El Papa ha recibido en Roma a un endemoniado rebelde o correoso. Irónicamente, el nombre de pila del poseído es Ángel. El mejor exorcista del Vaticano, el padre Gabriele Amorth, no ha tenido éxito. El Papa tampoco. El endemoniado se acercó, besó el anillo papal y entró en trance profiriendo —según se cuenta en la crónica del suceso-: «un aullido como de león». Luego nada. El diablo conitnúa como inquilino dentro de él.
Ángel, de nacionalidad mexicana, ha concedido entrevistas. La suya es una posesión casi profesional, en todo caso autoconsciente. Ángel sabe cuándo fue poseído (yendo en un autobús urbano, una mañana de 1999) y es capaz de relatar los pormenores de la cosa demoníaca, cual si se tratase de una enfermedad degenerativa. El padre Amorth entiende que se trata de una novedosa forma de posesión ad absurdum. Y es que Ángel es buen cristiano y piadoso, de modo que su endemoniamiento —aventura el padre Amorth- es un acto de protesta contra la Ley del Aborto mexicana, aún en trámites. Es de imaginar que el padre Amorth fundamenta este asombroso análisis del caso en un razonamiento genealógico; y es que Satán fue otrora un ángel leal, castigado por su impúdica soberbia y hoy merecedor quizá del perdón, habida cuenta de que su influencia sobre el Mundo es objetivamente insignificante. Poseer al pobre Ángel sería un modo de expiar sus culpas y mostrar, de paso, cuán limitado y pueril es su poder. Y es que, poseída, su víctima no puede trabajar, ni dormir, ni comer normalmente. Su vida es un infierno. Si el Maligno ejerce su poder de este modo, parece evidente que sus habilidades maléficas no pasan de provocar con sus malas artes la típica etiología del majara inofensivo, o del eterno enfermo que padece de todo un poco y que, sin embargo, muere longevo. Dicho sea de paso, posesiones demoníacas de esta especie serían extraordinariamente beneficiosas para la Humanidad. Hitler, por ejemplo, no habría sido quien fue poseído de este modo. Ni Stalin, Ni Mao, ni el payaso que mantiene a los norcoreanos sumidos en la miseria. No habrían podido hacer otra cosa que ocuparse obsesivamente de su posesión. Si el padre Amorth tiene razón y Satán quiere redimirse, podría empezar estupidizando a esa miriada de miserables tiranos que pululan por el planeta.
Lo más probable, sin embargo, es que las posesiones de este tipo sean más bien un divertimento de Satanás. Le dará mucha risa contemplar cómo el pobre Ángel padece sus picores insorportables y sus arcadas periódicas. El Maligno, de hecho, no tiene que poseer a nadie de este modo para demostrar que el Mal obra a su antojo en este Mundo. Cabe la sospecha, de hecho, de que la creación del Hombre no ocurriera tal como se cuenta en el Génesis. Unos fueron hechos a imagen y semejanza de un dios bueno y otros, en proporción desconocida, son obra de Belcebú. De igual modo que un día compartimos la Tierra con otra especie humana —los neandertales- hoy la compartimos con los descendientes del diablo.
El Papa ha recibido en Roma a un endemoniado rebelde o correoso. Irónicamente, el nombre de pila del poseído es «Ángel». El mejor exorcista del Vaticano, el padre Gabriele Amorth, no ha tenido éxito. El Papa tampoco. El endemoniado se acercó, besó el anillo papal y entró en trance profiriendo —según se cuenta en la crónica del suceso— «un aullido como de león». Luego nada. El diablo sigue de inquilino dentro de él.
ängel, de nacionalidad mexicana, ha concedido entrevistas. La suya es una posesión casi profesional, en todo caso autoconsciente. Ángel sabe cuándo fue poseído (yendo en autobús urbano, una mañana de 1999) y es capaz de relatar los pormenores de la cosa demoníaca, cual si se tratase de una enfermedad degenerativa. El padre Amorth entiende que se trata de una novedosa forma de posesión ad absurdum. Y es que Ángel es buen cristiano y piadoso, de modo que su endemoniamiento —aventura el padre Amorth— es un acto de protesta contra la Ley del Aborto mexicana, aún en trámites. Es de imaginar que el padre Amorth fundamenta este asombroso análisis del caso en un razonamiento genealógico; y es que Satán fue otrora un ángel leal, castigado por su impúdica soberbia y merecedor quizá del perdón, habida cuenta de que su influencia sobre el Mundo es objetivamente insignificante. Poseer al pobre Ángel sería un modo de expiar sus culpas y mostrar, de paso, cuán limitado y pueril es su poder. Y es que, poseída, su víctima no puede trabajar, ni dormir, ni comer normalmente. Su vida es un infierno. Si el Maligno ejerce su poder de este modo, parece evidente que sus habilidades maléficas no pasan de provocar con sus malas artes la típica etiología del majara inofensivo, o del eterno enfermo que padece de todo un poco y que, sin embargo, muere longevo. Dicho sea de paso, posesiones demoníacas de esta especie serían extraordinariamente beneficiosas para la Humanidad. Hitler, por ejemplo, no habría sido quien fue poseído de este modo. Ni Stalin, Ni Mao, ni el payaso que mantiene a los norcoreanos sumidos en la miseria. No habrían podido hacer otra cosa que ocuparse obsesivamente de su posesión. Si el padre Amorth tiene razón y Satán quiere redimirse, podría empezar estupidizando a esa miriada de miserables tiranos que pululan por el planeta.
Lo más probable, sin embargo, es que las posesiones de este tipo sean más bien un divertimento de Satanás. Le dará mucha risa contemplar cómo el pobre Ángel nota sus picores insorportables y sus arcadas periódicas. El Maligno, de hecho, no tiene que poseer a nadie para que el Mal obre a su antojo en el Mundo. Cabe la sospecha, de hecho, de que la creación del Hombre no ocurriera tal como se cuenta en el Génesis. Unos fueron hechos a imagen y semejanza de un dios bueno y otros, en proporción desconocida, son obra de Belcebú. De igual modo que un día compartimos la Tierra con otra especie humana —los neandertales— hoy la compartimos con los descendientes del diablo.