Al final de nuestro territorio, en el último punto, último espacio, vigilaba: tendría que avisar si desde lo alto de la atalaya bajaban enemigos, otros. Llevaba años alerta, solo cambiaba la vista con el paso de las estaciones, los almendros florecían, pero nadie aparecía.
Al final me preguntaba si la vida solo era esto.
Lo que encontraba al darme la vuelta y volver, aquí: el territorio que controlábamos.
Si yo solo era esto… esta altura… este peso…
¿Esto era sér?
Antes de empezar a ir cuesta arriba recordé las preguntas que me hicieron la noche antes de partir, comprobar si era válido para vigilar y asegurar el límite:
—¿Has tenido algún tipo de contacto con los?
—Nunca.
—¿Cómo te los imaginas?
—Ni los imagino.
—¿Llevarás algún objeto querido o útil contigo?
—No.
—¿Algo más?
—Nada más.
—¡Vaya!