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El cumpleaños de Ariane

 

Una sesión en vela


 

Ariadna, esposa, madre, se dedica a sus labores: tejer el hilo de Ariadna (“Al hilo de Ariadna” es como se titula la película), que le sirve para avisar de las ausencias en su tela de araña -hijos emancipados; marido, por las calles-, pero que no la saca, a ella, del laberinto: gira el hogar sobre sí mismo y te devora para regurgitarte cada día, armada de los pies a la cabeza. Es el grito, silencioso, de Munch.


 

Paradoja del tiempo, el tiempo pasa a veces muy despacio al vivirlo y vertiginoso un minuto después. No siempre lo primero. Siempre lo segundo. “¿Cómo que tengo ya esos años?” No los tienes. No están. Los has perdido. Según pasaba el tiempo. En el hogar el tiempo se detiene. A mirar cómo pasas por el tiempo, sin que le sea a nadie de provecho. El tiempo en casa, sentado, que no te quita ojo mientras haces la cama, lavas, planchas, friegas, cocinas, sacas con la basura la jornada, que se repetirá el día siguiente. Variación sobre un tema que ya cansa sólo con enunciarlo. En ningún sitio como fuera de casa. No es que la vida, allí, sea otra cosa. Pero cambia. ¿Qué más le queda al hombre, el único animal que sabe que se muere, sino pasar el tiempo? ¿Para qué? Aquí los mitos, de ellos cualquier creencia, el mito ayuda. Dar sentido a la vida. ¿Y si no tiene? Si no tiene sentido la existencia, sólo queda la risa. Y, si lo tiene, una risa más fuerte. Así, no somos nada. Hoy es el cumpleaños de Ariadna. No se sabe por qué celebrar eso. Le sorprendía a Gog, en transcripción exacta de Papini, la costumbre social de comer juntos; el que nadie relacionase ese momento con inevitables procesos fisiológicos que son su consecuencia. Y la Ciencia Ficción aventuraba, en un relato memorable, del que no queda sino eso en la memoria, un mundo en el que el uso social fuera defecar juntos. Momentos Estelares de la Etiqueta. Un asco. Vale, sí. Igual, para comer, habría que esconderse. Hacerlo en compañía no tiene más sentido que el celebrar en público la cuenta de los años, que nos deja, cada año, más cerca de salir excretados del tiempo. Es la escatología. Más allá del cuerpo. Si Ariadna pensara en estas cosas igual no le quedaba tiempo para hacer tonterías. Hay gente a quien le gusta reconocerse en la pantalla. Repetirse. De preferencia, ver lo mucho que se aburre. El relato del tedio, estimulante. Peor, el trascenderlo con una pirueta “simpática”.



Iniciamos el viaje. Lo suyo de los viajes no es que te lleven a algún sitio. Lo suyo de los viajes es que, vayas a donde vayas, llegas y allí estás tú. Es la sorpresa que le depara el suelo a quien se tira desde un décimo piso. Un letrero en el pecho, dedicado: “a mi Ángel de la Guarda”.

¡Jod… con el atasco musical!, con la moto, la novia, el restaurante del INSERSO, con la madre cantante, con el guarda aullador, con los frascos de muestras, con la fuente, con el teatro romano donde Lynch (el juez Lynch) hubiera hecho falta.


 

Finalmente Ariadna vuelve a casa para alivio del espectador, unos sí y otros no, hasta las narices: hay quien saldrá del cine en éxtasis. Como éstos -Spike Jonze “Donde viven los monstruos”, Wes Anderson “Viaje a Daarjeling”, Miranda July “Tú y yo y todos los demás”, Gondry: todo Gondry-; como éstos son los más, decirlo, una opinión, no perjudica a la taquilla, al revés: un reclamo. El inexplicable prestigio de la banalidad (mejorando lo presente). Un viaje que deja a todo el mundo donde estaba, horas perdidas, unas horas atrás.


Time is


…y el implacable paso de los tiempos.

 

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