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Mientras tantoEl combate de la luz y el olvido

El combate de la luz y el olvido


Cada 31 de diciembre asesinamos ceremonialmente al tiempo hasta reducirlo a cadáver, para que desde ese estado pueda producirse el misterio de la resurrección del año nuevo. Algo tiene que morir para que pueda continuar la vida, y el cuerpo del tiempo -cual ave fénix- remonte el vuelo en el primer minuto del año nuevo. La inquietante pregunta que nos asalta cada nuevo 31 de diciembre es, si nosotros nos encontraremos en este mismo trance de celebración la próxima y siempre mistérica Nochevieja.

Escribir es celebrar el milagro de la existencia, el acto -tan íntimo como pretencioso- de la escritura es una prueba evidente de que seguimos vivos. “Escribo, luego existo”, podría ser -a la manera cartesiana- la conclusión parcial de cualquier escritor que se precie de sí mismo. Aunque esto no sea del todo cierto. El escritor actúa con la dudosa pretensión de trascender la vida, de consumar su victoria contra la muerte, algo que algunos confunden con el olvido; cuando, en realidad, se trata de un contacto con lo absoluto, la experiencia más trascendente que podemos experimentar junto con el nacimiento. La historia de la humanidad podría resumirse en un verso de canción popular: “unos que vienen, otros que se van”; algunos lo hacen con mucho ruido, y otros, más despacio. Todos se van, sólo el tiempo queda (o, al menos, en eso creemos).

Ilustramos esta última reflexión del año 2021 con una parábola urbana acontecida en la capital de España, hace apenas nueve semanas. Entre el 29 y el 31 de octubre, las autoridades locales habían organizado un FESTIVAL DE LUZ, que iba a celebrarse en diferentes plazas, suelos, fuentes, jardines, estaciones de Metro, o edificios emblemáticos de Madrid, hasta alcanzar el número de veinte. En principio, se trataba más de un acontecimiento artístico callejero, basado en esculturas y experiencias luminosas, que de un simple espectáculo de iluminación de fachadas.

Al regreso de su trabajo, en gratificante paseo urbano diario, este apócrifo cronista visual de la Villa de Madrid se topó en la plaza Mayor con una luminosa construcción inesperada, que –a primera vista- parecía una réplica del espléndido Kursaal de San Sebastián (diseñado por el Estudio de Rafael Moneo); aunque también podría haberse tratado de un inmenso cubito de hielo con vocación de iceberg incandescente; o una versión libre del Arca de Noé, que hubiera varado por equivocación a los pies de la estatua del Felipe III de Habsburgo, en el centro de la Plaza Mayor de Madrid, en pleno año 2021.

La tibia tarde otoñal había desembocado en una noche espléndida, y numerosos viandantes, vendedores y paseantes pululábamos alrededor de aquel palafito luminoso, que le había crecido -como por arte de magia- a la más castiza y emblemática plaza del Madrid de los Austrias. Tal vez fuera efecto de esa luz blanca azulada extraordinaria, pero la vida a su alrededor parecía más buena y, sobre todo, más mágica. Todos disparábamos fotos y nos hacíamos selfis y vídeos ante tan insólita construcción de luz, que se había materializado ante nuestras deslumbradas y atónitas miradas.

En la parte trasera de aquella barra de hielo gigante, unos operarios se dedicaban a completar el aderezo final del misterioso y enigmático bloque de luz. Del largo brazo de una grúa colgaba una canasta, que portaba al obrero que sostenía en lo alto una larga soga, de la que colgaban unos pliegos de papel blanco, mecidos por la suave brisa creciente. Parecían gaviotas de papel posadas en un cable, la luz de la construcción sobre la que debían colgarse, los iluminaba como si fueran los espectros de un libro que estuviera escribiéndose en el aire, aunque no se veía nada escrito o dibujado en esos misteriosos pliegos blancos.

El espectáculo efímero al que asistíamos los paseantes vespertinos de la plaza Mayor aquella deliciosa tarde de otoño, era de una gran riqueza sensorial y de una insólita y perturbadora belleza plástica. El símbolo siempre perturbador de la hoja en blanco, bailaba ante nuestros ojos, como si hiciera el amor con el aire, en íntima unión de escritura y memoria, aunque no se percibiese ni un solo garabato. Toda la memoria humana que se había pretendido fijar a través de esas páginas, permanecía en blanco. Como una clara alusión a la impotencia del hombre –individual o colectiva- para eternizarse a través de las palabras. De ahí, la perturbación que provocaba. Toparnos con la belleza puede resultar pernicioso, porque nos hace automáticamente sus esclavos, como si estuviéramos contemplando a Dios, con los ojos de un recién nacido.

