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ArpaEl ejemplo de la extraña Andorra

El ejemplo de la extraña Andorra

Andorra es un Estado más pequeño que Ibiza. Con casi 80.000 habitantes, está enclavado en los Pirineos –entre montañas y ríos– junto a las fronteras de los dos países más grandes de la Unión Europea, Francia y España.

Andorra tiene como única lengua oficial el catalán en un momento de fuertes tensiones entre una gran parte de Cataluña y otra parte del resto de España. Situación donde el idioma juega un papel muy importante, como clara seña de identidad e identificación.

Breve historia. 1278 – 1993

El nacimiento de Andorra como país independiente responde, en parte, a la pregunta de cómo ha conseguido mantenerse independiente a lo largo de los siglos, mucho antes de la formación de las actuales España y Francia.

Porque Andorra nació de uno de los muchos conflictos de la Baja Edad Media, tras el acuerdo de paz entre dos señores feudales que se disputaban unos valles pobres, pero estratégicamente situados como tierra de paso entre las altas montañas de los Pirineos. Fueron el obispo de Urgel Pere d’Urtx y el conde de Foix Roger Bernat III los que en 1278 saldaron sus diferencias estableciendo la posesión de aquel territorio para ambos.

Hoy, ese paso franco es recorrido por la carretera que atraviesa Andorra, junto a la vera del río Valira,  uniendo España y Francia a través de los Pirineos.

Sin este pacto, la victoria de uno o de otro, habría hecho que Andorra pasase a formar parte, con el transcurso de los siglos, de uno de los dos Estados vecinos, el del sur o el del norte.

Desde entonces, su capital, Andorra la Vella, es Andorra la Vieja, apelativo que da idea de uno de los Estados más antiguos del mundo.

Hoy, estos dos copríncipes, que ya no gobiernan, pero sí reinan, son el presidente francés François Hollande y el leridano obispo de Urgel Joan Enric Vives. Porque desde 1993, cuando se aprobó la Constitución por referéndum, Andorra pasó de ser un coprincipado de base feudal a uno parlamentario y fundamentado en la soberanía popular, con los dos copríncipes en la figura de jefes de Estado, pero sin ningún tipo de poder.

Por eso, en Encamp, la tercera capital de parròquia –división administrativa andorrana, similar a la provincia española o el département francés– más grande del país, donde viven cerca de 7.000 personas, las dos avenidas principales se llaman François Mitterrand y Joan Martí, cuyos letreros indican que fueron estos dos copríncipes, el francés y el episcopal, los firmantes de la Constitución de 1993:

La señal de color azul en lo alto dice:

Avinguda de Joan Martí. Copríncep episcopal (1971-2003). Signatari de la Constitució del 1993. En homenatge al copríncep que, conjuntament con François Mitterand, retornarà la sobirania al poble andorrà”. 

Fer-se l’andorrà 

Esta expresión, bastante utilizada en catalán, y que significa hacerse el andorrano, muestra muy bien su forma de ser. Define una actuación desinteresada o despreocupada por parte de alguien, prefiriendo no intervenir. El andorrano, con el paso del tiempo, se ha hecho cauteloso y discreto. Cualidad que muestra otra parte de la respuesta a cómo ha sobrevivido un Estado tan pequeño durante más de siete siglos entre dos tan poderosos, y de vastos Imperios en el pasado.

Porque Andorra siempre ha dependido mucho de Francia y España, pero ha sabido manejar esa dependencia de dos grandes países en su propio beneficio, pues estos pocas veces se han puesto de acuerdo en lo referente al país. Desde fuera era gobernada a través de los representantes de los copríncipes, los veguers; desde dentro lo hacía el Consell de la Terra, legitimado en 1419 –cerca de dos siglos después del nacimiento de Andorra– para oponerse en la medida de lo posible a lo se imponía de fuera. Una relación tensa que se mantuvo hasta 1993, cuando el Consell pasó a ser el único órgano de gobierno del país, de manera democrática.

Hay muchos ejemplos de este fer l’andorrà. Los beneficios del contrabando entre ambos países cuando hubo guerras, pues siempre mantuvo su neutralidad. La exención de impuestos, lo que ha permitido que cerca de un 80% de las importaciones sea para ventas al turista comprador –sobre todo franceses y españoles– que viene de fuera. Privilegios fiscales que han permitido la formación de grandes y poderosos bancos, donde personas de los países vecinos han tenido su dinero protegido. Etcétera.

Excepciones que han hecho de Andorra un país único, y que desde dentro se quiere salvaguardar a toda costa. Hoy, esto todavía se puede comprobar, como advierte un titular –informa del fin de Andorra sin uno de sus privilegios– fechado el 21 de marzo de 2016, en el periódico gratuito BONDIA:

El Govern avisa a la Unió Europea de la fi d’Andorra sense l’acord duaner.

O por ejemplo, que Andorra sea uno de los pocos países del mundo que no tiene Servicio Postal, pues son Correos y La Poste quienes se encargan de todo. O la falta de un sistema educativo propio hasta 1982, ya que durante todo el siglo XX recayó en España y Francia la tarea de la educación.

