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Mientras tantoEl chivo expiatorio: malestar en la cultura contemporánea

El chivo expiatorio: malestar en la cultura contemporánea


 

Los linchamientos en la Argentina del 2014 demuestran la desesperación del inquisidor y la frecuencia disparatada de sostener un contrato social que hace agua siempre a punto de hacer agua desbordado por una violencia que recuerda más al Leviatán de Thomas Hobbes que a las teorías de Jean-Jacques Rousseau.

 

Sobre esta cuestión habló con nosotros Juan Pablo Mollo, psicoanalista especializado en criminología.

 

Los ajusticiamientos o linchamientos de pungas o delincuentes menores, extendidos de manera alarmante, ¿responden a un imperativo mediático o a eso y también a ciertas formas de contagio, por ejemplo, el pánico?

En el nuevo mundo de las mercancías, la delincuencia y la criminalidad organizada no emergen de la exclusión social sino por inserciones mafiosas cada vez más compactas que están bien incluidas en el tejido económico social. Sin embargo, los linchamientos se ejercen sobre pungas o personas que roban pero de un mismo sector social desfavorecido. Y en esta focalización funciona el imperativo mediático. Si bien los episodios delictivos aumentan, muchos medios buscan ganar rating utilizando el delito como centimetraje; es decir: en los canales de televisión más amarillistas, la información sobre hechos delictivos asume las mismas características de una publicidad, diseñada por un departamento de marketing, para vender un producto. Lo curioso es que ese producto mediático es siempre el mismo y se vende bien en contextos electorales. En otros términos, si bien la experiencia colectiva del delito está estratificada, es manifiesto que los individuos no experimentan el delito sin mediación, aprendizaje o guión. Incluso lo que puede llamarse experiencia del delito está culturalmente construida y en los últimos años ha sido dramatizada y reforzada por los medios de comunicación que funcionan, sabiendo o no, como legitimadores del poder punitivo. Por ende, no me sorprende que en nuestros días linchen a un delincuente cuyo estereotipo se percibe como el único mal de la sociedad. La gente que lincha continúa, por otros medios, con la misma lógica que tiene el sistema penal y su aparato de publicidad. El pánico o el miedo irracional se transforma en una desesperada justificación del poder de castigar lo que considere peligroso. El chivo expiatorio de América Latina es el modo de vida marginal y por esto la venganza colectiva, legal o no, termina en un clasicidio.  El sistema penal implica un régimen desigual que profundiza la lógica de segregación o de linchamiento por goteo de la marginalidad económica y social a través de la cárcel.


Como psicoanalista, ¿qué puede decirse que una sociedad que fue capaz de vivar a (Leopoldo Fortunato) Galtieri y de llamar al orden republicano en 2003, y que ahora patrulla las calles como en la década infame en connivencia, o casi, con la policía?

La dictadura militar fue un estado de policía,  una superposición del ejército y la policía que condujo  al exterminio  del enemigo representado por  la figura del subversivo. Ahí se ve de manera descarnada que el poder punitivo siempre tiene un enemigo elegido como lo es el terrorista en los Estados Unidos, el joven de barrio marginal en Brasil y Argentina o el inmigrante en Francia. Por otra parte, la opción republicana es más feliz pero está basada en el axioma delirante del contrato social; me refiero a la hipótesis del contrato social como representación de la sociedad como una estructura relativamente estable, bien integrada y cuyo funcionamiento se funda sobre el acuerdo de la mayoría de los ciudadanos en torno a los valores generales expresados por el derecho penal. Es preciso advertir que la ley de la convivencia no es poder punitivo o el sistema penal sino la ley ético-social y jurídica; y ningún discurso de mano dura u orden policíaco, va a ser la verdadera solución a los problemas que hacen a la mala convivencia entre sectores; la respuesta punitiva siempre agrava los conflictos sociales.


Esto ¿puede pensarse como una respuesta al malestar en la cultura o a un déficit societario que sólo parece levantar el ancla cuando la debilidad y la peligrosidad del otro está cerca o es directamente anómica?

Desde luego, la afirmación de valores morales y educativos junto con respeto por la autoridad suele ser un vendible mensaje político de restauración que después va a acompañar el encarcelamiento y la segregación del chivo expiatorio de turno. Y en este punto estamos… pues la eliminación de la manzana podrida está encarnada en el delincuente. Y en cierto modo, la peligrosidad del Otro es algo estructural porque el goce del Otro es insoportable. El racismo es el odio al modo de goce del extranjero que siempre se presenta como un peligro. Tan fácil es considerar amigo al semejante que forma parte delnosotros como odiar al extranjero diferente en su modo de gozar.  ¿Esto podría ser un déficit societario? Puede denominarse así, ya que el goce no hace amigos ni sociedades plurales. Por esto se puede ser humanista y progresista racional pero a la vez perfectamente racista y clasista. En el fondo cuando se exige justicia no se sabe bien que se está pidiendo… Y en la historia misma: ¿acaso la ley, el orden y la justicia no han derramado más sangre que los ajusticiados?

 

Creételo.

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