros del ganado recordaban a los juegos de la infancia del mundo: Libres de la sintaxis compleja, culminaban enseguida con el hallazgo de la oveja, que daba paso a los misterios de gozo. Los treinta tomos, por su parte, se convirtieron pronto en treinta bibliotecas y los rastreadores fueron a guardar también las vacas y cabras, a imagen de los ritmos de lectura y canto, que se apresuraban cuanto podían. La sombra de la desmesura llamó al pájaro cabra que apareció enseguida para advertir a unos y a otros de lo terrible del buen tamaño: Todo lo verdaderamente grande del mundo se ha hecho de tal modo para que quepa el pájaro cabra, que crece doce metros cada vez que pestañea. Los cautelosos rastreadores se sentaron a tejer jerseis adornados con hermosas cenefas y los ingenieros añadieron de buena fe que por grave que fuera el libro, siempre habría una última página.  

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