Hoy conviven los tres sistemas educativos, en ocasiones en un mismo edificio, por ejemplo, la Escola Andorrana y la Escuela Española en Escaldes, la École Française y la Española en Encamp o la Andorrana y la Française en Canillo. Para enviar una carta a España desde Andorra puedes hacerlo con La Poste (1 euro) o con Correos (0.45), que comparten oficina en el mismo espacio, frente a frente.

Por su parte, la publicidad del tabaco sigue siendo legal en las calles.

Os portugueses

A las 16.00, el diumenge 20 de març, empieza un partido de los play-off entre los dos mejores equipos de la Lliga Andorrana de Futbol. El primero es de Santa Coloma, pequeña ciudad de 3.000 habitantes situada en la parròquia de Andorra la Vella. El segundo es el equipo de los portugueses de Andorra, fundado en 1999.

Según el Departament d’Estadística, en 2015, había 10.697 portugueses registrados en Andorra, lo que supone la tercera nacionalidad más numerosa, por detrás de los andorranos, 35.750, y los españoles, 20.577, ya que franceses sólo hay 3.890. Aunque se supone, por lo que dicen muchos, que tiene que haber muchos más españoles y, sobre todo, portugueses, no registrados.

Los portugueses trabajan conduciendo autobuses públicos, de guardias de seguridad en los supermercados, en la construcción, en bares y restaurantes, o algunos como empresarios. Hay una televisión portuguesa, la RTP. Vienen –desde principios de los años 80– del norte del país, de las zonas más pobres, trabajan mucho y ahorran para comprarse una casa al volver, como hacían los españoles que en los 60 emigraron para Alemania en busca de una mejor. Todo esto me lo cuenta un cántabro que lleva 28 años en Andorra, luego me recomienda que vaya a comer al Benito, en Encamp, o a Els Maynos, en Andorra la Vella, pues los portugueses dan muy buena comida casera y económica.

Cuando me despido de él un grupo de portugueses entra en la Associação dos Residentes do Alto Minho em Andorra, otros compran algo en el supermercado portugués Un Trosset Portugués, en cuya fachada verde  y roja están representadas todas las regiones del país luso e ibérico.

La entrada al partido –que ya ha empezado– es gratuita. La puerta está abierta, los portugueses animan en su idioma e insultan al árbitro llamándole burro. Los del Santa Coloma le dicen cabrón. Al fondo se ven las montañas. El río Valira corre cerca. El césped es artificial y brilla. Los jugadores se gritan entre ellos en castellano. Uno se queja de que otro no le pasa nunca. El periodista narra el partido para la televisión en catalán a mi lado, sentado entre el público como uno más.

Todo cabe en una mirada y escuchando, y en el descanso los chavales salen a jugar al campo.

Los árbitros son extranjeros. Vienen de la Federazione Sammarinese Giuoco Calcio, de San Marino, de otro Estado pequeño, este dentro de Italia, una República fundada en el año 301.

El hombre –que fue asistente de árbitros en la Serie A italiana– con el que hablo me cuenta que hacen intercambio de arbitraje entre los pequeños Estados de Europa. Dice que ya han estado en Malta, que arbitrar es duro, que sus compañeros son de Rimini, pero árbitros de San Marino, y que quizás vayan a Liechtenstein dentro de poco.

El partido acabó cero a cero.

El catalán i el castellà

El catalán es la lengua oficial de Andorra, reconocido en la Constituciò. Es el idioma que se lee en la señalética de las carreteras: Espanya i França; en las advertencias de las calles: Gossos no, Treure la neu abans d’entrar o Parada sol·licitada; el idioma de la Andorra TV o la radio Andorra 1, del Diari d’Andorra o el Periòdic d’Andorra. El de todas las facturas: Gràcies per la seva visita.

Fue el idioma que utilizó Òscar Rivas, jefe de Gobierno en 1993, en el discurso de ingreso en la ONU:

Tenim ben clar que per fer coses i per comunicar-les cal ser cosmopolites i poliglots, però també que per ser cal aprofundir en les pròpies arrels. I les nostres són les de la cultura catalana”.

Porque Andorra, cuando nació como Estado independiente, era parte del Condado de Urgel, territorio esencial de los Condados Catalanes, el origen de la actual Cataluña. La capital de este Condado se encontraba en el pueblo de La Seu d’Urgell, donde hoy reside el copríncipe episcopal, a diez quilómetros al sur de Andorra, en la provincia de Lleida. De hecho, Seu es, en castellano, sede.

Sin embargo, a pesar de esta fuerte conexión con Cataluña, el castellano es la lengua franca en Andorra, dice el periodista barcelonés residente en el país desde hace muchos años, Àlvar Valls. En su libro de 2008, Andorra entre l’anacronisme i la modernitat, escribe que este es el idioma utilizado, en general, para comunicarse entre andorranos y portugueses, por ejemplo, o entre franceses y españoles, incluso entre los funcionarios de las instituciones, a los que se les exige que hablen en catalán, pero que al despiste, en ocasiones, se entienden en castellano.

