Afortunadamente, las apariencias engañan. Muchos de los descubrimientos y sorpresas que colorean nuestra vida son fruto de las falsas apariencias, propias y ajenas. La vida es entretenida cuando, aparte de ser personas, habitamos personajes, invenciones que nos completan, franquicias de nosotros mismos que nos abren puertas, pero que exigen dedicación y respeto. Hay que mimarlas, saber mantenerlas, ser honestos con ellas, dedicarles tiempo. Entonces se convierten en salvoconductos infalibles para recorrer el otro lado de la existencia, que suele ser el mejor.
El integro, el puro, el monógamo de sí mismo, el que convive con un sólo yo, está abocado a ser más débil, más vulnerable a los estragos de una crisis repentina. Quizás por eso resulta más fiable ante los demás. En el mundo del arte, tan proclive a las mitologías, esto no es una excepción y los protagonistas preñados de autenticidad gozan de mayor admiración. No de la mía, desde luego. Yo, por el contrario, disfruto con los deslices del ego, descubriendo facetas insospechadas, contradicciones, pequeñas imposturas, concesiones alimenticias. A veces incluso juego a imaginarlas.
Por eso estoy feliz de que el prestigiosísimo crítico e historiador del arte Donald Kuspit haya escrito un texto para el catálogo de la exposición que Sylvester Stallone tiene en la exclusiva galería Gmurzynska de St. Moritz (Suiza) hasta el próximo 15 de marzo. Sería fácil bromear al respecto y concebir historias burlonas, como ya han hecho muchos. Que si Sly es un rico coleccionista y hoy te compro yo, mañana me expones tu. Que si Kuspit está sobornado. Que cómo va a exponer Rambo, que dónde vamos a llegar.
Yo me quedo con otra versión. Que Stallone lleva 35 años pintando, que no hay por qué presuponerle la ausencia de talento en ese campo, y que si en la lujosa galería Gmurzynska exponen habitualmente personajes tan poco interesantes como Robert Indiana o, mucho peor, Fernando Botero, empeñados toda su vida en dar la matraca con la misma obsesiva y manoseada fórmula, bienvenido sea un tipo lleno de sucursales como Sly y bienvenida sea la actitud del señor Kuspit -por muy bien pagado que esté- al validarlo.
Felizmente, nadie es como parece. ¿O sí?
(Foto: EPA / ARNO BALZARINI)