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El ejemplo de Vasili Grossman

Los detalles de la biografía de Vasili Grossman son poco conocidos. En la monumental colección de autobiografías de escritores soviéticos publicada después de la guerra no hubo lugar para Grossman. Las memorias sobre él, al menos las publicadas, son escasas y, en general, monótonas. Se desconoce la suerte que corrieron sus archivos, e incluso si fuera posible tanto saber de la existencia de sus archivos como conocer su ubicación, ¿cómo acceder a ellos? No cabe duda de que estarán herméticamente protegidos no sólo de miradas extranjeras, occidentales, sino también de la curiosidad de miradas soviéticas que no cuentan con el debido permiso ni aprobación. Igual de complicado es tener la oportunidad de entrevistar a aquellos, pocos ya, que de un modo u otro conocieron personalmente al escritor.

Tenemos que apoyarnos y confiar, en primer lugar, en los textos publicados. No hay ningún problema en ello, pues en lo que Grossman escribió y publicó se encuentra su verdadera biografía. Pero es una lástima que no sepamos siquiera, por ejemplo, si al menos recibió, en su Berdíchev natal, algún tipo de educación judía[1].

Sí, nació en Berdíchev,[2] lo que parece hecho a propósito, ¡un guiño del destino! Cualquiera que haya crecido en la Unión Soviética conoce el especial aroma de la palabra Berdíchev. El aroma de los chistes de judíos, con más frecuencia sucios y malintencionados que inofensivos y divertidos. Berdíchev fue (y sigue siéndolo) uno de los muchos símbolos universales del bestial antisemitismo ruso, asociado a las burlas sobre los judíos y a los mitologemas sobre la cobardía y la mezquindad judías. Grossman nació en Berdíchev el 12 de diciembre de 1905 y vivió allí, intermitentemente, hasta 1921.

El Berdíchev real de los años 1900 y 1910 se parece muy poco, claro está, al humorístico. Berdíchev es una ciudad que durante dos siglos y medio, hasta la desintegración de Polonia en 1793, brindó refugio a una de las comunidades judías más grandes e importantes de Europa del este y se enorgullecía del sobrenombre de Jerusalén de Volinia. El famoso tzadik Levi Yitzchok (o Levi Isaac), héroe de numerosas leyendas jasídicas, fue rabino en Berdíchev a finales del siglo XVIII y principios del XIX y ha permanecido en nuestra historia bajo el apelativo del Berdichever. En la primera mitad del siglo XIX, Berdíchev ostentó la capitalidad judía de la región del sudoeste. Había grandes empresas comerciales y una clase acomodada relativamente culta. De Berdíchev procedía la familia Rubinstein, que dio a Rusia a los hermanos músicos Antón y Nikolái, el primero de los cuales fundó el Conservatorio de San Petersburgo y el segundo, el de Moscú. Al mismo tiempo, Berdíchev fue un bastión del jasidismo, un baluarte de la resistencia judía a la educación europea y al deseo de emancipación y de asimilación. A principios del siglo XX,[3] los judíos constituían el ochenta por ciento de la población de Berdíchev. En vísperas de la Primera Guerra Mundial y durante los años que esta duró, el Bund[4] gozó de una influencia tan grande que entre 1917 y 1919 los bundistas tenían representantes en el gobierno de la provincia y de la ciudad. Durante la época zarista, los pogromos pasaron de largo Berdíchev. Pero el 5 y el 6 de enero de 1919 tuvo lugar aquí uno de los primeros pogromos de la Ucrania independiente, controlada por el Directorio: diecisiete personas murieron y cuarenta resultaron heridas; muchos cientos fueron víctimas de los robos y golpeados.[5] Grossman tenía entonces catorce años. No hay que olvidar que los bolcheviques pusieron fin no sólo a la independencia de la República Popular de Ucrania bajo el liderazgo del socialdemócrata Petliura, sino también a los pogromos que durante los años 1917 y 1921 se cobraron una décima parte (alrededor de 150.000) de todos los judíos ucranianos. Fue el miedo a los pogromos y a quienes los llevaban a cabo lo que inspiró en los judíos el afecto y la devoción por el nuevo régimen bolchevique.[6]

