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El cuaderno de Fabian Avenarius

 

Es fama que hacia la primera década del siglo XX el suizo Fabian Avenarius fue, bajo el nombre de pluma y puño, Arthur Cravan, boxeador y poeta; que editó Maintenant, la revista de un solo hombre; que personajes de su tiempo como Blais Cendrars le adjudicaron dotes visionarias, “el profeta del dadaísmo”; que su vida fue un desastre y un recorrido desesperado de ciudades y comarcas y montañas y ríos; una vida como el errático trazo sobre el mapa de los continentes. Se sabe igualmente que no dejó mayor obra, acaso la reproducción en facsímil del cartel de su pelea con el ex campeón de pesos pesados Jack Johnson, en cierta revista impresa en Barcelona.

 

Escribió, eso sí, apasionadas cartas de amor a Mina Loy, de las que sobreviven apenas una treintena, mismas que han sido ofrecidas al público en general y a los seguidores de culto por todo el mundo que mantiene el poeta-boxeador.

 

Transcribo aquí las entradas del diario que Cravan llevó durante el tiempo en que sostuvo su intensa relación amorosa –no exenta de patetismo y sufrimiento, a juzgar por las cartas y ciertos pasajes del diario en cuestión– con Mina Loy. El diario, cuyas entradas se corresponden en su mayoría con los días en que Cravan fechó sus cartas amorosas, fue desenterrado por obra de la casualidad. Trabajaba yo los archivos de la Newberry Library de Chicago cuando apareció la libreta, un cuaderno de dimensiones pequeñas y en cuya portada solamente se leen las iniciales F. A., Fabian Avenarius.

 

No hubo más pistas ni misterios en el hallazgo. Solamente el olvido y la falta de verdadera y detenida atención común a las figuras literarias de culto juvenil. El cuaderno no deja de ser, empero, un documento interesante, en tanto muestra una cara desconocida del ídolo, del supuesto hombre fuerte, del viajero compulsivo, del héroe del siglo XX, como bombásticamente lo llamó otra figura de culto extremo, André Breton.

 

 

Nueva York, 12 de julio, 1917

 

Apenas una línea a Mina, pregunta acerca de sus noches.

 

Le deseo que duerma tanto como yo quisiera dormir la siesta eterna. He visto demasiado, en el Lower East Side todo ocurre con una velocidad galopante, se siente uno al interior de un motor o un dinamo.

 

Agotamiento, deseo. Quiero salir y coger.

 

 

*     *     *

 

Toms River, 20 de julio, 1917

 

Salir de la ciudad me ha hecho bien, como le escribí a Mina. Aire limpio, lejos de las cloacas bohemias. ¿Estaré convirtiéndome en un cerdo burgués?

 

Te echo de menos Mina… te lo dije.. ¿es cierto o es mi aburrimiento? ¿La puta vida?

 

Estar en el bosque, caminar entre los árboles, montar las colinas, seguir el curso del río, son todas actividades que no podría hacer en compañía de Mina, ni de nadie más. Me aterra la soledad, prefiero recibir un jab bien colocado en plena jeta antes que el navajazo de la melancolía directa al corazón, pero al mismo tiempo estar solo implica una especie de regreso a mi ser natural…

Mierda

 

 

*     *     *

 

Atlantic City, 19 de agosto de 1917

 

Otra vez en movimiento. Una bendición dejar atrás el bosque, ser perseguido por las malditas nubes de moscos casi me provoca un ataque de nervios…

 

Y la melancolía innata de las ciudades de New Jersey… arribamos antier a Hoboken, necesitaba dinero urgentemente, así que conecté una pelea al estilo irlandés en uno de los garitos de esta puta ciudad. La cosa no es como en los clubes del Lower East Side… acá fue todo en aparente clandestinidad, si bien antes de comenzar la pelea, desde el momento mismo que se abrió el piso a las apuestas, identifiqué a un par de miembros de las fuerzas del orden, vestidos de civil, idiotas… gané, obtuve una buena cantidad de dinero, suficiente para seguir adelante, y salí de Hoboken con la nariz rota… un firme puñetazo que por un segundo me hizo ver visiones… creí que lo siguiente sería caer abatido sobre el piso de aserrín de la taberna donde tuvo lugar la pelea… Frosty casi se desmaya del susto. Yo, como pude, me repuse, sentí el torrente de sangre cayendo sobre mi pecho, di dos pasos atrás, instintivamente me cubrí con los codos la zona de los riñones, pues todo peleador sabe que después de un descontón en la jeta, hay que trabajar las partes bajas ya que la víctima levantará los puños intentando evitar otro chingadazo a la cabeza…

 

En el interminable andador de Atlantic City, las luces de los casinos apagadas como un suelo sin brillo, mis heridas recibieron el viento proveniente del mar… pensé en un mensaje, alguien me manda un mensaje… no tiene nada qué ver con las cartas de Mina, ni con las cartas que yo les escribo, muchas de las que ella misma escribe… Se trata de un mensaje en el que está cifrada la vida… o la muerte, quizás… tarde o temprano me enteraré.

