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El cuaderno italiano

 

 

Italia no tiene quien la escriba, aunque le sobra quien la pinte. De la escritura etrusca no hemos aprendido si quiera a descifrarla, y de la literatura latina apenas quedan restos. No tiene por costumbre el hermoso país de la bota figurar en las historias de la Filosofía, y tampoco demasiado en las del drama. Pero los más grandes  pintores que ha parido Occidente fueron italianos. Por su parte, la Ópera (y sus fastuosos decorados) no sólo nació allí, sino que siempre se cantó en italiano.

 

En este cuaderno de Siena, comprado a un irascible artista de la encuadernación en su taller de la antigua capital toscana, no figura aún ni un solo texto, ni tipografía alguna pisa su cubierta. Sin embargo, la tapicería que cubre sus tapas rezuma arte en sí misma. El artista del telar combinó los colores como si fueran poesía.

 

Para tomar posesión del exquisito regalo que le trajeron ese verano de Italia, Faba bosquejó dos retratos en sus dos primeras páginas: uno a lápiz de punta de plomo, y otro al pastel coloreado. Ninguno de ellos alcanzó la fuerza plástica que rezumaba su cubierta. Era pura Italia, le sobraban las palabras.

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