Me marché de allí con la sensación de que había asistido a una experiencia insólita y perturbadora, demasiado sugerente, enigmática y hermosa, como para que pasara desapercibida a cualquiera, pero en el fondo, dolorosa. La luz ejercía demasiado poder hipnótico sobre los asaltados transeúntes, como para permanecer demasiado tiempo junto a ella. Me sentía muy satisfecho y afortunado de haber vivido aquel encuentro casi extático, pero me quedaba mucho más tranquilo marchándome. Aquella instalación luminosa emanaba demasiado poder simbólico, como para tomarse en sobredosis.

Al día siguiente, viernes, amaneció Madrid en estado lacrimoso. Una lluvia nunca demasiado fuerte y violenta inundaba la capital por todos sus rincones. En lo primero que pensé, fue en las instalaciones eléctricas al aire libre que se encontraban en las calles, y temí por ellas. ¿Qué habría sido de aquella mágica mastaba de luz, descubierta la tarde anterior, en plena plaza Mayor?

Me marché al trabajo bajo la superficie, aunque la lluvia persistía cuando regresaba al hogar bajo mi paraguas, unas horas más tarde. Cuando llueve incesantemente, la luz de la atmósfera se vuelve espesa, como sopa de herrumbre, ingerida en un comedor sin ventana ni ventilación; las casas y las personas desdibujan sus límites por efecto del agua, todo se recuece, se macera, hasta la mirada; las emociones necesitan secarse bajo techo y a cubierto. Entre la parada del autobús y mi casa se encuentra la plaza Mayor, había llegado el momento de comprobar los efectos de una lluvia tan inesperada como inoportuna para un festival de luz al aire libre.

Como un tendedero de sábanas mojadas, desvaídas y arrugadas, por la lluvia constante, lucía la antaño portentosa construcción luminosa de la plaza Mayor -ahora, apagada- y titulada por sus creadores: La vida continúa entre hojas blancas*. Las ayer lustrosas páginas desplegadas como banderas de paz y silencio sobre las fachadas de aquel efímero palacio de luz, colgaban hoy como harapos ahorcados, cual Auto de Fe contra las páginas de la memoria. La que lucía –sólo unas horas antes- como una gloriosa geometría bíblica de luz, había quedado reducida a colgajos desarrapados, sin haber mediado otra razón que los menesteres del agua.

Presentí la desolación de sus creadores, de todos los que habían participado en la concepción y construcción de esa casa encendida contra el olvido, ahora reducida a papel mojado. Aunque dejase de llover, aquellos pliegos colgantes no iban a recuperar su apresto original, que les permitió moverse suavemente bajo las misteriosas caricias del vientecillo madrileño, tan zalamero como traidor, como ya lo advierte el refranillo: “El aire de Madrid mata a una vieja, pero no apaga un candil”.

Fotos: JUAN ANTONIO VIZCAÍNO

 

* «La vida continúa entre hojas blancas homenajea a las personas que habitan el Madrid del cuidado, del recuerdo y del reencuentro. La instalación artística da el protagonismo a quienes cada día viven y trabajan en los centros municipales de mayores de la ciudad a través de sus hojas blancas hechas de luz, donde personas de la tercera edad han escrito sus esperanzas, sus miedos, sus reflexiones, desde historias a dibujos, desde cartas a poemas, palabras y garabatos, en una especie de collage de la memoria. También contamos con la aportación de personas con discapacidad y la de los profesionales que les acompañan en su día a día. Los Cuarenta Centros Municipales de Mayores del Área del Gobierno de Familias, Igualdad y Bienestar Social han participado en esta intervención artística a través de sesiones de escritura. Además, un servicio de paseos guiados les acompañarán a conocer la instalación y el resto de piezas del Festival en 20 rutas diarias y nocturnas».

Más información sobre el FESTIVAL DE LUZ MADRID 2021: https://www.madridhappypeople.com/ocio-madrid/festival-de-luz-madrid/

 

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