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El comandante y la Venezuela chavista

 

Ya está aquí la Feria del Libro y, a lo largo de estas semanas, no resistiré la tentación de subrayar alguno de los títulos que se podrán encontrar en el Retiro. Mi primera recomendación es Comandante. La Venezuela de Hugo Chávez (Sexto Piso) del periodista irlandés Rory Carroll que viene avalada por el inteligente prólogo de Jon Lee Anderson. El curtido corresponsal de The Guardian vivió en Caracas durante seis años en los cuales siguió de cerca los pasos del histriónico Chávez a la vez que observaba la realidad social de un país quebrado social y políticamente. Quien quiera una guía de la laberíntica situación venezolana tendrá que iniciar su viaje a partir de esta crónica imprescindible de un presente que ya es pasado. Carroll hace suya la máxima bolivariana (del Simón Bolívar original): «para entender las revoluciones y sus actores, debemos observarlos de cerca y juzgarlos a gran distancia». El resultado es una profunda radiografía de la Venezuela de Chávez, aunque a veces se deje llevar por la pasión que emanan los protagonistas de la obra (sobre todo a la hora de valorar los logros del comandante). En cualquier caso, siempre da la última palabra al lector.

 

Los testimonios y la experiencia caraqueña del periodista apuntalan la biografía del comandante Chávez en la que se refleja el tortuoso cambio de siglo venezolano. El chavismo creó un sistema político paradójico que se asentaba en una aparente democracia donde campaba a sus anchas un autócrata, que se permitía mantener un programa propio en la televisión que hacía las veces de boletín oficial del Estado (o no se cortaba en recordar a su mujer que esa noche iba a tener lo suyo – ¡sic.!). En sus discursos, bajo el manto protector de una interpretación torcidera del libertador Bolívar, el pueblo lo era todo, aunque sus actuaciones permitían interpretar que el pueblo era empezaba y terminaba en él (perdón, en ÉL). Los carteles chavistas no ocultaban esta ansiada unión: «el pueblo es Chávez» o «todos somos Chávez». Chávez no sólo quiso concentrar hasta el último resquicio del poder, sino ser él mismo Venezuela: la del pasado, la del presente y la del futuro. Y es que el militar venezolano fue un hábil estratega que se supo sobreponer a las derrotas, señalar con tesón a todo aquel que debía ser considerado un enemigo, eliminar a los compañeros que le podían hacer sombra (los «traidores») y terminar sus días encabezando una nueva forma de leer América Latina, incluso opacando a un fantasmal y eterno Castro.

 

Hugo Chávez fue un líder único e irrepetible como lo demuestra la particular deriva de su sucesor. Como destacó el mexicano Enrique Krauze, Chávez aspiró a ser un redentor político que quiso ser mucho más que un mero ser humano. Si alguna conclusión nos llevamos de estas páginas es lo que Chávez y el chavismo fueron. A partir de su muerte se inicia una nueva etapa que sólo el futuro dibujará. Maduro no es Chávez y la bufa puesta en escena que agigantaba al mediocre comandante ante sus masas convencidas empequeñece aún más al que trató de convencer a medio mundo de que el cáncer que mató a Chávez no era natural. De esta forma, la crónica de Carroll se convierte en un relato histórico y gana en sutileza a la hora de desentrañar los ejes principales del populismo bolivariano. 

 

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