 

 

*     *     *

 

Washington, 26 de agosto de 1917

 

[Cravan transcribió íntegramente la carta que envió a Mina Loy en su cuaderno, mismo lugar y fecha. No da explicación de ello. Se trata de la única carta incluida en el cuaderno, como pudo cotejarse con los originales, mismos que conoce el público].

 

Volveré mañana lunes y, como no sé todavía a qué hora estaré de vuelta, te ruego que seas tan amable de quedarte en casa por la tarde. Te llamaré en cuanto llegue. Te echo ya de menos terriblemente. Hoy he tenido que inventar una excusa para volver. Ya ves cómo me encuentro…

 

Me he convertido en un animal, como tú dices. ¡Ay, cómo me habría gustado tenerte cogida por la cintura cuando he visto salir la luna en Maryland! No sé si alguna vez llegaré a ser zoológicamente superior: ¡He visto tantas cosas, pero tengo tantas ansias de ver! He tenido nuevas ideas y las analogías han empezado a comunicarse entre sí. Vivo en un delirio casi perpetuo.

 

Pronto voy a escribir mi cosa y al leerme me comprenderás mejor. Verás que hay algo en mi naturaleza que no hay en los demás…

 

 

*     *     *

 

New Haven, 1 de septiembre de 1917

 

Otra vez metido en los bosques, antes de partir al puerto de Boston… mi neurosis… los cañones y el fuego de los morteros azotando en los frentes de Europa estallan en la quietud de Nueva Inglaterra… La guerra, la guerra y sus esclavos: soldados rasos, oficiales, generales, hombres de Estado, una legión de hijos de puta quizás no muy distinta del resto de los hombres, quienes hemos aceptado esta y todas las guerras… no será la última. Yo mismo estoy en guerra total en contra de Arthur Cravan, y estoy dispuesto, a pesar de Mina y el amor y la dicha y la desgracia y la caca, a aniquilarlo, a borrarme de la faz de la tierra.

 

La tierra se ha vuelto una inmensa y sangrienta trinchera. Le Somme es apenas la primera piedra. ¡Que el buen dios no venga a joder con su bendición la mayor pieza de arte que conocerá la humanidad! 

 

 

  *     *     *

 

Saint John, New Brunswick, septiembre de 1917

 

[Entre el 7 y el 26 de septiembre, Cravan siguió escribiendo su carta diaria a Mina Loy desde distintos puntos de las provincias atlánticas del Canadá. En las entradas del diario de nuestro Fabian Avenarius, no se indican los días, si bien puede inferirse que éstas se corresponden en buena medida a sus misivas].

 

Mi desánimo, que me guardo de mostrar a los camaradas, crece en proporción inversa con cada milla que acortamos en nuestro camino a Halifax. Es probable que al fin reciba una carta de Mina… el viento helado, el frío, hacen manifiesta nuestra condición animal y yo, al menos, logro sentirme mejor, a pesar de escribirle en sentido contrario a Mina. ¿Algún día me tomará ella por un serio intelectual de salón, que debate con las palabras y no con los puños? ¿A mí, moi le mec batteur de box para quien la vida es todo menos seria? Una broma macabra y dulce, c’est ça la vie…

 

Después de retomar la carta pendiente a Mina decidí tomar una caminata. Aquí los bosques son majestuosos, la brisa del Atlántico los atraviesa con un soplo ligero pero sostenido. Celles-ci ne sont pas les forêts brulées de l’Europe… estos bosques mantienen la vida, no son el fuego criminal alrededor del cual baila el resto de la humanidad…

 

Anduve un largo rato entre los senderos abiertos por las generaciones de cazadores, tramperos, salteadores de caminos, miembros de las tribus nativas…

 

Todo y nada me retiene a ti…

 

Mina y el mundo son lo mismo para mí, el milagro de presenciar una puesta de sol en Nueva Escocia, el fin del mundo y, por ende, el fin de Mina, el límite que, a pesar del más profundo amor, nadie puede traspasar…

 

El día que tocamos tierra en la isla de Labrador escribí mi carta a Nueva York pidiendo detalles de su vida. Me doy cuenta que carezco totalmente de ellos… Puedo soportar la distancia, pero intento escribir y dar cuenta de mi amor y de los días de mi errante vida. Lo hago desde donde esté, siempre esperando una respuesta… una respuesta que nunca llega a tiempo y que, tontamente, me provoca dudas acerca de tus sentimientos hacia mí….

