En los últimos años, en especial desde 2004, se ha agravado la lucha separatista de la población musulmana tailandesa que vive en las provincias de Pattani,Yala y Narathiwa, en sur del país fronterizo con Malasia. Los movimientos separatistas se han radicalizado en sus posiciones islamistas. Se han registrado ataques contra, hospitales, escuelas y monasterios budistas.
El gobierno tailandés mantiene desplegados en esas regiones miles de soldados que, como suele ocurrir en estos casos, poco podrán hacer para evitar operaciones de insurgencia. El ejército ha reconocido que es consciente de “su mala reputación” entre la población local. El inicio de la radicalización religiosa de los grupos armados separatistas coincidió con el regreso a sus respectivos países de origen de los combatientes que viajaron a Afganistán en los años ochenta para participar en la yihad contra los soviéticos. Durante siglos, esa región del país mantuvo la configuración administrativa de un sultanato musulmán independiente hasta ser absorbido a comienzos del siglo XX por Tailandia, uno de los pocos estados del sureste asiático que no llegó a convertirse en una colonia de alguna de las potencias europeas que operaron durante siglos en la zona, sobre todo Inglaterra y Francia.
El conflicto en el sur de Tailandia no ha afectado, de momento, a las zonas más turísticas del país. Algo que podría explicar que los medios internacionales apenas le hayan dedicado atención al asunto. Se calcula que entre 2.500 y 5.000 personas –tal vez más- han perdido la vida desde 2004 en las provincias del sur tailandés. Un proceso de paz parece, a día de hoy, complicado, en gran parte debido a la disgregación de la insurgencia, que impide la interlocución con un único líder o, al menos, con un puñado de líderes que ejerzan de interlocutores válidos.