Después de la revolución y de la guerra civil, la antigua zona de residencia comenzó a vaciarse. El número de judíos en Berdíchev disminuyó: en lugar del anterior ochenta por ciento, ahora sólo representaban la mitad del número total de habitantes. Así es como el propio Grossman recordaba en 1945 o 1946 su ciudad natal, cuando ya no quedaba ni rastro del antiguo Berdíchev:

La población judía mantenía estrechas relaciones de amistad con los rusos y ucranianos de la ciudad y sus alrededores. Jamás se habían producido conflictos entre las nacionalidades que habitaban la región.

La mayor parte de los judíos trabajaba en la industria: en la Ilich, una de las mayores fábricas de pieles de la Unión Soviética; en la Progréss, una fábrica de maquinaria industrial; en la procesadora de azúcar de Berdíchev; en cientos de pequeñas fábricas: peleterías, sastrerías, zapaterías, sombrererías, talleres donde se trabajaba el metal, fábricas de cartón… Aun antes de la revolución, las zapatillas fabricadas en Berdíchev –las chuviakí– gozaban de gran fama y se exportaban a Tashkent, Samarcanda y otras ciudades de Asia central. También los fabricantes de zapatos de lujo y los especialistas en la fabricación de papeles de colores eran ampliamente conocidos. Miles de judíos de Berdíchev se ganaban la vida trabajando como albañiles, fabricantes de hornos, carpinteros, joyeros, relojeros, ópticos, panaderos, peluqueros, porteadores, cristaleros, montadores, cerrajeros, fontaneros y estibadores.

También contaba la ciudad con un amplio número de judíos dedicados a las profesiones liberales. En Berdíchev residían docenas de médicos experimentados: cirujanos, pediatras, ginecólogos, estomatólogos. Había especialistas en bacteriología, químicos, farmacéuticos, ingenieros, técnicos en diversas ramas, contables, maestros de institutos y escuelas de enseñanza media, maestras de lenguas extranjeras, educadoras empleadas en guarderías, centro de enseñanza preescolar y áreas infantiles.[7]

Sin duda, estas largas enumeraciones son un conjuro para los muertos y, al mismo tiempo, un último homenaje a los mártires. Pero algo resulta obvio: no había otro Berdíchev más que el soviético en la memoria de Grossman. Y esta primera conclusión que me permito sacar tiene, creo yo, gran importancia. El tema judío en Grossman se desarrolla exclusivamente a partir de su contemporaneidad, omite las raíces históricas y las tradiciones, ya que tampoco parece que el autor las conozca, a diferencia de la literatura antigua ruso-judía, a diferencia de Bábel.

En 1921, Vasili Grossman, que por aquel entonces contaba dieciséis años, ingresó en un instituto de Kiev. Más tarde se matriculó en la Universidad de Moscú para estudiar química. Después de la universidad trabajó durante cuatro años (de 1929 a 1933) en el Donbás: en una mina, en el Instituto Provincial de Patologías y Salud Laboral y en un instituto médico. En 1933 se trasladó a Moscú para trabajar de ingeniero en una fábrica de lápices. Para aquel entonces ya había escrito y publicado desde hacía varios años. Entre sus primeras publicaciones se encontraba el ensayo Berdíchev en serio, no en broma,[8] que apareció en el último número de la revista Ogoniok de 1928. Los textos en periódicos y revistas (ensayos, correspondencia ocasional) fueron los primeros experimentos literarios de Grossman. Sin embargo, ya había llegado a Moscú con el manuscrito de su primera novela, Glückauf, en la que hablaba de la vida de los mineros de la provincia de Donetsk. La novela cayó en manos de Maxim Gorki, quien, tras regresar del exilio, dedicó mucho tiempo a los jóvenes y ayudó a muchos a “convertirse en escritores” (si merecidamente o no es un asunto aparte). Gorki criticó la novela, pero calificó al autor de “persona capaz”.[9] Grossman rehízo Glückauf y esta vez complació al patriarca de la literatura soviética: la novela se publicó a finales de 1934.

