Home Mientras tanto El caballo que susurraba a las gallinas

El caballo que susurraba a las gallinas

Yo siempre fui gallina de cloaca. Como a todos los animales urbanitas, me gusta salir de vez en cuando a estirar las patas fuera del alcantarillado, pero tuve mala suerte al nacer y me tocó torpe. Así que para no ser pisada, pateada o incluso peor; recogida por una protectora de animales (que viene a ser como vuestro hombre del saco) he perfeccionado el maravilloso arte de estar con gente al mismo tiempo que no ser avistada.

Podría contaros varios sitios donde no es difícil pasar inadvertida, pero mi favorito, sin duda, es el teatro. Me conozco las alcantarillas más cercanas; algunas con salidas directas. Espero escondida y cuando todo el mundo se ha sentado, incluso el grupo de estudiantes de teatro (que está condenado a llegar tarde por determinación genética; estudiantes y actores), pego un saltito para el que sí dan mis alas y me acomodo en lo alto de una butaca bien al fondo.

Esta semana quería ir a la ópera, así que me enderecé la cresta, peine mis plumas y me puse el abrigo de muflón. Iba yo toda mona (que aunque una no sea muy agraciada, tiene que decirse piropos de vez en cuando) cuando en el canal de la cloaca 33 confundí las tuberías y erré el giro. Terminé saliendo a un lugar desconocido para mí: Arte & Desmayo. Detrás de este nombre solo podía haber algo gallintástico así que ni corta ni perezosa (siempre muy gallina) entré. Era un lugar recogido que, a juzgar por la humedad del ambiente, debía estar cerca del río. Una señora casi me arrolla por la prisa que llevaba, otro joven la azuzaba para que corriera más mientras cerraba una gran puerta.
Yo, entre disculpa y recordatorio de apagar el móvil, me colé a ese lugar al que parecía tan importante llegar. Una vez dentro entendí la desesperación de la señora: ¡era una sala de teatro y la representación iba a comenzar! Balanceé mi cuerpo adelante y atrás todo lo rápida y silenciosamente que pude y me encaramé a lo alto de un foco. Desde allí lo veía todo con altísima claridad.

Equus

La obra hablaba de un adolescente, Alan, que estaba en un psiquiátrico por haber cegado a cuatro caballos en las caballerizas en las que trabajaba. Un psiquiatra intentaba, a través de su tratamiento, descubrir qué había llevado al chico a repoblar el mundo de Tiresias equinos (sí, en el alcantarillado tenemos un fantástico sistema de bibliotecas y yo soy una gallina muy leída). En fin, que el médico se preguntaba si debía curarle o no, la obra parecía cuestionarse qué es la normalidad, el público se revolvía y yo debía estar dándole tanto a la cabeza al entender tantas razones (sociales, familiares, religiosas y hasta sexuales) que empezó a oler a pollo quemao. Antes de que mi orgullosa cresta saliera ardiendo, salté del foco a una butaca vacía y en ese preciso momento le vi. Ese hermoso caballo. Él, desde el escenario, me miró. Solo a mí. Y con toda la decisión de un artista en su momento de gloria, me guiñó un ojo. Tuve que echarme un ala al pico, porque estuve apunto de cacarear de la emoción.

Al acabar la función le esperé en la puerta de atrás. Me pidió con los ojos que le llevara a cenar y yo, como gran conocedora de los mejores y más escondidos rincones de la ciudad, le llevé al mejor chino (prueba irrefutable: siempre está lleno de gatos, que como ya saben son muy miraos para su comida). Y allí, entre restos de tallarín y pato laqueado, me contó que la obra se llama Equus, que la escribió un señor en los 70 y que cada vez que se representa causa grandes revuelos (esto no lo entendí mucho, pero puede que tenga algo que ver el que el humano protagonista salga sin esos plumajes de quita y pon que usan). Y allí, en el callejón más bonito del mundo, me besó.

Por eso, mis queridos humanos, les recomiendo encarecidamente que vayan al teatro. Especialmente a ver a mi novio. No solo porque les gusten los caballos, los jóvenes desnudos o preguntarse sobre uno mismo, sobre todo porque nunca se sabe cuándo la escena te puede guiñar un ojo.

Seguiremos informando.

Srta. Cló

Equus
de Peter Shaffer
con Juanma Gómez, Elia Muñoz, Natalia Fisac, Sergio Ramos, Pablo Méndez, Magdalena Broto, Roberto González, Íñigo Elorriaga y María Heredia.
Fotografía: Juan Millás
Dirección: Carlos Martínez-Abarca
Jueves, viernes y sábados, 20’30h., domingos, 20h., en Arte & Desmayo

Salir de la versión móvil