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Mientras tantoEl escaparate

El escaparate


Durante estos días de junio en que la Feria del Libro, ha ocupado un lugar destacado en el Retiro, no he dejado de asomarme a sus casetas en cada uno de mis paseos. Mi interés además de por los libros, estaba en los escritores. No por ninguno en concreto, estudiaba sus caras, el cansancio que tras varios días de Feria empezaba a perfilarse en cada uno de sus gestos. La sonrisa desdibujada del escritor poco conocido, que paciente esperaba el agradecimiento de algún lector; el aburrimiento del famoso que tras varias horas firmando, miraba el reloj ya sin disimulo. Y en cada uno de ellos, me veía yo, profana en el oficio, sentada en mi taburete, expuesta a la mirada de los que buscando el cobijo de la sombra, daban con el cocinero de televisión, en vez de conmigo, que invisible empezaba ya a difuminarme por el calor, convertida más en una pieza del attrezzo de la caseta, que de mí misma.

En mi concepción romántica de la escritura, siempre imaginé el oficio de escribir como un acto solitario y tranquilo, una especie de onanismo literario, en el que sortear los fantasmas de la inspiración y pegarte con los signos de puntuación era lo verdaderamente importante. Pero no, en estos tiempos en los que la competencia es cada vez mayor, escribir significa estar además asomado al escaparate de la promoción como Maguila el gorila, el protagonista de aquellos dibujos animados de mi niñez. Primero, a la espera de que un editor se fije en tu trabajo, pase la escoba y le saque lustre a las líneas de tus textos hasta convertirlos en una suerte de obra lo bastante buena para que no parezca ni siquiera tuya. Después una vez conseguida la meta de ver tu libro publicado, que te llamen para hacer presentaciones. La maleta siempre lista para asistir a congresos en plan itinerante, clubs de lectura, festivales. Invitaciones que te permitan mostrar tu agradecimiento a esos lectores, ante los cuales has de resultar lo bastante elocuente y atractiva como lo son tus personajes y tu escritura. Nada más patético que el fracaso escrito de antemano, por no ser capaz de templar tus nervios, mantener a raya tu timidez ante un auditorio que está ávido por reírse y emocionarse y que espera de ti un talento escénico que les convenza de lo maravillosa que eres. Puedes considerarte muerta literariamente como dice Carmen Posadas, si no eres capaz de fingir ser esa mujer de mundo que todos esperan, hipersociable y la primera dispuesta lo mismo a contar un chiste, que a correrse la gran juerga una vez las luces se apaguen. Una Dorothy Parker de lengua afilada y sonrisa perdida.

No es de extrañar con este panorama, que algunos escritores como Salinger, Pynchon y el mismísimo Vila-Matas bajo el disfraz del Doctor Pasavento, decidieran desaparecer y recobrar la libertad que la fama les había robado, huyendo para esconderse de sí mismos y del mundo entre las líneas de sus escritos, como yo misma haría de convertirme algún día en una escritora de verdad. Por eso, en tanto la suerte llega, me codeo con editores, no me pierdo una presentación, una Feria, una juerga literaria…  eso sí como lectora y espectadora. Una espectadora ambulante que no pierde detalle, y que mataría por el premio de un selfie con Ray Loriga, para después encerrarse a escribir bajo siete llaves y buscar su sitio, ese sitio que rezo ya para que llegue.

 

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Foto: Ray Loriga

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