Un análisis de esta novela se encuentra más allá del alcance de este ensayo. Tan sólo señalaré que no se diferencia en nada de otros ejemplos de la “prosa industrial” que abundaba en aquel momento y que cantaba a la industrialización y sus éxitos. Una lista de estos ejemplos apenas ayudaría a aclarar el lugar que ocupa entre ellos la novela de Grossman. La razón es de lo más simple: todas esas obras, sin excepción, han sido olvidadas por los lectores, aunque algunas todavía se reeditan en colecciones de varios volúmenes que reúnen los corifeos del realismo socialista. La clave, es evidente, no se encuentra en las inexactitudes o, directamente, en las mentiras absolutas de las descripciones,[10] sino en la experiencia histórica que cambió de forma radical la visión de los hechos narrados. El absurdo de las hazañas laborales y el entusiasmo de los trabajadores en las “grandes obras del socialismo” no es menos indudable hoy en día que el absurdo de la abnegación con la que el Iván Denísovich[11] de Solzhenitsyn coloca bloques de hormigón en la zona de viviendas de un campo de trabajo estalinista. Sin embargo, hubo un momento en que esta “fornicación del trabajo”, según la genial definición de Ósip Mandelstam,[12] emocionó a mucha gente que simpatizaba con el experimento soviético tanto en la Rusia soviética como en Occidente.

Gorki escribió[13] en una reseña sobre la primera versión de Glückauf: “El autor examina los hechos situándose en el mismo plano que ellos. Esto, por supuesto, también es una posición, pero tanto el texto como el autor se beneficiarían si este último se hiciera las siguientes preguntas: ¿por qué escribo?, ¿qué verdad estoy enunciando?, ¿qué verdad quiero que triunfe?”. En la versión publicada, Grossman respondió a todas las preguntas del maestro con la aplicación del alumno más aventajado. Formuló la verdad del último y novísimo número de Pravda. La novela “refleja” el inmovilismo de la vieja guardia de ingenieros, la deserción de su mejor facción y la integración de esta en los bolcheviques, la corrupción de la aristocracia obrera que, como todos debemos saber, tanto Lenin como Stalin combatieron sin piedad, y la felicidad de los campesinos, que se unieron en masa a las filas del proletariado (que lo dejó en cueros, lo privó del último trozo de pan y lo arrojó al Donbás, aunque de esto, claro, no se hace mención alguna), etcétera. La situación internacional tampoco quedó sin retratar: a través de los personajes de dos especialistas montadores extranjeros, dos cerrajeros que montan un ventilador comprado en Alemania, se expone la debilidad de la socialdemocracia alemana, esa traidora a la clase obrera que tanto la Komintern como Stalin personalmente desenmascararon, algo que todos debemos conocer también. El debutante no dejó atrás ninguno de los clichés del realismo socialista. Por ejemplo, en la escena de amor en la que ella habla de sus sentimientos y él de la mina (segunda parte, capítulo siete). En pocas palabras, no salió gratis que Gorki diera su visto bueno al texto revisado de la novela.

Pero, en los años treinta, Gorki no era sólo el legislador y juez supremo del realismo socialista, sino que conservaba tanto el gusto como el amor por el arte narrativo. Y por ello precisamente no fue sin razón que adivinó a una persona capaz en el joven Grossman. El miedo del campesino que se encuentra por primera vez ante la tierra está escrito de manera directa, vívida y convincente (primera parte, capítulo cuatro). El episodio de la celebración onomástica también me parece logrado: la descripción de una borrachera salvaje, del ruido, de los primeros destellos de amor de la joven dueña de la casa, de la homenajeada en la fiesta, por el cerrajero alemán recién llegado (primera parte, capítulo nueve).

Sin embargo, el interés de Gorki por Grossman no fue fruto de aquella novela industrial. Grossman nos cuenta[14] “En abril de 1934 se publicó mi primer relato, ‘En la ciudad de Berdíchev’, en la revista Literatúrnaia Gazeta. Gorki lo leyó y en mayo me invitó a su casa”. Tras la publicación de Glü kauf no lo invitó, pero después de este breve relato de unas quince páginas volvió a invitarlo. Y, de nuevo, no de forma gratuita.

