Debe de ser grande la tentación de trascender de juez, y por ello y cada vez son más los que desisten de vencerla por el medio tradicional y se decantan por el de Óscar Wilde, que es caer en ella. Garzón acabó abandonándose a un frenesí que le llevó al juzgado por la puerta de actores y le subió a un escenario como al irlandés, enviándolo, en lugar de al penal de Reading, a Suramérica para buscarse la vida como Butch Cassidy y The Sundance Kid. Después, acribillado por un ejército, y mientras se espera su ‘De profundis’, han ido apareciendo algunos herederos que son más bien como los cantantes de reggae después de Marley. El más notorio quizá haya sido Gómez Bermúdez, más que por el macrojuicio por lo de prescindir de las rastas, quien, aparte de esto, ya hizo sus cosas, incluidos sus pinitos de autor, como cuando quiso hacerse un nombre definitivo por el camino de la lujuria garzoniana echándole mano a las partes pudendas del ministro del Interior, que estaba precisamente en aquellos momentos para que viniese otro calvo a tocarle los huevos. El vicio es así, pues sorprende en el momento menos oportuno cuando no debe quedar más remedio que aliviarse sin remisión. Otro que vio la oportunidad de abrirse el abrigo en plena calle (uno diría que hasta en la puerta de un convento) sin nada debajo fue Castro, juez de Vigilancia Penitenciaria, al que, ya puestos, se le podría haber vestido con una falda de hojas de palmera, por si acaso le daba por entonar lo de mamá Chicho me toca también a la salida del hospital de Bolinaga. El último de esta eclosión, como la de los bases estrella en la NBA, es Elpidio Silva, que a uno siempre le ha recordado en el gesto al conserje de la casa de su suegra, de quien se huye cada vez que se va de visita por su fama de don Fanucci llamando a las puertas de los vecinos para recoger el porcentaje. Elpidio lleva un tiempo de actualidad desde que decidió formar pareja artística con Blesa, un proyecto en el que parece haberlo invertido todo, también el desenfreno del rock, después de una larga y personalísima trayectoria donde caben, entre otras materias, la sofrología (quizá aquí en ella se explique mejor el afán de trascender), la poesía y el tenis de mesa, casi un Macondo en una vida, que sin embargo no cuajó y en el que ha salido el peor parado (el mundo al revés, opina Cayo Lara) cuando parecía que atesoraba el mayor talento de ese dúo imposible, pero cierto.