Es muy sencillo culpar de la violencia mexicana a una horda de criminales dedicados al narcotráfico. Es fácil constatar que los pueblos están vacíos, que la muerte ronda en las esquinas donde antes se juntaba la gente honrada, y después culpar a los narcos, a un problema que al gobierno se le escapó de las manos.
Es más complicado escribir una novela que cuestione la narración hegemónica. Es mucho más difícil contar una historia en la que el Estado mexicano era quien establecía un sistema de reglas no escritas y sin embargo muy claras, donde la fuerza militar y policial se encargaba de que ningún pequeño aventurero se dedicara a lucrar con ese negocio que solo tenía que beneficiar a quienes formaban parte de la mafia.
En Contrabando, la magnífica novela de Rascón Banda, un escritor llega a un pueblo en la sierra de Chihuahua para escribir el guión de cine que le pide un famoso cantante norteño. Allí, guiado por su padre ─el pragmático Epigmenio─ y protegido por su madre, el escritor encuentra las historias de las personas que han sido tocadas por el negocio de la droga. Jóvenes, mujeres, prósperos narcotraficantes: todos saben que detrás del poder del narco está la mano larga del Estado. En este negocio donde las formalidades impiden gravar impuestos, es necesario que se establezca un mercado de sobornos y favores sin competencia, y que el ejército y los federales dejen saber claramente quién está al mando.
Es una verdad que se esconde en los discursos múltiples, en una realidad que se describe borrosa. Por eso los asesinatos y desapariciones que se suceden en la novela nunca son adjudicados. La población que no se dedica al negocio se cuida tanto de alejarse de los narcos como de no encabronar a los judiciales. La prensa asiste a las matanzas e «incidentes» y casi siempre compra el discurso que quiere promover el Estado: es una guerra entre narcos. Ellos se matan, nosotros solo estamos vigilando que se cumpla la ley. Es un negocio rentable en un país de miserias. Si no quieres morirte de hambre, coge un pedazo de tierra y siembra hierba. Pero que no te descubran ni los narcos ni los militares: ellos se encargarán de desanimar toda competencia.
La novela denuncia a un sistema de duplicidades, a la ilegalidad entremezclada en la legalidad. Como en este pasaje del matrimonio de Valente y Rosario al que asiste una fila de artistas de renombre. El escritor describe que hay una infinidad de impostores, que recorren la región haciéndose pasar por los verdaderos: «Nadie estaba seguro de que Tony Aguilar fuera realmente Tony Aguilar, o que Vicente Fernández fuera el verdadero Vicente Fernández (…) Yo me pregunto si los verdaderos artistas lo saben y están computados y parten las ganancias, o si sabiéndolo no pueden hacer nada»
La prosa de Rascón Banda es formidable. Contrabando recibió el premio Juan Rulfo de Novela en 1991. La novela no encontró editor y fue publicada postumamente en 2008 por Editorial Planeta.