La comisaria de batallón Vavílova, que “no tiene en absoluto aspecto femenino, que va con su máuser y viste pantalones de cuero, que condujo muchas veces a su batallón al ataque y que ni su voz parece de mujer”,[15] quedó embarazada y estaba a punto de dar a luz. Obtiene una baja de cuarenta días y se instala “en una habitación requisada […] en Yatki, que era como llamaban en la ciudad al barrio del mercado”.[16] Es allí donde da a luz. Mientras tanto, los rojos se retiran y dejan la ciudad en poder de los polacos. Vavílova accede a esperar a que termine la ocupación, que, según asegura su superior, no durará más de un mes, pero no aguanta, abandona Berdíchev con el último destacamento rojo y deja al recién nacido en manos de los dueños del piso donde se alojaba.

La “posición” del autor no deja lugar a dudas: los rojos son incondicionalmente buenos, bondadosos, honestos. La separación de Vavílova de su hijo recién nacido es provocada por el inesperado recuerdo de un discurso de Lenin en la Plaza Roja. Sin embargo, no creo que fuera sólo la claridad ideológica lo que llamó la atención de Gorki.

La guerra civil fue probablemente el tema principal de la literatura soviética en las dos primeras décadas de su historia. Se probaron y usaron todos los aspectos, todos los enfoques del tema, excepto los claramente antisoviéticos. También se escribió sobre bebés. La versión más conocida de este argumento en la década de los veinte es ‘El niño’, de Vsévolod Ivánov, una historia sobre cómo un bebé aparece de pronto en un destacamento de partisanos en algún lugar de Mongolia. Sus padres, partidarios de los blancos, han caído muertos por los partisanos. Para salvarlo de la inanición, estos últimos asaltan un pueblo kirguís y se llevan a una madre lactante con su propio bebé. Entonces, a los partisanos les empieza a parecer que la mujer kirguisa alimenta al suyo más que al adoptado y llegan a la siguiente conclusión: “Que Dios lo bendiga. El pequeño kirguís debe morir. Hemos matado a tantos… Qué más da uno más o uno menos”.[17] En este contexto de bestial crueldad,[18] tan característica de las novelas y relatos de Vsévolod Ivánov sobre partisanos, el debut de Grossman parecía un cuento de Andersen, una parábola navideña. Los tiempos de las verdades sangrientas habían pasado y habían llegado los tiempos de las mentiras edulcoradas.

Pero no quiero decir en absoluto que el relato de Grossman sea falso. Tan sólo que el punto de vista había cambiado. Vsévolod Ivánov, diez años mayor que Grossman, fue testigo y partícipe de lo sucedido. Vasili Grossman se asoma a una historia que ya ha conseguido envolverse en las brumas del mito oficial. Y esta nueva perspectiva está en consonancia con las exigencias de los nuevos tiempos. Sin embargo, desde un punto de vista puramente literario, el relato está construido con mucha seguridad, con mucha habilidad, en algunos pasajes casi con maestría, y, en cualquier caso, de un modo mucho más profesional que Glückauf. Gorki no pudo hacer otra cosa más que apreciarlo.

El pasaje del mercado de Berdíchev está escrito de una forma particularmente magistral:

Durante todo el día hirvió Yatki en continuo ajetreo: los hombres vendían leña de abedul blanco que parecía pintada con tiza; las mujeres agitaban las ristras de cebollas; las ancianas judías se sentaban sobre grandes colinas de gansos atados por las patas. Los compradores soplaban el suave plumón de entre las patas para ver mejor la grasa amarillenta bajo la piel cálida y fina de las aves.

Muchachas de piernas morenas con pañuelos de colores llevaban altas ollas rojas llenas de fresas y miraban temerosas, como a punto de emprender la huida, a los compradores. Los comerciantes vendían desde los carros trozos de sudorosa mantequilla envueltos en velludas hojas de bardana verde.

