Repetía un mensaje blanco sobre negro estos días: «Mexico no está de luto, está encabronado». Y algunas razones tienen los mexicanos. Los medios extranjeros le han dedicado poca tinta a las miles de irregularidades del proceso electoral, están contentos con la vuelta del PRI a la Presidencia, ya que del poder nunca ha salido. Se ha preferido mostrar el asunto como el mal perder de un candidato de izquierda que, por cierto, no es apoyado por la mayoría de las izquierdas reales del inmenso país del norte de América, la puerta o el final de la Mesoamérica imprescindible para entender el hemisferio. Poco se conoce fuera de México del patético espectáculo de los supermercados Soriana [donce los votantes canjeaban las tarjetas con plata regaladas por el PRI a cambio de su alma], poco se ha hablado de que el levantamiento estudiantil de las últimas semanas estaba enfocado en la descarada manipulación televisiba previa a las elecciones…
Los mexicanos están encabronados, pero no porque López Obrador perdiera las dudosas elecciones, sino porque no se aguantan más estafas ‘democráticas’. México es un laboratorio del norte global en el límite con el sur global. El clientelismo se ha perfeccionado allá, el gamonal sigue instalado, el neoliberalismo de frontera, el que no tiene límites, campa por sus fueros… el narcotráfico organizado [la mejor prueba de este capitalismo criminal de principios de milenio] es inseparable del poder político y la ciudadanía lo sabe.
México es un país de vibrantes resistencias. No por el movimiento #YoSoy132, que también, sino por la larga tradición de movimientos comunitarios, territoriales o étnicos que llevan décadas haciendo frente al asalto final a su dignidad. No creo que se dejen pisar. Será difícil que usted sepa de ellos en los diarios o las televisiones convencionales… pero busque… no es difícil. De momento, le doy dos pistas: la agencia SubVersiones, Emeequis y el nuevo canal de tv digital Rompeviento. Seguro que estas rancheras le suenan diferentes al coro de lugares comunes del periodismo de salón que prefiere que todo siga igual para seguir existiendo.