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El caos, sin bromas

 

No sé por qué me he acordado, al ver al Sr. Rajoy dando la mano al Sr. Snchz tras su nombramiento, del niño de La lengua de las mariposas tirando piedras a Fernando Fernán Gómez. Creo que es porque en el rostro de ese niño, en el rostro del final de esa película, veo el rostro del Sr. Snchz. No veo, sin embargo, en el gesto del Sr. Rajoy nada que lo asimile a Fernán Gómez salvo la edad y su parlamentarismo acabado. Hoy he visto a Rajoy envejecido por primera vez. Ha sido al verle cruzando el patio en dirección a la bancada socialista, mirando al suelo y a los escaños alternativamente mientras se acercaba con una ligera lordosis de madurez en la espalda. Lo esperaba ya por encima (la inclinación de las escaleras ha producido ese efecto) el joven Snchz, el niño de la lengua de las mariposas, que lo despachaba ipso facto con toda la implacabilidad de la traición y el odio guerracivilista que solamente hizo potable el saliente con su elegancia simple. Hoy se felicitaban con profusión en el Congreso los valedores de la moción por el triunfo de la aplicación torticera de la Democracia. Quizá si a alguien no le bastaba el abalismo que ayer la hizo estallar, hoy verá cumplidas todas sus esperanzas al ver esas sonrisas florecer por el odio satisfecho, el anhelo cumplido de “echar a Rajoy”, igual que mataron a César, como única meta política. No les importaba nada más que una obsesión malsana para el gobierno de un país con independencia de a quién se quiera echar. Incluso si es el Sr. Rajoy. Esas sonrisas de felicidad (en el caso de Bruto Esteban era un rictus clerical acorde al pedigrí) llevaban sangre figurada (o no tan figurada: ahí está ETA en Bildu) en las túnicas y en las manos, pero no llevaban programa ni intención alguna de lealtad a España. Han bastado unos pocos minutos tras la votación para confirmar el caos cuando cinco aliados del Sr. Sánchez anunciaban su veto a los Presupuestos. Ya lo decían muchos de los jubilosos y emocionados votantes del sí en tono de broma: “O Rajoy o el caos”. Pues sí, era el caos, pero sin bromas.

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