Por otra parte, en su artículo del año 2003, El català a Andorra: tota una lluita, el filólogo Guillem Molla escribe:

“Los cambios en la lengua materna de la población en los últimos años, con un descenso del catalán y un aumento del castellano, son la base de los cambios en los comportamientos lingüísticos de la población. La interpretación se encuentra en el análisis de los flujos migratorios”.

Y pienso en los muchos españoles y portugueses que me encuentro cada día en la calle.

Y compruebo que en los únicos cines del país, en un enorme centro comercial de Andorra la Vella, todas las películas están dobladas al castellano. Cuando le pregunto al responsable de las entradas si hay alguna película en catalán, me dice que es como en España, que no me preocupe…

O cuando voy por la Avinguda Meritxell preguntando si venden cajetillas de tabaco con la advertencia de muerte en catalán, y me miran de forma extraña –algunos ni siquiera lo saben bien y van a preguntar al responsable– para decirme que no, que en castellano, francés o inglés…

O en la Plaça del Poble, en Andorra la Vella, muy cerca del Parlamento, los niños juegan al fútbol en castellano, con camisetas del Barcelona…

Las dos Andorras

Porque actualmente hay dos Andorras, dice Àlvar Valls, la del trabajo y la del poder. División que ha generado –y genera– un fuerte déficit de identidad, que unido a la falta de cohesión en la lengua catalana, ha generado una brecha social muy grande entre los de arriba y los de abajo.

Son los andorranos de lengua catalana, en general, los que tienen el poder, sin embargo son una minoría en su propio país: representan cerca de un tercio de la población. Y es esta la razón de su gran desarrollo, pues sin los inmigrantes que trabajan para los millones de turistas y compradores que cada año visitan el país Andorra habría tenido grandes dificultades para mantenerse en este mundo tan globalizado, de constantes cambios.

En 1960 eran poco más 6.000 habitantes en el país, en el 2010 más de 85.000, lo que supone uno de los crecimientos demográficos más espectaculares del mundo.

Lo veo en lo que me cuenta Jesús, el cántabro que me recomendó Els Manyos, cuando le compro el Diari d’Andorra. Dice que los de fuera no tienen derecho a votar porque no tienen nacionalidad, un derecho muy restringido y que tampoco interesa a los extranjeros, lo que hace que los que viven en Andorra no se interesen por el devenir político, quedando éste en manos de los andorranos de siempre, pocas familias que controlan el país en el terreno político y económico.

O una mujer andorrana, de padres españoles, que me cuenta –mientras espera– que el transporte público es muy caro, con precios para los turistas, para ganar dinero, porque no es normal que por seis quilómetros que hay entre Encamp y Escaldes, por ejemplo, te cobren casi dos euros, y que, además, no hay buenos descuentos para los que viven siempre en Andorra. Dice que los que vienen a esquiar los utilizan para moverse por el país por las mañanas, para ir a las estaciones, y por la tarde, para bajar a las grandes avenidas de tiendas a comprar.

Cuando me voy, veo que el nombre del servicio de los autobuses públicos es Skybus.

***

Los castellanoparlantes que han venido a Andorra a trabajar han hecho que el catalán sea una lengua minoritaria donde es la única oficial. Además, la llegada de miles de portugueses ha acentuado la situación en las últimas décadas. Inmigrantes, ambos, que llegaron a Andorra en busca de una vida mejor, saliendo de zonas menos favorecidas de España y Portugal. Era el vecino del norte la solución, donde había más trabajo y más oportunidades. Porque es curioso que apenas haya franceses en Andorra, que vienen sobre todo a esquiar y comprar. Francia ha estado siempre muy presente en el país, sin embargo su idioma se habla muy poco en la calle, tampoco van mucho en autobús a trabajar.

Y en la cancha de baloncesto del MoraBanc… donde he entrado sin que nadie me viese, donde reina el silencio… en este campo del equipo que juega en la Primera División Española, pienso que la identidad fuerte, al fin y al cabo, no admite mucha mezcla en un mundo cada vez más globalizado… que ha sido esta la que ha permitido que Andorra siga en pie en los Pirineos… cada día más fuerte y poblada, junto a portugueses y españoles, del sur.

Sentado, veo un cartel enorme que preside la cancha de baloncesto, dice: Aquí juga un país.

Recuerdo la publicidad –en las televisiones de España– de un país entero, con imágenes de nieve y tiendas, cuyo eslogan intenta convencer: Andorra es otra historia.

Y antes de irme recuerdo una cita del libro con el que empecé a preparar este reportaje, Historia de la República de Andorra, escrito en 1849 –entonces la población no llegaba a 4.000 personas– por un amigo del entonces copríncipe episcopal, el historiador de La Seu d’Urgell Lluís Dalmay i de Baquer:

“El andorrano es y será feliz mientras no conozca las muchas necesidades que las naciones cultas se han creado y cuya satisfacción hace el continuo martirio de todas las clases poco acomodadas”.

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