Home Mientras tanto El detalle llave

El detalle llave

 

Una de las primeras lecciones que aprenden los cronistas es caracterizar a los personajes a través de sus acciones. Si al profesor de crónica se le entrega una frase de este tamaño: Diana era muy conflictiva”  el profesor devolverá el trabajo con un cero en la nota. Si por el contrario se le entrega un diálogo más o menos así:

¿Diana, vamos a comer?

¿Comer? Oigan pues, ¡¿Por qué no mejor te largas?! –y Diana le estrelló la puerta en la nariz.

Con esta caracterización, puede que el profe califique con un 3 o un 4 si está de buenas pulgas. La cuestión es que en la acción se pinta el carácter.

Los grandes cronistas han practicado una técnica que el periodista argentino Cicco ha dado en llamar «El detalle llave», es decir, la acción que pinta el modelo mental del personaje, su carácter, su forma de ser. El detalle que abre la puerta de su personalidad.

Moleskine32 enumeró un par de ejemplos con El detalle llave.

 

«Santicos, la señora que vivía cerca del páramo de Tipacoque, un pueblo perdido en el Santander, era una matrona que cuando se iba a mercar el maíz y la sal, dejaba a Dionisio, su esposo, encerrado en el rancho con candado».  

Eduardo Caballero Calderón.

 

 

Eduardo Caballero Calderón escribió Los diarios de Tipacoque

 

El señor X espera que le llenen la copa de vino, cuando el mozo vuelca unas gotas en su mano, la cara de X cambia en un segundo de color, vira del rosa mandril al morado frambuesa. Exclama: ‘¡Es el primer mozo con mal de Parkinson que conocí en mi vida!”.

Cicco, periodista argentino creador del Periodismo Border.

 

 

Cicco, periodista argentino creador del Periodismo Border.

 

 

En una crónica sobre Ron Jeremy, una de las grandes estrellas que dio el cine porno, Juan Pablo Meneses cuenta más o menos lo siguiente: Jeremy rodó cerca de 1.500 películas gracias a una super polla de 25 cms y ha hecho una fortuna. Luego de la entrevista, Meneses le pide a Jéremy que se tomen una foto juntos. Mientras posan, Jeremy lo abraza y le dice: “Esto te costará 10 dólares”.

 

Truman Capote en el perfil sobre Humphrey Bogart

«Si uno escucha atentamente el vocabulario de cualquier persona, se dará cuenta de que se repiten ciertas palabras que son como claves de su personalidad. En el caso de Bogart, cuyo mordaz diccionario personal resulta absolutamente imposible de publicar, dos de esos ‘hitos’ verbales eran ‘inepto’ y ‘profesional’. Dado que era un hombre muy moral…, empleaba ‘profesional’ como medalla de platino para ser otorgada a las personas cuyo comportamiento él aprobaba. ‘Inepto’, lo contrario de un espaldarazo, significaba, en él, un disgusto casi lacerante. ‘Mi viejo’, dijo en cierta ocasión refiriéndose a su padre, que había sido un respetable médico de Nueva York, ‘murió con una deuda de diez mil dólares, y yo tuve que pagar hasta el último centavo. Un tipo que no provee de lo necesario a su mujer y sus hijos, es un inepto”. Ineptos eran también los hombres infieles a sus mujeres y los que estafaban al Estado, todos los protestotes y los chismosos, la mayoría de los políticos y de los escritores, las mujeres que bebían y las mujeres que despreciaban a los hombres que bebían. Pero el inepto más inepto era el hombre que no sabía hacer su trabajo, que no era, con el estilo más meticuloso, un ‘profesional’ de aquello a lo que se dedicaba. Dios sabe bien que él lo fue. No importa que jugara al póquer hasta el amanecer y tomara coñac como desayuno: siempre llegaba a la hora al estudio, arreglado y sabiéndose a la perfección el papel que interpretaba” 

 

Y este es mío:

Una mañana, mientras me bañaba, Marcela esculcó los mensajes recibimos en mi cel y se encontró con esta joya:

“Todo queda entre nosotros, Sara”.

Cuando salí del baño, en vez de hacerme el reclamo, Marcela me tumbó en la cama, se desnudó, y me sexó con una ferocidad nunca antes vista”.

 

 

 

Gerry Hirshey, una entrevista a Michael Jackson

Es mediodía y en algún lugar del valle de San Fernando un resplandor neblinoso atenúa las sombras frontales de una hilera de casas pareadas. Al otro lado de la reja metálica el jardín está en silencio y sólo se oye el chapoteo distante que hace al agua de una fuente al caer contra su pileta de plástico…

A lo largo de los senderos de los jardines, los caniches se contonean alrededor de mujeres con el pelo cortado a lo caniche, que los sujetan con correas de color rosa.

‘A que no te esperabas un lugar así, ¿eh?’, dice Michael Jackson entre risitas, tras una máscara de dedos huesudos…
‘¿Te gusta hacer esto? –me pregunta Michael. Su voz denota cierta incredulidad, como si la pregunta la hiciera un juez de instrucción.

Está repantigado en una silla del comedor, mirando hacia el salón que se halla en la planta baja. Está lleno de estatuas. Hay algunos graciosos bronces de estilo grecorromano, así como algunas de esas piletas de baño para pájaros típicas de las afueras. Las figuras están plantadas alrededor del sofá como una fantasmal reunión para tomar el té.

En cambio, Michael no logra permanecer quieto. Está tan nervioso que se está comiendo –con cierta dificultad- una bolsa de papas fritas. Esto sí que es raro en él. Ninguno de sus hermanos recuerda que ni una partícula de esa clase de comida haya pasado por sus labios desde que, seis años antes, se convirtió en un estricto vegetariano y un apóstol de la comida sana…
‘La verdad es que odio esto’, dice. Después de haberse despachado las papas, comienza a plegar y replegar un recorte de periódico-.

Estoy mucho más relajado en un escenario que ahora mismo. Pero bueno, allá vamos’”.

 

Y uno de los más famosos viene por cuenta de Gay Talese en el perfil sobre Frank Sinatra

Frank Sinatra, con un vaso de bourbon en una mano y un pitillo en la otra, estaba de pie, en un ángulo oscuro del bar, entre dos rubias atractivas aunque algo pasaditas, sentadas y esperando a que dijera algo. Pero Frank no decía nada. Había estado callado la mayor parte de la noche y ahora, en su club particular de Beverly Hills, parecía aún más distante, con la mirada perdida en el humo y en la penumbra, hacia la gran sala, más allá del bar, donde docenas de jóvenes y parejas estaban acurrucadas alrededor de unas mesitas o se retorcían en el centro del piso al ritmo ensordecedor de una música folk que atronaba desde el estéreo. Las dos rubias sabían, como también los cuatro amigos de Sinatra, que era una pésima idea entablarle conversación cuando estaba de ese humor tan tétrico, un humor que le había durado toda la primera semana de noviembre, un mes antes de que cumpliera los cincuenta años”.

Salir de la versión móvil