Un mendigo ciego, que lucía barba blanca de mago, lloraba trágico y suplicante y extendía las manos, pero su terrible dolor no conmovía a nadie, todos pasaban de largo con indiferencia. Una mujer arrancó la cebolla más pequeña de la ristra y la arrojó a la escudilla de hojalata del anciano. Este palpó la cebolla, abandonó sus lamentos y dijo enfadado: “¡Que tus hijos te traten así cuando seas vieja!”, y de nuevo entonó largamente su vieja cantinela, tan antigua como el mismo pueblo judío.

La gente vendía, compraba, tocaba, cataba, alzaba pensativa la miraba a lo alto, como si esperara que desde el cielo despejado y azul alguien le aconsejara si era mejor comprar un lucio o llevarse una carpa. Y, mientras tanto, todos gritaban, juraban, regañaban y reían.[19]

En esta descripción detallada y minuciosa de una pacífica abundancia, no sólo no existe un atisbo de tragedia, sino ni siquiera de tensión dramática. Todo es tranquilo, apacible y hasta un poco perezoso, como el paisaje ucraniano, como la cantarina lengua ucraniana. Y cuando pasamos del mercado a la guerra, también aquí todo permanece esencialmente tranquilo y sereno:

Toda la ciudad yacía en sótanos y bodegas. Sollozaba y gemía de miedo, cerraba los ojos y contenía aterrada la respiración.

Todos, incluso los niños, sabían que un bombardeo así era un bombardeo estratégico y que las tropas dispararían docenas de bombas más antes de tomar la ciudad. Y entonces, todos lo sabían, se haría un silencio increíble y, de repente, acompañada por el repiqueteo de los cascos a lo largo de las calles, una patrulla de reconocimiento a caballo correría desde el paso a nivel. Y todos, con miedo y curiosidad, se asomarían tras puertas y cortinas y saldrían al patio cubierto de sudor.

La patrulla entraría en la plaza. Los caballos sacudirían la cabeza y bufarían. Los jinetes se llamarían entusiasmados unos a otros en una lengua humana sorprendente y simple, y el comandante, feliz por la humildad de la ciudad derrotada y postrada, gritaría como un borracho y dispararía al aire para romper el silencio y pondría a su caballo sobre las patas traseras.

Luego, unidades de infantería y caballería llegarían de todos lados. Gente polvorienta y cansada, campesinos de buen corazón pero capaces de matar, irían con sus abrigos azules por las casas ávidos de pollos, de toallas y botas.

Todos lo sabían, ya que la ciudad cambió de manos catorce veces y fue ocupada por petliuristas, denikinistas, bolcheviques, galicianos, polacos, las bandas de Tiutiúnnik y Marusi y por un extravagante noveno regimiento que no pertenecía a nadie. Y cada vez pasó lo mismo que en la anterior.[20]

Es absolutamente imposible creer a la vez en el miedo y en la indolencia. No se trata de si la realidad se refleja correcta o incorrectamente. El artista crea su propia realidad, que nunca coincide con la auténtica, la histórica, y sería una sinrazón reprocharle a Grossman que no recuerde las decenas de asesinatos, los cientos de mutilaciones, violaciones y robos. Esto es muy importante: para Grossman, el Berdíchev de la guerra civil no es una “ciudad de exterminio” (como Jaim-Najman Biálik llamó a Chisináu, que sufrió el pogromo de 1903), lo que significa que no hay nada específicamente judío en la mirada del escritor. A modo de comparación, recordemos cómo considera Bábel las ciudades y pueblos de Ucrania en Caballería roja.

A pesar de todo, el fondo es colorido e incluso original. No se parece ni a los cuadros ni a las pinturas habituales desde Serafimóvich hasta Gaidar. Por eso las figuras judías en este contexto son falsamente coloridas, porque son banales. La familia judía que acoge a Vavílova es sólo una estampa, un modelo trillado: ruidosa, de buen carácter, que ama a los niños, hospitalaria, de un optimismo superficial. Incluso los retratos están hechos a vuelapluma: “Alrededor se encontraban los hijos de Magazánik, siete ángeles andrajosos de pelo rizado que observaban a Vavílova con ojos tan negros como la noche”.[21] De nuevo, nada que reprochar: un escritor principiante, a menos que sea un talento de primera magnitud, recurre inevitablemente a los clichés. Pero los clichés aparecen sobre todo allí donde el interés del escritor es menor, y en este sentido los clichés sobre los judíos son indicativos.

