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Mientras tantoEl cubismo de todos tan temido

El cubismo de todos tan temido


 

Huesca cubista

 

Finalmente. Hay adverbios tóxicos. Verdaderamente. Hay adverbios como carteles clavados en medio de la nada para advertir de la inminencia de un campo de maniobras. 

 

Regreso a casa y desde el último tramo, desde la ventanilla del autobús, y frente a una muchacha que tiene una suavísima cara de bolla de pan en la que luce el dibujo de su boca que, como una caricaturista de sí misma, ha destacado con carmín, me asomo como un náufrago a los anuncios que perlan la noche de un sudor frío: fajas a medida, Santander, karaoke…

 

El volumen de una casa contra el azul helador de la tarde de ayer en Huesca, al final del Congreso de Periodismo Digital, mientras las hordas de pensadores se disolvían en el aire, en sus asuntos, en trenes, a paso ligero, en autobuses, en sus coches particulares, como electrones en el cóncavo mundo de la realidad.

 

Apuraba las últimas horas, en la plaza del Ayuntamiento, las cuestas aledañas, escalones, la calle de las Cortes, arcos de ladrillo, vanos enjalbegados de añil, entresuelos en los que ni siquiera sospechamos quiénes viven, qué hacen, con qué sueñan. Es lo que vienen a despertarnos los periodistas mexicanos que estuvieron en Huesca y nos hicieron pensar en la calidad de nuestro llanto. Como si no tuviéramos derecho a quejarnos. O al menos a ponderar nuestra queja mediante el ejercicio saludable de la comparación. Porque no todas las comparaciones son odiosas, ni mucho menos, sino que a menudo son necesarias. Para que nos demos cuenta de en qué clase de mundo vivimos. Alguien dijo para cerrar los debates, el narcisismo inherente a internet (y no solo), el onanismo de los periodistas hablando en voz alta de sí mismos: ejercer el periodismo en España es difícil. Hacerlo en México es heroico

 

La casa y sus flancos, sus facetas, como un diamante íntimo, como un diamante pobre. Ponernos en el lugar del otro. ¿No es la forma más compasiva del cubismo? La crónica será cubista o no será. Meterse en la piel del otro, o al menos acompañarle más de un largo tramo de la vida, sentarse a su lado, a escuchar sus penurias, a compartir la exaltación y la pena, las ideas, las opiniones, pero sobre todo para poder describir los hechos con la minucia de James Agee y Walker Evans en Elogiemos ahora a hombres famosos, y sobre todo el silencio, y sobre todo los silencios. Y luego anotar como si anotando se corrigiera el error, el olvido, el desmembramiento, la injusticia de no poder alimentar a tu gente, de no poder llevarlos de la mano a la escuela, que haya escuela, techo, un médico al que acudir en medio de la noche o en medio del aguacero o en medio del verano cuando llega el dolor, y la justicia de un trabajo que te permita ser, no deshacerte ante el espejo y los orines.

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