 

Mina, en el fondo del corazón, en el fondo de estos bosques originiarios donde a ratos creo distinguir cervatillos y liebres silvestres tan huidizas como en ocasiones parece escurrírseme tu amor. La mañana que pasé por la oficina de Battle Harbour, el hombre de los correos, gente acostumbrada a estampar facturas y documentos oficiales producto de la actividad comercial, no pudo resistir su propia curiosidad e inquirió acerca de ti, la destinataria de dos tandas de cartas. ‘Los pocos hombres que mantienen una amada en tierra firme, esos, amigo mío, no escriben ni reciben cartas’, a lo respondí preguntando si veía en ello alguna razón en particular, sin por ello sugerir el posible mal servicio de entregas prestado por los correos de Su Majestad en estas apartadas tierras. ‘Prefieren esperar’, contestó. ‘Disculpe, señor oficial de correos, ¿esperar a qué?’, le pregunté. ‘Aquí, amigo, estamos tan lejos como sólo se puede estar en el culo del mundo’, me miró abriendo los ojillos de rata, casi como si estuviera hablando con un desahuciado, ‘Usted ya debería saberlo, al regresar a casa, a tierra firme, no se sabe con qué se va a encontrar: si con una mujer muerta, víctima de la gripa o de algún otro contagio, o con una mujer vuelta a nacer por efecto del amor de otro hombre, unos críos para quienes usted, sí señor, usted, que los vio nacer, no les resulta más conocido que el último extraño que pasó por el pueblo en camino a las montañas. Esa, mi señor, es una dulce y amarga realidad, pero es la realidad’.

 

Pienso en ti, en tu día, te imagino andando en las aceras del Village, en nuestras agitadas reuniones con Francis [Picabia], las bromas con [Marcel] Duchamp y con [Blaise] Cendrars, con Pablo [Picasso] y sus locuras, los solemnes bigotes de Marius [de Zayas], de quien espero cobrar una deuda con sus familiares una vez que arribemos a Mexico City. Voy a necesitar desesperadamente ese dinero, tanto como a ti.

 

Te extraño. Escribir esto me provoca una peculiar náusea, ganas de no extrañarte, a ti ni a nadie. No puedo vivir extrañando, anhelando, persiguiendo una promesa que no va a ser cumplida y que sin embargo me romperá el corazón.

 

Escribo esto y te extraño y siento una nausea profunda porque lo sé bien, sé que tengo el corazón roto. Se necesita un corazón destrozado de antemano para embarcarse en el tipo de vida que yo he vivido…

 

Desaliento. No hubo correo, ni siquiera una nota de saludo, en Port-Aux-Basques, en ruta a Montreal, desde donde nos embarcaremos a tumbos por varios puertos en dirección sur, sin pasar por Nueva York, hasta Mexico City.

 

¿Por qué no escribes? ¿Qué hay más importante que nuestro amor? Claro, está la ciudad, le Village, su bohemia, las artes… desde el minuto que te conocí supe, y así lo hice saber, que debías dedicarte a cultivar tus talentos, que yo mismo los he envidiado y deseado para mí, ¿pero qué te impide escribirme?

 

¿Es que acaso debo resignarme a amar sin ser correspondido? ¿Es eso el amor? Desamor y desapego y toda esta mierda que no puedo soportar más: ¿es todo esto la prueba del verdadero amor?

 

 

*     *     *

 

Nvo. Laredo, 18 de diciembre de 1917

 

¡En la frontera con México! ¡Ni siquiera las inmensidades del océano Atlántico marcan una diferencia tan tajante entre dos mundos como la que halla aquí el forastero! Del lado americano unas pequeñas casas de madera construidas con la clase de esmero que me recuerda a mis paisanos suizos… del lado mexicano, chozas, polvo, perros en pellejos, hambrientos de sus propios huesos. De este lado de la frontera está en curso una revolución, es una lástima que John [Reed] ya no esté aquí, habría sido un magnífico guía. Supongo que rendirá como el hombre valiente que es, sus servicios a la revolución bolchevique… Por lo pronto aquí no hay rastros de revolución ninguna… más bien esto parece un gran circo sin carpa, dispuesto al aire libre… bajo los sombreros se asoman ojillos de espías e informadores, a saber de qué bando.

 

Miro hacia atrás: el desierto. Miro hacia adelante, más desierto. Bajo mis pies la el polvo.