El debut de Vasili Grossman nos permite hacer observaciones interesantes e importantes para nuestro asunto. El joven escritor recurre a la historia reciente de su ciudad natal, algo bastante frecuente. A pesar del sabor judío y del abundante material judío cotidiano, el relato ‘En la ciudad de Berdíchev’ no tiene ninguna relación con la literatura ruso-judía.[22] El relato es puramente ruso, un tanto exagerado, proclive a los regionalismos.[23] No cabe duda de que el autor se siente un escritor ruso-soviético y no otra cosa. No cabe duda de que se siente realista, es decir, que se esfuerza por acercarse lo más posible a la “verdad de la vida”. Prestemos atención a un detalle apenas perceptible al ojo inexperto. Cuando ve a Vavílova correr tras un destacamento de cadetes rojos (al final del relato), Magazánik dice: “Estas son las personas que una vez estuvieron en el Bund. Son personas de verdad, Beila. Y nosotros ¿somos personas? Somos estiércol”.[24] Mencionar el Bund en 1934 dentro de un contexto tan entusiasta era complicado e incluso peligroso: los bundistas, según la ideología oficial, no eran héroes, sino enemigos de los trabajadores, agentes del nacionalismo burgués infiltrados en el movimiento obrero. Pero Grossman mantuvo esta mención en la reedición de 1958. Es fácil imaginar cuánto tuvo que luchar contra la vigilancia de editores y censores.

Pero la observación más importante para nuestro asunto está formulada, contrariamente a la lógica formal, de manera negativa: Vasili Grossman no sentía odio por la tierra judía de la que nació, no se avergonzaba de la vida y de la psicología de la pequeña ciudad y nunca se desvinculó de ellas. Esto es importante, porque muchos de los escritores rusos de origen judío experimentan estos sentimientos por una y otra razón y los expresan de una u otra forma. Los dos ejemplos más famosos son Ósip Mandelstam (El rumor del tiempo) y Eduard Bagritski (‘Origen’).[25] Esta mirada tranquila, esta ignorancia de la vergüenza nos cuenta que el sentimiento de pertenencia a Rusia, a la Rusia soviética y a la literatura rusa era algo orgánico que no necesitaba pruebas ni confirmación. Por otro lado, el sesgo regionalista en el relato apenas asoma: el sabor judío no conduce al exotismo ni a la estilización que se puede encontrar en algunos autores de finales de los años veinte y principios de los treinta, por ejemplo, en Matvéi Roizman, especialmente en su novela Menos seis (1928), hoy olvidada, pero muy popular en su tiempo. Y esta es otra prueba más de que no existía ningún tema judío especial en el primer Grossman.

La bendición de Gorki convirtió a Grossman en un escritor profesional (al instante abandonó la fábrica de lápices) y en un activo participante en la vida literaria de la capital. Sus relatos se suceden en las revistas Trídtsat Dnei, Znamia, Krásnaia Nov, Literatúrnaia Gazeta. A finales de 1935 se publicó la primera colección de relatos de Grossman titulada Felicidad. Los doce relatos de la colección confirman la impresión que causó su doble debut, Glückauf y ‘En la ciudad de Berdíchev’: otro escritor capaz e ideológicamente coherente había aparecido en la prosa soviética. El relato que dio título a la colección (publicada por primera vez en Literatúrnaia Gazeta el 26 de abril de 1934, es decir, tres semanas después que ‘En la ciudad de Berdíchev’) es un episodio de la vida de un secretario de un comité regional de Siberia que, literalmente, se mata trabajando, por lo que las autoridades lo envían a la fuerza a una casa de reposo. Pero la primera noche allí, unos asuntos urgentes exigen que regrese. De camino a la estación de tren, su coche tiene que detenerse. Mientras el chófer arregla el motor, el protagonista oye un ruido en la estepa y el chófer le explica que es un tractor que trilla el grano en un koljoz.

