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El coronel no tiene quien le escriba (Gabriel García Márquez) y el efecto Coanda

—Pero no deja de tener sus peligros- dijo el coronel. Perdió de vista al administrador, pero lo recobró entre los frascos de colores del carrito de refrescos-. La humanidad no progresa de balde.

—En la actualidad es más seguro que una lancha- dijo el médico-. A veinte mil pies de altura se vuela por encima de las tempestades.

—Veinte mil pies- repitió el coronel, perplejo, sin concebir la noción de la cifra.

El médico se interesó. Estiró la revista con las dos manos hasta lograr una inmovilidad absiluta.

—Hay una estabilidad perfecta- dijo.

¿Por qué vuelan los aviones? Es la típica pregunta llamativa de titular de periódico. Como toda pregunta que pretende ser definitiva tiene en realidad una respuesta múltiple y compleja. Uno de los motivos que ayudan a que un avión vuele es el llamado efecto Coanda, que es básicamente el que hace que si acercamos una cuchara verticalmente a un grifo abierto el chorro se amolde a la curva de la cuchara. El lector atento del blog notará que es la segunda vez que utilizamos la cuchara para ilustrar algún fenómeno físico, porque también se dijo en su momento que es un espejo cóncavo o convexo según cómo se mire.

Uno ha pensado hasta hace unos meses que el responsable del vuelo de los aviones era el efecto Magnus, no el efecto Coanda y la culpa de esto la tienen mis apuntes de oposiciones. Recientemente, Francisco Villatoro Machuca y Javier Fernández Panadero me han sacado de mi error.

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