Nos sale al encuentro sin buscarla. Pero no necesitamos debatirlo. Estamos tan de acuerdo como los protagonistas y seguimos con extrema atención sus vicisitudes, sus vaivenes, sus noches al cuidado, pero sin tocarse más de la cuenta (el hombro, los alrededores del cuello, poco más…), la aparición de Kierkegaard y La repetición a través de la figura del padre (de ella, en la película; de él, el director, en la vida real) y de lo que supondría tener que repartirse, por ejemplo, la biblioteca atesorada a lo largo de todos estos años: 25, diez más que los de la pareja a la que apela el Volveréis (un futuro de indicativo que funge de imperativo amistoso), y contando. Porque no tenemos la menor intención de separarnos y mucho menos de celebrarlo.
Parece fácil lo que hace Jonás Trueba con su cine, y no lo es. Por los temas, por el tono, por lo que le pide a sus actores y a su equipo, por esa desnudez, esa fragilidad, esa falta de aparato eléctrico (de producción, de extras, de acción, de músicas…). Por eso nos toca tanto, tan íntima, tan dolorosa y divertidamente. Porque nos habla de esta época sin grandilocuencia, sin cinismo, sin abuso de los lugares comunes, ni del humor negro español, ni de la violencia tan sórdida y omnipresente que tantas pantallas del mundo llena para que tengamos miedo, o nos envilezcamos, insensibilicemos, alienemos, dejemos de pensar que tenemos el control de nuestras vidas (¿lo tenemos?) y de la política de nuestra ciudad o de nuestro país (¿lo tenemos?).
Cumple a rajatabla además la máxima chejoviana de que si en una escena aparece un cuatrolatas (aunque sea minúsculo y de juguete. Como si fuera una pistola o una escopeta) hay que usarlo como sea. Y si es sobre la autopista de un culo y una espalda (aunque sea de peaje, porque siempre es de peaje, aunque nos gustaría pensar que no, que somos libres), miel sobre hojuelas.
Volveréis nos concierne como nos conciernen la guerra de Sudán, y la guerra de Gaza, y la guerra de Ucrania. Ya lo creo. Pero no es necesario mencionarlas para que no nos sintamos cómplices por omisión. Se trata de vivir en nuestro tiempo y de complicar la narración no por el prurito de hacerlo, haciendo cine dentro del cine (un espejo no a la orilla del camino, sino del corazón), para que el cine resulte tan valioso como un vaso de agua este invierno de nuestra perplejidad y nuestro sordo descontento.
(Fotos como fotogramas de Itsaso Arana y Vito Sanz por Lisbeth Salas).