Bezboródov preguntó con voz ronca:
—¿Un koljoz? ¿Están trillando con un tractor?
Y de pronto lo invadió una alegría suprema.
Allí, de noche, en las estribaciones del Altái, mientras contemplaba un fuego lejano y oía el ruido del motor, Bezboródov lo comprendió todo mejor que nunca: los altos hornos, enormes y oscuros, los pesados tractores, su gabinete en el comité regional, de noche, lleno del humo azulado del tabaco, esa gran alegría y el sentido de su vida.[26]

 

Notas:

[1] Por educación judía no me refiero solamente a la educación religiosa, sino también al conocimiento de la cultura judía en cualquiera de sus formas. El único detalle que he podido encontrar es que, según parece, ni el mismo Grossman ni sus padres sabían yidis: “Y en Lublin […] no encontré a un niño, a una mujer, a una anciana que hablara la lengua que hablaban mis abuelos”. Véase el ensayo V gorodaj i selaj Polshi (En las ciudades y pueblos de Polonia) (julio de 1944) en el libro: Vasili Grossman, Gódy voiný (Años de guerra), Moscú, GIJL, 1945, p. 406. Esto no se contradice con la información obtenida recientemente desde Moscú (por razones obvias no nombro la fuente) y que merece toda la confianza: “Lo entendía bien, pero lo hablaba mal”.

[2] Así lo afirman unánimemente todas las fuentes impresas. Pero en la carta confidencial recibida desde Moscú a la que me refiero en la nota anterior (de ahora en adelante la llamaré “la carta de Moscú”) se dice: “Grossman nació en una familia de socialdemócratas (de hecho, en Ginebra, donde su padre, ingeniero químico, vivía exiliado)”. El Archivo Nacional de Ginebra, donde se anotan de forma meticulosa todos los nacimientos, independientemente de la religión, no lo confirma. No fue posible encontrar ningún rastro de que Semión (Solomón) Grossman hubiera estado en Ginebra. A pesar de ello, no se puede descartar que Vasili Grossman naciera realmente en el extranjero, pues entre los años treinta y cincuenta se intentaban ocultar este tipo de detalles de la biografía y no se revelaban a nadie excepto a las personas más cercanas.

[3] Sobre Berdíchev antes de la revolución, véase Yevréiskaia Entsiklopedia (Enciclopedia Judía), tomo IV, Biblioteca de San Petersburgo, s. f., columnas 211-213 (artículo de Yuli Guessen).

[4] Término yidis con el que se conoce habitualmente la Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia, una organización de izquierdas que luchaba por los derechos laborales de los judíos, contra el antisemitismo y por el socialismo. (N. del T.)

[5] Les pogromes en Ukraine sous les gouvernements ukrainiens (1917- 1920) (Los pogromos en Ucrania bajo los gobiernos ucranianos [1917- 1920]), París, Comité des Délégations Juives, 1927, pp. 35-37 y anexo N16.

[6] Zvi Y. Gitelman, Jewish Nationality and Soviet Politics (La nacionalidad judía y las políticas soviéticas), Princeton, Princeton University Press, 1972, pp. 158-168.

[7] Vasili Grossman, Chórnaia kniga (El libro negro), Jerusalén, 1980, p. 27 (ensayo Ubíistvo yevréiev v Berdícheve [El asesinato de judíos en Berdíchev]). [Para la versión española hemos utilizado la siguiente edición: Vasili Grossman e Iliá Ehrenburg, El libro negro, traducción de Jorge Ferrer, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2012, p. 83.]

[8] No he leído este ensayo. Información extraída de Rússkie sovéts kie pisáteli prozaiki. Bibliografícheski ukazátel (Escritores de prosa ruso-soviéticos. Índice bibliográfico), tomo I, Leningrado, 1959, p. 614.

[9] Cito según: A. Bocharov, Vasili Grossman. Kritiko-bibliografíches-ki ócherk (Vasili Grossman. Ensayo crítico-bibliográfico), Moscú, Sovetski Pisátel, 1970, p. 7.

