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El coleccionista

 

Por el año 1996, el Centro de Arte Santa Mónica de Barcelona presentó la exposición Terremoto, una obra de la artista catalana Tere Recarens. El visitante era invitado a recorrer la sala avanzando entre estanterías metálicas que exhibían distintas colecciones de jarras, vasos, copas, platos, platillos, soperas y ensaladeras. Eran piezas de cristal, cerámica y vidrio…

 

(Todo rompible)

 

De entrada aquello era bastante intrigante, y lo que estaba por venir era del todo inesperado. La consigna consistía en dar pasos sobre los listones de madera que formaban el sendero. Perfecto, salvo un detalle: las maderas no estaban bien sujetadas al suelo y se estremecían con el contacto humano. Uno, dos o tres pasos bastaban para que platos, jarras, copas y ensaladeras comenzaran a estrellarse contra el piso.

 

¿Y la gente? La gente recibía el impacto a su manera: dando un paso hacia atrás, huyendo hacia adelante, deteniéndose en silencio o pegando gritos de impotencia. Entretanto, la artista registraba las reacciones con su cámara fotográfica, documentando el terremoto para el cual había trabajado durante un año, coleccionando cientos de objetos cotidianos descartados por tener alguna fisura pero con intacta apariencia.  

 

(A ciertas personas no les gustó la  experiencia)

 

Ese mismo año fui a Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) con una ONG que tenía por misión rehabilitar escuelas atacadas durante la guerra de los Balcanes (1992-1995). Me ofrecí para hacer la crónica de ese viaje y un reportaje sobre la posguerra. Estuvimos allá dos meses intensos y regresamos todos tensos sin dirigirnos la palabra. Era lógico, demasiada tristeza y temperamentos incompatibles para una convivencia atípica –voluntaria, eso sí– en tiempo récord.

 

Los días pasarían y se encargarían de nivelar las cosas. En eso estábamos, nivelándonos, cuando una tarde me llamó por teléfono Virginia, una compañera de aquel viaje fundamental. Oye, quiero presentarte a  un amigo que está buscando un compañero de piso, me dijo. Calle Balmes y Madrazo a las 6 pm. ¿Te va bien?

 

(Allá estaría, puntualmente)

 

El amigo era Luis, que alquilaba la habitación de huéspedes de su apartamento, con los gastos incluidos, durante un año. Trato hecho. Luis parecía ser un buen tipo, parco y cortés. Un día me avisó: Hoy vendrán dos amigas a tomar café, súmate si quieres. Balmes y Madrazo, café largo, música y una invitación: Gabriel, vente con nosotras a la casa de Miquel, que nos  enseñará las diapositivas de su viaje a Guatemala, soltó la más espontánea de ellas.

 

Aquella fue una tarde de octubre entretenida, en vísperas de mi cumpleaños. Vimos fotos y escuchamos las historias de Miquel hasta la medianoche. Entonces me levanté y saludé a todos los presentes con un adiós vigoroso. ¿Por qué te marchas?, preguntó una chica con voz carrasposa. Porque es mi cumpleaños, contesté. ¡Hala, tío! –gritó la muchacha– ¡Es mi cumpleaños también!

 

(Supe al cabo de poco tiempo que era Tere Recarens, la del terremoto)

 

Tere se marcharía pronto con una beca a Nueva York y luego seguiría a un amor hasta donde se le acabase. Nada más supe de Tere… En lo que a mí respecta, me volvería aficionado a los cafés con leche de la plaza del Pi y habitué de Documenta, una librería de Barcelona que era atendida por un señor con tiradores y pajarita, que estiraba el cuello cada vez que se dirigía a un cliente. Dicharachero, con ademanes de mago-ilusionista, siempre se mostraba solícito.

 

Pero el excesivo señor de la pajarita no estaba solo. A pocos metros, Jordi, un chico meditabundo con perfil de personaje de historieta, atendía al público moviéndose con destreza entre las ediciones destacadas. Siempre igual, iba y venía con su camiseta a rayas, las pequeñas gafas gruesas y su timidez a cuestas. Una tarde me saludó con un hola qué tal y me retuvo un momento: ¿Te puedo hacer una pregunta?

 

(Misterioso muchacho)

 

¿Cuándo cumples años?, me espetó en voz baja, casi inaudible. Aparenté normalidad, respondiendo como si tal cosa: 19 octubre. Lo apuntó y me pidió el e-mail. Es que colecciono fechas de cumpleaños, me explicó. Yo seguí aparentando normalidad y entendimiento, acotando: ¿para algo en especial? (…) Él sonrió.

 

De pronto fue como si a Jordi se lo hubiese tragado la tierra; dejó de trabajar en la librería y la verdad es que no me atreví a preguntarle por él al señor de la pajarita. Y así como se fue, apareció de repente. Ocurrió varios años después, en el barrio de Gracia, a la salida del estreno de la película María Antonieta. Su sombra venía siguiéndome, apurando el paso. ¡Jordi, tantos años! Habían pasado más de siete. Contentos, nos dimos un abrazo.

 

Me contó exultante que estando de paseo en Berlín había visitado una galería de arte y que había charlado con la autora de una exposición itinerante. Y como a muchos, a ella también le pidió la fecha de su cumpleaños. La artista se quedó encantada con la idea de aquel singular coleccionista y le pidió que regresara con la lista. Al otro día Jordi volvió al lugar y ella vio mi nombre, entre tantos, junto al 19 de octubre. ¿Es el uruguayo?, le preguntó Tere Recarens.

 

(Jordi suspiró con la satisfacción de la labor cumplida. Tere y yo nos reencontramos)

 

 

 

 

Gabriel Díaz es periodista uruguayo/español. Desde que tenía 20 años escribe crónicas personales y publica reportajes vinculados, la mayor parte de ellos, a la capacidad de los seres humanos de sobreponerse a dictaduras, guerras o genocidios. A los 21 años viajó a Bosnia, después a Sierra Leona, Ruanda, Israel, Palestina, Guatemala y Colombia, entre otros países. Actualmente sigue de cerca los claroscuros de la llamada pacificación de las favelas, en Río de Janeiro. En FronteraD ha publicado Brasil 2014. La FIFA gana por goleadaLa pesada mochila de Bachelet. El precio de la educación en Chile

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