 

Mi impaciencia ante los asuntos del alma y el corazón ha crecido a tal punto que sencillamente soy incapaz de recordar una vida previa a todo este sufrimiento, a la rabia del silencio, à toute cette colère, a tu inexplicable indiferencia, un látigo que con el cual no hago más que infligirme más sufrimiento, más dolor.

 

¿Soy un cobarde o soy demasiado sentimental? [Cravan toma esta frase de la carta que envió ese día a Mina Loy, según consta en originales].

 

Un cobarde sentimental extraviado en tierra de pistolas calientes.

 

 

*     *     *

 

Mexico City, 24 de diciembre de 1917

 

Llegaron las navidades antes que me acabara de instalar entre mi habitación del hotel Juárez y el gimnasio de la calle Tacuba, donde ofrezco mis servicios como preparador físico. Como estoy completamente fuera de forma, nadie cree que pueda subir al cuadrilátero a pelear, nadie apostaría un centavo por mí, ni siquiera con el aval del dueño de la Escuela de Cultura Física.

 

Don Enrique ha sido bueno conmigo, pero sospecha el estado deplorable de mi interior. Se trata de un hombre viudo, un hombre que conoce el dolor que trae la perdida de la mujer amada.

 

He invocado a dios, he pedido a los cielos que no me dejes de amar, mis cartas están repletas de ruegos. Y no hay respuesta. Tan sólo el tiempo y las horas vacías que se estrellan y hacen volar en pedazos mis anhelos, mi amor.

 

¿Qué me impide perder la fe en tu amor? ¿No sería eso más sencillo y congruente con la situación? ¿Por qué no dejas de importarme, Mina, por qué te sigo amando? ¿Por qué?

 

Por toda la ciudad suenan las cancioncillas de las festividades. La Navidad.

 

Mina, querida mía.

 

Me cuesta demasiado aceptar que hemos perdido la guerra.

 

 

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Mexico City, 27 de diciembre de 1917

 

Me gusta el país, todas las historias de barbarie son tonterías. Su gente es tan buena o mala como en cualquier otro país. Si en verdad quieres mirar de frente a la maldad y la estupidez  juntas, mejor harás en observar los ojillos de rata de los generales europeos, orgullosos como mujeres engreídas, las pecheras tapizadas de ridículas e inmerecidas medallas.

 

Hasta el momento de llevar la carta para ti al bello e imponente edificio de Correos, avenida San Juan de Letrán, me encontraba de mejor ánimo. Hace un par de horas que deposité mi carta en el buzón y, con ella, mi elán vital, las pocas fuerzas que había logrado reunir con el paso de los días.

 

Otra vez la desesperación, la ansiedad, las ganas de acabar con todo de una buena vez. Sería menos complicado, tan sencillo como asirme al mástil de un barco que se hunde.

 

 

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México, 28 de diciembre de 1917

 

Con la tarjeta postal que te envié a Nueva York, debí haber desaparecido yo también.

 

 

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Mexico City, 29 de diciembre de 1917

 

Te he pedido por escrito que no me hagas daño con tu silencio, cuando quizás pienses que soy el principal portador de la enfermedad que está acabando con mi salud. Oui. El señor Cravan, el mismo mastodonte que apenas cabía en los cafés du Village en Nueva York, hoy luce como una escoba vieja apenas capaz de sostenerse. El más moderno de los poetas, el poeta de la revolución, ha perdido sus mágicos poderes, toda su magnífica rudeza ante tu continuada indiferencia o desamor o desprecio o resentimiento o esto: el vacío perfecto…

 

Ya vivo como me querías: sin dignidad.

 

 

*     *     *

 

Mexico City, 30 de diciembre de 1917

 

Por fin alcance la última, la más temida estación:

 

SOS, aquí llamando la locura…No fui hecho para esto. Para amarte, para dejar de amarte.

 

La cordura yo no sé —esa se fue a vivir a otro lado, lejos.

 

 

*     *     *

 

Mexico City, 31 de diciembre de 1917

 

Soy la sombra de devastación que jamás conocerá tu corazón de ángel.

 

F. A.

 

 

 

 

Bruno H. Piché (Montreal, 1970) es ensayista y narrador. Ha sido editor, periodista, diplomático y promotor cultural. Ha sido nombrado recientemente miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. En FronteraD ha publicado, entre otros, Frontera y terror. La DEA, el FBI, los Zetas y los nuevos agentes migratorios de MéxicoMi vida con RodriguezTierras baldías: Este-Oeste, Norte-Sur y Huesos (piernas y muñones) en el desierto

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