Lo primero que pensé y tuiteé horas después de conocer que Irene Montero y Pablo Iglesias se habían comprado un chalé en La Navata de 600.000 euros fue algo así como: “Si la existencia determina la conciencia… hasta aquí mi opinión sobre la cuestión del chalé”. Es más o menos una frase de Carlos Marx que viene a decir que según cuál sea tu situación material, así pensarás: el lugar que ocupas en la estructura productiva condiciona tu ideología. Es la base de la conciencia de clase, si es que no sufres una alienación, si es que no estás equivocado y confundes tus intereses con los de tu adversario. Ahí reside la razón de su confianza en que finalmente la clase obrera (mucho más numerosa) se terminaría haciendo con el poder. (Perdón por la ultrasimplificación de Marx, corregidme y ponedme verde cuando queráis).
Aunque lo que tuiteé tenía más que ver con otro dicho muy popular y carne de grafiti: “Vive como piensas porque sino acabarás pensando como vives”. Escoger una vivienda es muy importante: determina en gran medida tu vida, con quién te relacionas y cómo, contribuye a configurar tu manera de pensar y de ver el mundo. Tu vivienda, tu barrio, tus vecinos, los padres de los compañeros de colegio de tus hijos constituyen una parte muy importante de tu vida diaria. No ve lo mismo la realidad alguien que vive en Pan Bendito, que en la calle Huertas, en el Barrio de Salamanca, en La Navata o en La Moraleja. Si, además, necesitas empleados para que te cuiden el jardín y te mantengan la piscina, hay que añadir un cambio de estatus más: te conviertes en “patrón”, después de haber añadido a tu identidad la de propietario, la de hipotecado, la de potencial heredero. Quienes huyen de la propiedad, de la hipoteca, de la herencia, saben que puede ser una resistencia, una manera de evitar cambiar su forma de pensar, su manera de estar en la vida.
Si las razones que das para escoger una vivienda es, de alguna manera, aislarte o protegerte, la cuestión se agrava. Sobre todo si te has autodenominado como más digno y cercano representante de la gente común, especialmente si has adquirido el compromiso de seguir siendo “gente”, de seguir viviendo en un barrio obrero, de utilizar el transporte público, de tomarte cervezas en los mismos bares de siempre. La compra del chalé enviaba una emienda a la totalidad de la imagen que habían construido de sí mismos desde el principio. En una conversación, también en twitter, escribí: “El mensaje que lanzan anula o enmienda su razón de ser, el motivo por el que nacieron y la posibilidad de una vida y de una moral diferente”.
Pero, a partir de ahí, quise dar un paso más. Me acordé de Julio Anguita y de su obsesión por la idea de la austeridad. Una austeridad que no es la que impone Angela Merkel, sino la austeridad como manera de vivir. Encontré un artículo suyo en El Economista que me llevó a un discurso de Enrico Berlinguer de finales de los años setenta, cuando era secretario general del Partido Comunista Italiano. Y ahí encontré también una razón para considerar la idea de Montero y de Iglesias de comprarse el chalé, no sé si equivocada, pero seguro que lejos de mis preferencias, de mis gustos. Reproduzco un fragmento:
“La austeridad no es hoy un mero instrumento de política económica al que hay que recurrir para superar una dificultad temporal coyuntural, para permitir la recuperación y la restauración de los viejos mecanismos económicos y sociales. Así conciben y presentan la austeridad los grupos dominantes y las fuerzas políticas conservadoras. Para nosotros, por el contrario, la austeridad es el medio de impugnar por la raíz y sentar las bases para la superación de un sistema que ha entrado en una crisis estructural y de fondo, no coyuntural, y cuyas características distintivas son el derroche y el desaprovechamiento, la exaltación de los particularismos y de los individualismos más exacerbados, del consumismo más desenfrenado”.
Leer esto me llevó a pensar que Pablo Iglesias e Irene Montero habían lanzado un potente mensaje “There is not alternative”, no hay alternativa al orden existente. A la propiedad, a la hipoteca, al individualismo, al consumo, a la ostentación. Los líderes de los partidos políticos de la izquierda más o menos real tienen la responsabilidad de hacer visible que ese mundo alternativo que se supone quieren construir es posible. O es, al menos, lo que yo empiezo a exigir.
Continúo con Berlinguer:
“Austeridad es para los comunistas lucha efectiva contra la situación existente, contra la evolución espontánea de las cosas, y al mismo tiempo, premisa, condición material para el cambio. Concebida de esta manera, la austeridad se convierte en un arma de lucha moderna y actualizada”.
Y otra cosa: la austeridad “ha de tener como finalidad (…) el instaurar la justicia, la eficacia, el orden y una moralidad nueva”.
¿Y qué hay más necesario ahora mismo que una moralidad nueva? Yo creo que nada. Y Podemos se dibujó a sí misma como una formación imbuida de esa nueva moralidad austera, con sus salarios controlados y con su compromiso de mantener una forma de vida sin ostentación aunque a diario pisaran la moqueta del Congreso de los Diputados.
Pensé muy mal de ellos: creí que tenían asumido que les iba a caer la del pulpo, pero confiaban en un rápido olvido, porque para las elecciones municipales y autonómicas aún queda un año y para las generales, dos. Y los electores españoles no hacemos mucha gala de tener una gran memoria cuando vamos a las urnas.
La reacción que se atisba que ha habido en Podemos a raíz de la decisión que han tomado Irene Montero y Pablo Iglesias hace pensar que son conscientes del rápido aburguesamiento de sus líderes y de las contradicciones e incoherencias en que han incurrido con ese diseño de su plan de vida. Es una buena noticia que no haya habido cierre de filas en defensa de los líderes. Significa que hay conciencia crítica y que se mantiene el espíritu que inspiró su nacimiento.
Pero que Iglesias y Montero hayan convocado un referéndum sobre su dimisión es un gravísimo error. Piensan que necesitan que las bases vuelvan a mostrar su confianza en ellos como líderes, pero, si lo hacen, hará colaboradora y partícipe a toda la organización de esa incoherencia, de esa contradicción en la que ellos han incurrido de manera personal. Extenderán sobre toda la militancia la idea que permite a sus líderes cosas, comportamientos, que a otros no les tolera, y que, quizás, en realidad, su aspiración es vivir en un chalé en las afueras con piscina y con servicio, ser como la que antiguamente denominaban casta, sustituirla, protagonizar un recambio de élites sin que nada cambie realmente.
¿Que hubiéramos pensado de Willy Meyer si hubiera convocado una consulta en Izquierda Unida para ver si dimitía por su plan de pensiones / sicav en el Parlamento Europeo?, ¿qué hubiéramos pensado de Izquierda Unida como organización si hubiera respaldado a Willy Meyer y hubiera aprobado que siguiera como eurodiputado?, ¿sería creíble su batalla contra las sicavs y por una fiscalidad más justa?
Acabo con un último apunte sobre las implicaciones para el futuro: ¿seguirá Podemos unido?, ¿se harán fuertes los errejonistas?, ¿acabará por romper con Podemos la facción de los anticapitalistas?, ¿continuará Izquierda Unida queriendo la convergencia con los morados? Aún podemos ver muchas cosas a raíz del «affaire chalé».
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