[10] Las inexactitudes y las mentiras se manifiestan mejor cuando se comparan las novelas industriales de los años treinta con las escritas en los años sesenta y principios de los setenta sobre el mismo tema y, lo más importante, con el mismo material. Sería muy instructivo comparar con atención, digamos, ¡Tiempo, adelante!, de Valentín Katáiev (1932), con la novela de Nikolái Vóronov, La juventud de Zheleznodolsk (1969), que narra la construcción del kombinat de Magnitogorsk.

[11] Alexandr Solzhenitsyn, Sobranie sochinenie (Obras completas), tomo 3, Vermont-París, YMCA-Press, 1978, p. 67 y siguientes.

[12] “Aunque sea grosero, comprended: /existe la fornicación del trabajo, y la lleváis en la sangre”. Estos versos (del poema ‘Pólnoch v Moskvé. Roskoshno budíiskoie leto…’ [Medianoche en Moscú. Suntuoso verano budista…]) fueron escritos en 1931. Véase Ósip Mandelshtam, Stijotvorenia (Poemas), Sovetski Pisátel, 1974, p. 158.

[13] Cito según A. Bocharov, op. cit., p. 7.

[14] Ibid., p. 8.

[15] Vasili Grossman, Póvesti, rasskázy, ócherki (Novelas, relatos, ensayos), Moscú, Voienizdat, 1958, pp. 88-89. Confronté el texto de esta última edición, hecha en vida del autor, con la primera publicación en libro (Póvesti, rasskázy, ócherki [Novelas, relatos, ensayos], Moscú, Sovetski Pisátel, 1935) y prácticamente no hay correcciones.

[16] Ibid., p. 89.

[17] Vsévolod Ivánov, Izbránnoie (Obras escogidas), Járkov, Proletari, s. f., p. 183. Después de la guerra de 1941-1945, este relato no volvió a editarse, ni en las numerosas ediciones de obras escogidas ni en sus obras completas.

[17] En Moscú se decía que Stalin disfrutaba con esta crueldad y que ‘El niño’ era su relato favorito.

[18] Vasili Grossman, Póvesti, rasskázy, ócherki (Novelas, relatos, ensayos), op. cit., p. 91.

[19] Ibid., p. 101.

[20] Ibid., p. 90.

[21] Por literatura ruso-judía entiendo la creación literaria judía en lengua rusa, es decir, las obras de escritores rusos cuyo compromiso judío constituye el rasgo principal de su actividad literaria. Véase V. Lvov-Rogachevski, Russko-yevréiskaia literatura (La literatura ruso-judía), Moscú, Nóvaia Moskvá, 1922. Véase también mi artículo ‘O russko-yevréiskoi literature (Predvarítelnye zame-chania)’ (Sobre la literatura ruso-judía [Observaciones preliminares]) en Festschrift für Fairy von Lilienfeld, Erlangen, 1982.

[22] Véase el artículo de Nikolái Pixánov ‘Oblastnýe literatúry i literantúrnyie oblastníchestvo’ (Literaturas regionales y regionalismo literario) en Literatúrnaia Entsiklopedia (Enciclopedia literaria), tomo 8, Moscú, editorial Sovétskaia Entsiklopedia, 1934, columnas 160-165, donde se da la siguiente definición: “Por literatura regional se entiende un conjunto de fenómenos y organizaciones literarias unidas territorialmente por una u otra región, territorio o gran ciudad de provincia y que cultivan rasgos de originalidad local”.

[23] Ibid., p. 103.

[24] Se ha escrito mucho sobre el poema ‘Proisjozhdenie’ (Origen), de Bagritski, y del capítulo ‘Jaos iudeiski’ (El caos judío), del libro Shum vrémeni (El rumor del tiempo), de Mandelstam. Permítanme remitir al lector a mi artículo ‘Yeschó raz o nenavisti k sámomu sebé’ (Otra vez sobre el odio a uno mismo) en la revista Dvadtsat Dva, n.o 16, Tel Aviv, 1980, p. 177 y siguientes.

[25] Vasili Grossman, Schastie (Felicidad), Moscú, Sovetski Pisátel, 1935, p. 43.

Este texto pertenece al libro del mismo título que, con traducción de Manuel Ángel Chica Benayas, ha publicado Ediciones del Subsuelo.

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