Llamadme exagerada si queréis, pero el caos del tráfico está muy cerca del colapso un día cualquiera en la vida de São Paulo, a las seis de la tarde. No hablemos de qué pasa cuando llueve, cuando ocurre un gran accidente, cuando hay obras, etcétera. De cuantas he conocido y sufrido, Sampa es sin duda alguna la que está más cerca del bloqueo total del tráfico; y hay días en que uno piensa que el colapso está próximo. Que un día de estos, sencillamente, no tendremos cómo movernos más. Cada mañana, las radios y periódicos on line relatan atascos de treinta, cincuenta, setenta kilómetros en cada una de las zonas de esta ciudad de veinte millones de habitantes, esta urbe inclasificable que nació improvisadamente hace poco más de un siglo, que creció vertiginosamente al ritmo del café y, después, de la industria, y que acabó por convertirse en el motor incuestionable de la economía brasileña y en la ciudad más grande de América del Sur.
La tercera ciudad más grande del mundo carece de un planeamiento viable de transporte público, sencillamente porque fue creada por y para los coches. El peatón que se empecine en serlo me dará la razón después de desesperarse cada vez que no encuentra por dónde pasar, porque ciertos caminos sólo fueron concebidos para los automóviles, o, sencillamente, al correr peligro de muerte en cada paso de cebra, esas líneas dibujadas sobre la calzada que sistemáticamente se pasan a la torera los conductores de esta ciudad –si bien ahora una campaña de sensibilización y, sobre todo, de multas y pérdida de puntos, amenazan con poner fin a esta ley del más fuerte… veremos, que yo todavía no me lo creo mucho.
Cierto que el metro –de buena calidad, pero de red muy limitada- va mejorándose, no sé si por la cercanía del Mundial de 2014 y el temido colapso total, pero ayuda. Lo que pasa es que las dimensiones de la ciudad imponen soluciones más urgentes y contundentes. Ayer, volviendo a casa en metro en la hora punta –en qué momento-, viví el mayor atasco de peatones que había visto en la vida. En la interconexión entre las estaciones de metro de Consolação y Paulista, pleno centro de la ciudad, se formó un auténtico atasco humano. Tardé unos veinte minutos, que me parecieron horas, para un recorrido que no lleva más de cinco; pero los que iban en la dirección contraria estaban parados, quién sabe por cuánto tiempo. Unos se desesperaban, otros bufaban, algunos curiosos hacían fotos y otros optaban por la risa histérica, si bien, pese a todo, predominaba esa proverbial paciencia paulistana forjada a base de filas y atascos cotidianos. Yo, todavía chocada tras ver por primera vez a una docena de policías sólo para contener el tráfico de los peatones y evitar la avalancha, no pude evitar pensar en cómo aquella situación era una ratonera sin salida ante cualquier eventualidad. Y concluí que, al final, el problema, más allá de la epidemia automovilística, estriba en queestas megalópolis gigantescas y centralizadas son, además de arcaicas, simplemente inviables.
Sampa no es una ciudad para peatones, y no lo será hoy por ser el Día Internacional Sin Coches. Pero tal vez, al menos, podamos aprovechar la fecha para reflexionar un poco sobre todas las consecuencias absurdas de concebir, urbanizar y construir ciudades pensando en los coches en lugar de en las personas. Muertes, polución y atascos es el saldo que ganamos a cambio de una pretendida comodidad que se nos falsea. ¿Y si la alternativa a coger el coche no fuera un insufrible trayecto en un autobús lleno hasta la falta de oxígeno, sino otros sistemas de transporte público más inteligentes? Corredores, trenes impulsados por imanes… la tecnología ya tiene algunas respuestas. Mientras tanto, exijamos a nuestros dirigentes que nos garanticen un transporte público funcional, digno y barato –y esto último no es baladí en una ciudad como São Paulo-. Como en la educación o la sanidad, no me cansaré de repetir que una sencilla iniciativa que podría mejorar mucho las cosas sería una ley que obligase a nuestros gobernantes a utilizar los servicios públicos. ¿Alguien duda de que el transporte mejoraría si los diputados tuvieran que ir a la Cámara en metro? Linda imagen…
* Quienes estén en Sampa y quieran debatir sobre estas cuestiones, pueden acercarse esta noche al Cineclub Socioambiental Crisantempo, un espacio muy interesante ubicado en la calle Fidalga, 521, en la Vila Madalena. A las 20 hs, se proyectará el documental ‘Homem-Carro’ y se reflexionará sobre la relación entre personas y automóviles en esta ciudad.