Quien así se columpia es mi corazón. No tiene vértigo. ¿Qué pies tan pequeños tiene? ¿Querrá volver a mi pecho?
Erik Satie
El buen vecino (y locador argentino) es aquel que cumple con la regla de oro con que Dostoievski lo condenó quizá para siempre, aunque se ignore Crimen y castigo, aunque seguir el ejemplo del protagonista no valga la pena en ningún caso, aunque la calificación sea de una exactitud quirúrgica: en todo locador (arrendador) habita un usurero.
Usurero es una palabra brutal, suele ofender (sobre todo, a los locadores), sujetos o compañías con quienes hay que tratar si se carece de fortuna, herencia o suerte en los juegos de azar; o si no se vive –y ya no se vive– en un régimen de los antiguos socialismos de cuño soviético (sin jugar al disidente). El usurero es una de las piezas maestras del capitalismo contemporáneo, mucho más desde que la crisis de las hipotecas, otra variante, cool, de la usura, puso los precios de las propiedades a una altura que ni King Kong alcanzaría con un buen salto.
La Argentina tiene usureros siniestros, formateados por una legislación inexistente que obliga al locatario a imperativos poco menos que policíacos. El locador siempre mira al posible cliente como si fuera un sospechoso, quiere garantías, más de una mejor, certificado de buena conducta; quiere saber –si es un hombre solo– sus costumbres sexuales, vicios, amigos, estudios, falta de estudios, trabajo, ideología, lo más que se pueda; hasta qué hizo durante la última dictadura cívico-militar. Primero pregunta, después tal vez se fije que usted no había nacido, o que tenía tres años, o catorce. Una mujer sola, un hombre solo, siempre despierta la sospecha del locador, que como al portero o encargado, nunca le faltan contactos con la policía porque además de usureros, representan una variante del uniformado. El usurero es un buchón de civil.
Se podrá decir que hay excepciones. No lo dudo. No conozco ninguna.
El usurero de provincias es aún más reaccionario, conservador y fascista. Conoce bien las fluctuaciones del mercado. Sabe que las tomas de tierra en las pampas son una pasión de desheredados del trabajo y la educación, y que cada vez son más frecuentes porque lo que sirva para sembrar soja, se usa para sembrar soja y las ciudades no dan abasto para recibir migrantes, argentinos y extranjeros, que se chocan contra los muros de los barrios privados y como pueden, se asientan en tierras bajas, estigmatizados y reprimidos hasta tanto no arreglen, como puedan, servir de alguna manera a los usureros del poder, que son legión.
El usurero muchas veces no cumple lo pactado. El locatario, con el tiempo descubre filtraciones, caños rotos, goteras, nidos de ratas, de cucarachas, hostilidades heredadas, perros insoportables. Eso, aunque pague puntualmente su contrato mes a mes. El locador de mi casa –enterado hace más de cuatro meses– del escamado de las paredes, las filtraciones de agua y la vulnerabilidad de la casa a un ataque decidido, ayer, haciendo caso omiso a los reclamos, me pidió que me fuera lo antes posible, abriendo una instancia judicial que va a perder pero bajo una cláusula que no ignoro: salir de mi casa es permitir que cualquiera entre, robe, revise o rompa -pasó con una computadora; puede pasar con libros o música, o con los vidrios simplemente.
El espíritu del usurero es el de la amenaza, la insinuación, el precedente.
Raskolnikov pagó ese saber demasiado caro.