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El diablo


 

Mato no quería dimitir con el mismo empeño que Mas se aferra a la patria. Se merecen un monumento a la resistencia como si fueran Daoiz y Velarde, por mucho que Monago sea en realidad todo él ambos con sus dos cabezas y sus cuatro brazos y sus cuatro piernas. Porque Monago es un monstruo autonómico, como un Bellotari moderno paladín del amor y la transparencia indigno de vulgares acusaciones. La distinción mayor entre aquellos quizá sea que Artur en la intimidad se cree también un caudillo mientras Ana tan sólo parece querer ser una madre trabajadora, a la que, por otro lado, le cundía el sueldo como si se lo hubiera gestionado el mismísimo Bárcenas que, por si no había chuleado bastante, decía hacerlo gracias a su pericia negociante, la misma que le ha llevado a la cárcel con toda la fortaleza que le transmitía el presidente.

 

El peligro de esta normalidad de mujer de su tiempo es que trascienda y se ponga el apellido Mato por enseña como Belén Esteban, y hasta delire como el pobre Apollinaire cuando escuchaba a París entero gritarle al Káiser: A bas Guillaume!, creyendo que iba por él. Da la impresión de que Ana llevaba tanto tiempo en Sanidad como la princesa del pueblo en los platós, y casi por el mismo motivo. Una mujer herida por la Gürtel como por Jesulín, por la que Rajoy parece Juan el Golosina apartándole los paparazzis a Lola Flores, como si a uno sólo le hubiera faltado escuchar de la exministra el “Si me queréi, irse”.

 

Para el presidente, de todos modos, igual que para los demás líderes políticos, la corrupción que le atañe es como una brisa que le alcanza de soslayo, tan sólo levantándole un poco, juguetona, el pelo de la coronilla a pesar de que Díez, quien hoy se ha puesto de acuerdo con Lara en el atuendo, le gritara vengativa al oído como el sargento Hartman al recluta Patoso.

 

Mas por la independencia mata con un aire retador que encandila a los indepes como la Esteban al pueblo que la llama guapa por la calle entre aplausos. Una señora belenestebanera puede ser una radical de cuidado. Si uno tuviera que apostar a ganador en una lucha, como los romanos echaban a un toro y a un león a la arena, sin duda lo haría por aquel que es capaz de arriesgar su integridad por un desplante a su heroína, y no por alguien que agita una bandera, y hasta llora, como si tuviera algún problema clínico.

 

Hay más pasión, incluso razón en el placer catódico del cotilleo, más belleza en su militancia, que en el separatismo patológico, el cual es una rama de ese árbol español pelado de otoño al que también se le recortan los brotes en el cielo. Hoy ha tocado agitarlo en el Congreso porque un Pleno es como varearlo pero sin que caigan aceitunas. Mato, que ya estaba en diferido, y Rajoy parecían esas camas de lana que mullía a golpes la campesina de Tolstoi, Stepanida, mientras ‘El diablo’ planeaba por la mente del barin Irtenev reencarnado en Pedrosench (que también es nombre ruso), hoy el jefe de la partida.

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