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Mientras tantoEl cinéfilo

El cinéfilo


 

En la sala 5 ponían Bohemian Rhapsody. Se sentó en la tercera fila, cerca de la puerta. Pensó que quizá al final del día podría verla entera, la película, aunque puede que le hiciera falta un día más. A la media hora se levantó y salió. Afuera había un silencio como de batalla reciente.

 

Una vez entró de niño en su colegio vacío. Era la misma sensación. Una sensación de libertad ilimitada. La moqueta azul amortiguaba sus pasos. Abrió la puerta de la sala 4 y se sentó en el primer sitio que encontró. Ponían Campeones. La gente reía y él se arrellanó en el asiento, apoyando la nuca en el respaldo.

 

Una mujer quiso salir y él encogió las piernas inconscientemente. La miró con curiosidad mientras pasaba por delante. La gente seguía riendo. Miró hacia atrás y vio la sala abarrotada. Decenas de rostros distintos, iluminados y geométricos. La mujer regresó a los pocos minutos, y él aprovechó que tuvo que volver a levantarse para no volver a sentarse más aquella tarde en aquel asiento y en aquella sala.

 

Al salir vio a algunos trabajadores con sus uniformes blancos y negros que hablaban al borde de las escaleras. Él sintió que lo miraban y bajó la vista y se dirigió al cuarto de baño. Esperó unos segundos y salió en dirección a la sala 4, pero los trabajadores ya no estaban, así que avanzó unos metros hasta la sala 3.

 

El pasillo de entrada era largo. Cuando se asomó a la platea, vio que no había sitios libres. Se quedó allí observando y vio que en la última fila del otro lado había algunos asientos vacíos, justo enfrente de la escalera. Pensó en ir, pero decidió que no era buena idea y se dio la vuelta. Recorrió el pasillo y abrió la puerta despacio. Miró a través de la rendija y vio a los mismos trabajadores de antes.

 

Se retiró unos metros y luego se acercó otra vez. La gente reía. Abrió la puerta y vio alejarse despacio a los trabajadores. Ya no los podía ver. Tuvo que abrir la puerta lo suficiente para que le cupiese la cabeza. Los trabajadores se alejaban despacio. Él salió también despacio, sin perderles de vista, en dirección opuesta.

 

Se topó con una papelera de la que sobresalían paquetes con restos de palomitas. Tuvo una sensación de hambre cruel. La puerta de la sala 3 estaba a tan sólo unos pasos. Se movió con rapidez, agarró el grueso tirador metalizado y entró como quién entra en el vagón de un tren justo antes de que pase el otro tren a toda velocidad. Correr aquel riesgo era para él lo más parecido a la vida plena.

 

La sala 3 era más pequeña. La noche de Halloween provocaba sustos tremendos a Jamie Lee Curtis y a los espectadores. En la primera fila había asientos libres. La pantalla se puso en negro de pronto y sonó una canción. La gente ya había empezado a levantarse. Él también se levantó y salió como llevado por el río. Todo el mundo comenzó a bajar por las escaleras mecánicas.

 

Él entró en el cuarto de baño. Esperó allí hasta que no hubiera nadie. Al fin los oyó de nuevo después de un rato y tiró de la cadena. El vestíbulo estaba lleno otra vez. Se mezcló entre la gente y se dirigió a la sala 1. Esperó a que se vaciara el vestíbulo y entonces entró. Le gustaba sentirse como el nadador de Cheever, aunque a veces le parecía ser Juan Preciado, aquel otro nadador de México.

 

En la sala 1 ponían First Man. Se quedó allí sentado, como soñando bajo una escafandra y volando a través del espacio. Él era un astronauta recorriendo el sistema cinéfilo mientras las películas se reflejaban como estrellas en su cristal.

 

De madrugada, mientras salía de terminar de ver Bohemian Rhapsody. Le pareció que uno de los trabajadores del cine le había descubierto y se dirigía hacia él. Se dio la vuelta y volvió a entrar en la sala 5 mientras la gente seguía saliendo. Entre la multitud, se puso su gorra y le dio la vuelta a la chaqueta y salió de nuevo.

 

Mientras bajaba por las escaleras mecánicas, miró hacia atrás y vio a los trabajadores en el vestíbulo hablando entre ellos. El que lo había reconocido parecía estar intentando describirle a los otros. Eso, al menos, le gustaba creer aquellas noches, antes de ponerse en camino hacia ninguna parte pensando que por detrás de él iban cayendo los títulos de crédito.

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