La memoria tiene doble filo. O triple. Las sociedades, da igual el apellido con el que transiten, son perezosas para recordar y menos cuando la memoria hace daño. Maticemos: los culpables de los malos recuerdos hacen todo lo posible para que la memoria no prospere y el resto caemos gozosos en la trampa.
Así está ocurriendo en Brasil, donde décadas después del fin de la dictadura, los militares siguen boicoteando el proceso que se oficializó la pasada semana cuando se aprobó en el Parlamento la creación de la Comisión de la Verdad sobre los crímenes cometidos durante el régimen militar. No extraña. Incluso cuando las Comisiones de la Verdad encuentran y difunden la misma, los poderes y los poderosos culpables logran que la memoria recuperada caiga en el olvido.
Vean si no lo ocurrido en Guatemala. Dio igual que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico dejara claro que más del 90% de las violaciones de derechos humanos fue cometida por el Estado o sus encapuchados porque siguen encaramados al poder los mismos que fueron responsables y ahora Otto Pérez Molina, un asesino confeso (no ante los tribunales, no arrepentido), puede ocupar la presidencia de la República.
Así ha ocurrido en Perú, donde el espeluznante y ejemplar trabajo de la Comisión de la Verdad quedará como trabajo de museo y libro de los espantos. Nada más.
La memoria tiene pocos amigos y eso provoca que perfeccionemos los errores. No hay borrón y cuenta nueva, no existe la posibilidad de poner el cuenta kilómetros a cero. Lo que pasó nos marca definitivamente y muestra con extrema crueldad la animalidad de este ser humano que es tan poco y que tiene este terrible déficit de humanidad.
Juzgamos el hoy sin el ayer y eso es como tratar de evitar un escape nuclear con un tapón de corcho. Inventamos cunas de oro, genéticas limpias e historias de caballeros y princesas para no mirarnos al espejo. La historia de enreda y el futuro se enquista…